30/08/2022
 Actualizado a 30/08/2022
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Lo justo se antoja una utopía que ni cuando Joaquín Prat la unía a precio en una suerte de concurso televisivo, cobraba sentido. No era fácil dar con la tecla de lo justo en la venta, como para esperar que el adjetivo tuviera sentido al hablar de razón o de deseo. Emiliano y José Manuel ‘Pepiño’los tenían dilatados y a partes iguales. Cada uno el suyo. Y para ambos tardó la justicia, lo justo, verles marchar. Despedirse no es justo pero es lo más certero. El encuentro con el adiós se puede sortear, pero lo justo. Y los dos veían como se acercaba, con una meta incumplida en alto y el puño que la rabia cierra en la otra mano. Emiliano había decidido levantar la cabeza frente a la bestia eclesiástica que le obligó a bajarla y le hurtó la infancia con una destreza infame enfangada en el desprecio por el cuerpo y en el apego a una sexualidad castrada. Estaba en medio de los batines negros y los alzacuellos sacerdotales, como niño que despierta a todo. Inocente, viendo como ellos se subían las faldas sacramentales y se bajaban los calzones terrenales para rebajar su espíritu y comérselo sin pudor. Es amargo conocer los episodios que le sepultaron y sobre todo, saber que su voz fue escuchada, lo justo. Habló, pidió justicia y se fue.

Pepiño se había bautizado así ya jubilado. Beato de Sorogoyen, llegó a una de sus obras maestras, As Bestas, siguiendo la estela que había ido dejando por su grupo de Teatro, Topacio. Llegó a él como los grandes, convirtiéndose en lo que cada uno quería ver, desde su semblante serio y su corbata casi amenazante. Pedía un papel y fue, lo justo. Desde allí dibujó un deseo, actuar. Y mira tú por donde que aparece por la puerta una gran producción y lo convierte en Pepiño. A mano alzada se iba dibujando su sueño a lapicero, al tiempo que lo borraba una goma que corría más que el grafito. Quería verse en la gran pantalla, tal vez sobre una alfombra roja…y lo justo hubiera sido que el adiós esperara a que pasara. No lo hizo y se fue, consciente de que lo hacía con las manos abiertas, cediendo el deseo para que los demás vivieran por él ese éxito en la interpretación. Con los ojos tapados y una balanza en la mano, una actriz se convierte en Justicia. Y he escuchado susurros al oído de la dama que rompen el pañuelo que la ciega. Sí, es actriz, mucho más que lo justo.
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