Matones y suicidas

17/04/2018
 Actualizado a 16/09/2019
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Un abrazo a un lobo y un llanto al ver al águila real encajar el deseo propio de ser pájaro es la herencia que dejó a una generación de pupilos el malogrado Félix Rodríguez de la Fuente. Fanático del cuidado a la naturaleza tenía claro que en cada ser vivo hay algo de uno mismo y eliminarlo, por tanto, no deja de ser un acto de suicidio voluntario. Defender que ese abrazo es compatible con un paseo de disparos y con la foto del ejecutor al lado de la presa, haría saltar al naturista. Ver tras pancartasa miles de cazadores defendiendo el concepto de caza como deporte hace apretar los dientes. Se sienten amenazados por el ecologismo, ese que no lleva armas y que solo pide que cuando uno pase la puerta del lado verde, regrese dejándolo como estaba. Escopeta y muerte no casan con esa pretendida defensa deportiva, no como Félix nos enseñó. No somos dioses para quitar o poner jabalíes en el monte, ni controladores de la madre naturaleza necesarios, como se creen esos que defienden que la caza es legal. Lo es mentir, lo es robar, o casi, como últimamente tenemos que lamentar a diario, pero eso no hace buenos sendos infinitivos, solo permiten escudarse en la palabra tolerancia. Pero hay que desinfectar a la sociedad de esa acomplejada cultura rancia. Hay que llamar asesino al que mata y no echarle un chorro de miel como si pegarle un tiro a un corzofuera bailar una sevillana en la feria de abril. Amigo Félix, cuánto se te echa en falta en medio de esta vorágine de inconscientes armados.
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