16/03/2019
 Actualizado a 12/09/2019
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Estarán de acuerdo conmigo en que el mundo está lleno de tramposos. Algunos incluso hasta viven de su propia mentira. Los hay que mienten para buscar un fin, y los hay que mienten por placer, otros por quedar bien ante los amigos, pero sobre todo los hay que mienten por aparentar.

Mentir para conseguir el colegio de un hijo, puede tener un pase, mentir para colarte en la cola de la caja de un supermercado alegando que tienes prisa porque entras en el turno de noche de la fábrica, pues qué les voy a contar… hasta mentir con el EGM puede llegar a ser algo venial, y como parte del manual de estilo del perfecto comercial.

Todos mentimos como concejales. A todos nos ha engañado la vecina con las magníficas notas de sus hijos, y todos, alguna vez hemos engañado al pobre camarero, aprovechando la juventud (estábamos tiesos), la noche y la confusión para hacer un ‘simpa’ o cambiar los Bierzos por claretes perrunos.

Pocas veces me he reído tanto como con el gran Tony Leblanc y Antonio Ozores en aquella magnífica película de Pedro Lazaga, en la que dos golfos madrileños viven del timo, con sus habituales visitas a la cárcel, y desde donde escriben a la hermana de uno ellos, diciéndole que están de vacaciones.

Mentir es lo que hacen muchos malos toreros cuando vienen a León a llevárselo calentito, y a tomar el sol por el Paseo del parque.

Pero sobre todo, mentir es decir que vienes a la política a servir y sólo por unos años, cuando en realidad lo que buscas en la política es un sueldo que no conseguirías en lo privado.

Hace unos años se nos llenó la boca a todos con la moda de la nueva política, y sentenciamos el bipartidismo de por vida, tachándolo para siempre como lo más malo, maligno. Ante tanto cansancio y trinque hubo quién lo apostó todo por aquellos que se autodenominaban «los del talento y trayectoria profesional de reconocido prestigio». Aquellos que creíamos inmaculados. Gente normal.

Pensábamos que esta nueva política no se nutriría de ‘correbandas’ (término cofrade usado en los años 80 y 90) de otros partidos, que eso eran leyendas urbanas y que estos venían comidos y bebidos. Pero los hechos son los que son, y los que probaron con ilusión y fecha de caducidad, han cogido gusto a esto de la mamandurria, y no lo dejan ni de coña. Y los fichajes galácticos de la vieja política, de esa que era casposa y abominable, al final, vinieron con mentira. Pero no pasa nada, porque íbamos a ganar los de Clemente pero ganamos los de Igea. ¡Maldita hemeroteca!
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