18/05/2022
 Actualizado a 18/05/2022
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En el año 2000, La Oreja de Van Gogh publicó un álbum llamado ‘El viaje de Copperpot’ (un disco lleno de ‘hitazos’, sobra decirlo) donde le dedicaban una canción a la soledad. ‘Uhshalala, uhshala-la’ le cantaban a este sentimiento de tristeza que en su canción estaba totalmente vinculado con las relaciones sentimentales y al que los donostiarras le pedían que tuviera buena amistad con el amor. Mucho pedir eso.

La soledad es perra. La soledad no escogida castiga y culpa. Nubla la cabeza y paraliza el cuerpo. Es una especie de Pepito Grillo que, desde luego, no te canta alegremente, si no que te susurra más bien al estilo de, precisamente, otro donostiarra que le cantaba mucho más a la pena, por mucho que sus canciones fueran ‘a gritos de esperanza’.

La soledad es, además, intergeneracional. Te sientes sola cuando tus amigas no quieren jugar contigo o hacen que siempre te la quedes tú. O cuando has discutido con tu persona favorita de la adolescencia y parece que el mundo va a acabarse de un momento a otro. La soledad puede venir a visitarte inocentemente (no tanto como cantaba Amaia) tras una ruptura, o incluso en un cambio de vida. De repente un día olvidas sacar las llaves de casa y no tienes a nadie a quién llamar para que te acoja, por lo menos, para subir al baño. Y da igual que en el fondo sepas que estás muy bien rodeada, que te sientes más abandonada que el último calcetín de la lavadora. Y luego ya está la más difícil y sobre la que no se banaliza ni sobre la que ningún donostiarra ha escrito una canción todavía.

Más de 30.000 personas mayores de esta provincia viven solas. Ahora, una empresa canadiense trae un proyecto piloto mediante el que desarrollarán una aplicación para conocer los hábitos de los ancianos y poder teleasistirles a través de wifi. Los abuelos versus las máquinas. Buscar y desarrollar soluciones está bien, pero, ¿no sería mejor, en este caso, una sonrisa, una pregunta o un poco de atención?

Esta soledad escogida o no, de lo que necesita es de un roce de carne y hueso. Y de una canción de La Oreja de Van Gogh, por qué no, que eso lo calma todo.
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