"Y no nos mataron porque no pudieron"

Eva González nació en Palacios del Sil en 1918. Es recordada como una de las guardianas del habla de Laciana y Palacios, en el que escribió muchos textos. Ahora ve la luz una autobiografía bilingüe, ‘Hestoria de la mia vida’

Fulgencio Fernández
23/12/2018
 Actualizado a 18/09/2019
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Roberto González Quevedo, hijo de Eva González, contaba en el libro ‘Leonesas y pioneras II’ cómo su madre le iba dando a conocer los textos que había escrito en vida. «Nuestra madre, Eva González, siempre nos contó historias. Eran relatos muy diversos y de contenidos muy diferentes. Podían ser anécdotas de personas especialmente carismáticas de Palacios del Sil. A veces nos contaba leyendas llenas de misterio y de encanto, ambientadas en las brañas, en los montes y en los ríos palaciegos. No faltaban tampoco las historias de la guerra civil, aquellas que, como en todas las casas, se difundían en voz baja, dándose por supuesto que se mantendrían en secreto, porque era peligroso que salieran de las paredes aquellos recuerdos de un tiempo terrible».

Aunque él sabía que estaba trabajando en otro texto en el que contaba ya en voz alta aquello que había escondido en voz baja por el terrible manto del miedo. «Mi madre siempre me enviaba sus textos, literarios digamos, pero nada me había dicho de que estaba escribiendo esta ‘hestoria’ de su vida. Hasta que cuando la enfermedad ya la atenazaba y avanzada me entregó los cuadernos, pero con dos condiciones: que lo publicase según mi criterio, como había hecho con otros textos, pero después de que ella hubiera fallecido»; como si no quisiera en vida ponerle voz a aquellos pasajes que antes había silenciado.

Y Roberto González Quevedo no solo ha cumplido las condiciones sino que ha tardado mucho tiempo (su madre falleció en 2007) hasta que el libro viera la luz, que ya lo ha hecho, un precioso volumen bilingüe que ha titulado ‘Hestoria de la mia vida’, con unas esclarecedoras notas del propio Roberto González Quevedo y un prólogo de su nieta Irma González Quevedo Pedrayes.

- Duelme dicítelo Tiadosu: ia outra nena.
- Me duele decírtelo Teodosio: es otra niña.

Así se puede seguir la vida de esta mujer, en su lengua y en castellano. Y aquello que había silenciado, la guerra civil, es el eje de la narración.

En esta recreación de su llegada al mundo ya vemos cómo nos propone un viaje a otros tiempos y a otra sociedad, la tradicional campesina y ganadera en la que las familias celebraban la llegada de hijos varones para que trabajaran en las casas, en el campo, con el ganado; aunque no se libraban de ello las mujeres, como bien nos cuenta Eva González, quien recuerda que era ‘mala comedora’ por lo que «mi padre cuando iba de viaje siempre traía frascos de aceite de hígado de bacalao, pues casi no comía nada». Para añadir, «en aquellos tiempos las madres amamantaban a los hijos casi siempre hasta que quedaban embarazadas de nuevo. Así lo hizo mi madre, y por eso nosotras, todas las hermanas, nos llevábamos tres años, mes arriba o mes abajo».

De sus recuerdos de infancia, felices en general, lo que más lamenta es que las mujeres no tenían acceso a la cultura o de cómo eran los hombres de entonces: «Cuando venía con las manos encogidas de frío, me las cogía él, entre las suyas, muy grandes y siempre bien calientes, hasta que las mías entraban en calor. Ésas fueron las máximas caricias que de él recibí. Cuando pienso en eso hoy veo lo mucho que me quiso, aunque no quisiera demostrarlo delante de mi madre y de las otras hermanas». En otros pasajes recuerda a este padre que escondía sus sentimientos, como cuando le dijo que no quería quedarse con el ganado sino ir a aprender costura y su padre accedió, pero salió al exterior de la casa, para que no le vieran llorar.

Sí cuidó el ganado. «Las primeras veces que fui sola con las vacas, acostumbrada a estar entre tanta gente siempre, sufría mucho. Me parecía que en el momento que perdía de vista el pueblo, quedaba perdida en otro mundo. Si en casa comía poco en el prado, nada. Si tenía compañía de otros pastores aún era capaz de soportar la pena»; pero cuenta que eran tiempos felices, que «en el pueblo se vivía bien. Yo poco a poco me fui acostumbrando a ir con las vacas. (...) Fui con mis hermanas a la braña, había que levantarse al amanecer para ordeñar y encaminar las vacas al guíu».
 
Pero poco a poco los recuerdos van llegando a julio de 1936. «Nosotros andábamos ocupados en el trabajo de recoger el heno, como todo el mundo, cuando se supo que había estallado el golpe militar. (...) Algunos de los vecinos, sin nosotros meternos con nadie, quisieron hundirnos. Y nos hundieron totalmente. Yno nos mataron a todos porque no pudieron».

Ya se ve el tono de los recuerdos. Su hijo cuenta que los expulsaron de casa, incautaron sus tierras y tuvieron que huir. Los recuerdos de su madre son precisos: «Todos los arbustos nos parecían falanges (de falangistas). Nadie que no pase por ello puede saber lo que es andar escondido y más si en ello te va la vida. La noche era oscura como noche de lobo, pero como conocíamos bien el camino».

- Mi madre comenzó a ponerse canosa en unos días, salió el pueblo con el pelo castaño y en menos de un año se le puso todo blanco como la estopa.
- Una nota nos decía que iban a dar batidas en los montes que sabían que estábamos, con perros policías. No hicimos mucho caso de esto, porque ellos pensaban que estábamos con armas y eran bastante cobardes.

Pasó a Asturias –que llamaba la Libertad–, estuvo en Gijón, Santander... hasta que regresó a Palacios y ya la avisaron en la estación: «Vaya preparada, que van a recibirla a pedradas».

Una odisea que ahora ve la luz. «Pero tengo que decir que no todo fueron penas. Tengo un marido ejemplar... Mi hija Evina heredó de su abuela la espiritualidad. Dely es todo corazón y yo la llamo la pacificadora. Enrique es muy humano y sensible. Felipe es un hombre ordenado, trabajador y cariñoso. Roberto heredó la afición a los libros».

Y el más bello es el que le ha dedicado a ella, a su madre, Eva González, inolvidable de Palacios del Sil.
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