Los viejos bares nunca mueren

31/03/2020
 Actualizado a 31/03/2020
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El local que fue bar nunca deja de tener un aroma especial, nunca deja de ser la cantina de los recuerdos. Cada vez que abren las ventanas alguien se asoma y pregunta, comenta, se extraña de que «sigue como estuvo siempre».

Y si aparece la cantinera, Teresa por ejemplo, la conversación puede alargarse hasta el infinito, van desfilando por ella aquellas noches de nieve en las que aparecían caminantes de la otra parte del monte, asturianos del valle de Aller a los que llamaban «alleranos» y de los que contaban historias mágicas de lobos o de recorrer kilómetros y kilómetros para cortejar a una moza a la ventana. Y al final, otra parada en la cantina y camino de vuelta cuando la nevada ha crecido mucho más.

No faltarán los recuerdos de las noches de tute y dominó, de las cenas hijas de furtivas cacerías, de algunas borracheras para el recuerdo en las que unos beben cubalibre con berberechos dentro y hasta se puede llegar a perder un ojo al quedarte dormido y caer sobre el fino vaso de tubo que abrazaba como si temiera que alguien acechara para arrebatárselo.

El realismo mágico puede haber nacido donde quieras pero que vivió en los bares y tascas de nuestras tierras bien lo saben las cantineras, que siguen callando más de lo que cuentan.

Por eso, los viejos bares cierran... pero nunca mueren.
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