"El Señor que hace las palabras"

El premio Cervantes, Luis Mateo Díez, nació en Villablino hace 80 años y vive en Madrid

08/11/2023
 Actualizado a 23/04/2024
Luis Mateo Diez, nacido en Villablino hace 80 años, resultó ganador del premio más importante de la literatura en lengua castellana, el Cervantes. | MAURICIO PEÑA
Luis Mateo Diez, nacido en Villablino hace 80 años, resultó ganador del premio más importante de la literatura en lengua castellana, el Cervantes. | MAURICIO PEÑA

Si Cervantes viviera hoy sería Luis Mateo Diez. Si don Quijote hubiera tenido hijos serían aquella tribu de disparatados cofrades que buscaban la eterna juventud en La Fuente de la Edad. Si León deseara impresionar al mundo diciendo «aquí estoy yo» pondría sobre la mesa la suma de las gentes de ‘Relatos de Babia’, los lacianiegos de ‘Días del desván’, los parameses de Celama o el resumen de esta tierra que late en el aldabonazo de su pasión literaria que fue ‘Las estaciones provinciales’, como el propio escritor dice «Mi novela al cien por cien de León. Mi único libro en el que León es explícito, aunque no lo cite».

Si alguien necesita una gran novela, una joya literaria, para las próximas navidades solo se la puede escribir Luis Mateo Diez, porque la mejor literatura se le cae de los bolsillos y las ideas para escribirla no es que las tenga, es que le asaltan. En una reciente presencia en Factor San Feliz —no recuerdo si en la charla o en la merienda posterior, de todas formas liberado de corsés— ante la pregunta de si le quedaban muchas historias que contar, ideas para sus novelas, desgranó una curiosa historia: «No es que las tenga, es que me tengo que defender de ellas, me acosan. Muchas veces me encierro en la habitación y le doy dos vueltas a la llave, pues ni así, a media noche me escondo debajo de la cama a ver si me dejan en paz». Es como habla él, que si es un lujo leer sus cuentos o novelas no lo es menos escuchar las mismas historias u otras. «La tradición oral de Babia, Laciana y Omaña», dice Luis Mateo; pero en una Feria del Libro su hermano Antón, el pintor, desvelaba una curiosa historia infantil del gusto por las palabras y los discursos: «Escuchaba en la radio de don Floro (como los hermanos llaman a su padre, Florentino Agustín Diez) un discurso de aquellos encendidos de algún jerarca del régimen, recuerdo uno de Girón, y cuando nos íbamos a bañar al río se subía al puente y desde allí nos lo lanzaba, palabra por palabra».

La palabra, su palabra favorita.

 Si los creadores del Premio Cervantes hubieran querido que sus ganadores estuvieran impregnados del espíritu cervantino se lo habrían dado a Luis Mateo Diez. Y así lo han debido pensar en este año 2023 cuando ‘los teletipos’ escupieron la noticia con el pitido de urgente e importante: «El escritor leonés Luis Mateo Diez Rodríguez, premio Cervantes de las Letras». Ya era hora. Y el ministro de Cultura leyó las explicaciones del Jurado: «Por ser uno de los grandes narradores de la lengua castellana, heredero del espíritu cervantino, escritor frente a toda adversidad, creador de mundo y territorios imaginarios, con una prosa, sagacidad y estilo que le hace singular en la consideración literaria del más alto vuelo».

"La vida de verdad del León que yo viví no estaba nunca en el Casino, estaba en las tabernas y bares"

Pues eso.  Añadió el ministro, leyó aún más argumentos: «El leonés sorprende y ofrece continuos y nuevos desafíos con los que traspasa un mundo de fantasía y adquiere realidad en los lectores que se adentran en su universo creativo. Sobresalen la pericia y el dominio indiscutible del lenguaje que el autor acredita en una escritura que mezcla con maestría lo culto y lo popular». Tal vez ese ‘popular’ es lo que aquí llamamos tradición oral. 

Aunque habría que reconocer que Mateo Diez siempre confiesa su pasión por Valle Inclán, otro que tal... «Valle es el poder de la palabra, el primer escritor que no escribía en ningún idioma. Valle escribía en Valle».

Cierto que el propio Luis Mateo Diez en sus regresos a su tierra, frecuentes, desde Madrid donde fue muchos años funcionario municipal iba echando en falta algunos de los nutrientes de sus primeras obras: «Es que la vida de verdad del León que yo viví en los años 50 no estaba nunca en el Casino sino en las tabernas y ambientes más populares. Creo que León va perdiendo un cierto patrimonio de personajes populares, con gracia, socarronería y una filosofía muy particular de la vida», explicaba al hablar de los protagonistas de Las estaciones provinciales y La Fuente de la edad, dos de sus primeros títulos, que, confesaba, «mi reconocimiento como escritor arrancó con ‘Las estaciones provinciales’».   

Habla Luis Mateo Diez de don Cosme, Ursicino, Chon Orallo, Chumilla, don Paciano... pues otro de los dones del lacianiego es la elección de los nombres, un acierto que siempre le han reconocido y a los que habría que sumar en su novela 100% leonesa a Marcos Parra, el periodista Parrita, que muchos identifican con el añorado Félix Pacho Reyero. 

