15/12/2015
 Actualizado a 07/09/2019
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Mientras entran estas líneas en las máquinas de la imprenta, estarán debatiendo ante las cámaras los líderes de los, al menos hasta ahora, dos grandes partidos. Mucho nos tememos que lo que digan no va a tener una importancia decisiva en los electores, porque muchos ya tienen decidido el voto, ya sea por ser de ideas fijas o porque lo han pensado bastante. Entre tanto, es posible que todavía queden algunos indecisos, más que en ninguna otra ocasión. Hasta ahora, en líneas generales, se trataba de optar fundamentalmente entre dos grandes opciones. Ahora la gran duda se reparte entre cuatro. Alguna gente, tan desesperada porque su situación económica y laboral no encuentra soluciones, vota a los nuevos, no tanto por lo que pueda esperar de ellos como para castigar a quienes han venido gobernando.

No obstante, hay otra gente que tiene muchas dudas respecto de los llamados partidos emergentes, puesto que en realidad de ellos poco o casi nada se sabe a no ser por las apariciones televisivas de sus líderes.En realidad carecen de experiencia de gobierno y apenas se les ha visto gobernar, como no sea en algunos ayuntamientos y poco más, si bien en algún caso ha sido tiempo suficiente para experimentar la consiguiente decepción por sus estrafalarias ocurrencias.

Pero hay más motivos para que haya indecisos. Hay votantes que nunca elegirían a un gobernante de la derecha, pero nadie les puede asegurar que su voto a determinado partido emergente no sirva para apoyar mediante pactos a un gobierno de derechas. Y viceversa, gente que nunca quisiera votar a la izquierda y que, votando a los nuevos, consiga que gobierne ésta. Se comprende, pues, queestén indecisos, y todo parece indicar que su duda es razonable. En este caso quizá deberían tener presente la famosa frase de «los experimentos con gaseosa».

Dado que ningún partido colma todas las legítimas aspiraciones de los electores, es decir, que ninguno es perfecto, no les quedará a los votantes otro remedio que sopesar su decisión y tratar de descubrir quién es el menos malo. Ciertamente, a la hora de votar, uno puede hacerlo con la cabeza, con el corazón o con la bilis. Cada uno es libre de hacerlo como quiera, pero parece que en cualquiera de los casos nunca se debería perder la cabeza. Se dice que el pueblo nunca se equivoca. La historia nos dice que esto no siempre ha sido verdad. Lo que sí está claro es que cada pueblo tiene los gobernantes que merece. Ojalá no nos equivoquemos y seamos merecedores de los mejores.
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