Reconoce la presencia de estos personajes y otras historias similares en sus novelas pero siempre recuerda algo que también es consustancial a su obra: «Me gusta la fábula, la tradición oral, los personajes estrafalarios; un invento en el que lo que se cuenta está en la superficie, puede ser hasta divertido, pero debajo hay una gran carga de profundidad». 

"Tuve una infancia con libros, mi padre  lector de Unamuno, tenía una biblioteca llena de curiosidades"

Curiosamente Luis Mateo Diez había nacido para la literatura como poeta. O cuando menos en un grupo de poesía, Claraboya, junto al fallecido Agustín Delgado, Ángel Fierro y Toño Llamas. Incluso publicó en 1972 un desconocido libro de poesía —Señales de humo— pero después ya cultivó únicamente la prosa, aunque él ofrece una explicación: «Yo no dejé la poesía, fue la poesía la que me abandonó a mí, si es que alguna vez me había habitado». De aquella época lo que perdura es la amistad de los integrantes de grupo, los citados, más los plásticos Antón Diez y Jimi Carbajal.

Mateo (como le llaman siempre los claraboyos) recuerda aquella etapa como «algo tan disparatado como hacer una revista de poesía en el León de los 60». Aunque, seguramente, el origen del escritor esté aún más lejano, en el tiempo, en los 50, y en el espacio, Laciana. «Yo tuve una infancia con libros, mi padre —un gran lector de Unamuno— tenía una biblioteca llena de curiosidades. Libros de Historia, los clásicos: los griegos, los latinos, los del Siglo de Oro, la Generación del 98, los del 27... Mi madre también era una gran lectora, ella leía por la tarde y don Floro por la noche. Fuimos niños con mucha libertad».

Súmale una huella muy presente en Luis Mateo Diez y los niños del Valle: «El clima didáctico creado por la Institución Libre de Enseñanza». De hecho, su padre (don Floro), junto a don Garcilaso, el boticario; don Gerardo, el médico, y algunos otros personajes de la comarca fundaron el colegio de Nuestra Señora de Carrasconte «donde también había una biblioteca muy interesante». Y allí llegaron las primeras lecturas del hoy Premio Cervantes: «El tebeo me resultaba muy atractivo, además de viajar con aquellos héroes estaba la ilustración, la viñeta. La imaginación infantil volaba con El Guerrero del Antifaz, Juan Centella, Tarzán, El Hombre Enmascarado. También me siento deudor de todos ellos».

Homenaje a aquella época es un precioso cuento en el que narra el viaje de ‘los institucionistas’ (Giner de los Ríos, Azcárate, Salmerón...) a Laciana con una gran nevada y recogido, creo, en su libro ‘Laciana: Suelo y sueño’. 

La palabra

Se ha referido Luis Mateo Diez con frecuencia a ‘la palabra’, lo hacía con especial admiración al hablar de Valle. Hay una anécdota muy curiosa referida a ella. Fue a comer con otros claraboyos a una vieja fonda de la montaña, en Pontedo, allí le dejó La fuente de la edad dedicada; y la dueña le enseñaba el libro a todos los que pasaban por la casa. Si alguien le preguntaba ¿quién es este Luis Mateo? ella siempre respondía lo mismo, fruto de la explicación que alguien le habría dado: «Es el señor que hace las palabras». 

Le contaron la anécdota al escritor y aseguró: «Jamás me harán una crítica más elogiosa» y el titular de una entrevista posterior, con motivo de la publicación de El Paraíso de los mortales (La Crónica de León, 3 abril de 1998), Luis Mateo Diez explicaba que retomaba la linea vitalista de ‘La fuente’ pero ya con más madurez, tanta que se atrevía a decir: «Tengo la sensación de que soy dueño de las palabras». Su obra posterior ratificó que ya no era una sensación.

No tardó en llegar la trilogía que varias veces había anunciado como su obra más ambiciosa, la de Celama, en la que crea un territorio propio que nace en ‘El espíritu del Páramo’,  un homenaje a su padre —gran estudioso y experto en riegos— que en su etapa final se compró una casa en el Páramo leonés y, aunque una vez más no lo cita, ahí está; en una de las miradas más lúcidas y desgarradoras de una civilización que muere. «Es mucho más que una metáfora que desde la agricultura más antigua hasta nuestros días las tierras se trabajaran con el arado romano».

‘La fuente’ se inscribe en la que él mismo llama linea vitalista pues tuvo Luis Mateo Diez otra etapa en la que, por circunstancias personales y familiares, podríamos hablar de literatura del dolor, en la que también supo ser un verdadero maestro, un dueño de las palabras. Ya lo leyó el ministro: «Escritor frente a toda adversidad».

Esta noche tendrá que volver a cerrar la puerta con dos llaves pues la jornada hará que le asalten mil historias para otra trilogía, que las palabras ya las tiene. Es el que las hace. 

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