Querido maestro

Por Sofía Morán

Sofía Morán
02/12/2018
 Actualizado a 17/09/2019
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¿Quién es ese maestro que recuerdan con especial cariño de su etapa estudiantil? Paren un segundo, echen la vista atrás, estoy segura de que la mayoría de ustedes tendrán ya su nombre en la boca. Será uno, o quizá alguno más. Me pregunto si será un profesor de los primeros años de escuela, de la tierna infancia, aquellos especialmente cariñosos y cercanos, o si será aquel que tuvieron ya rozando la adultez. Es posible que piensen en el que les hizo entender las matemáticas por fin, tras años de sentirse auténticos «negados» frente a los números, o quizá aquel que explicaba la sintaxis de forma diferente y amena. Seguramente no habrán pensado en el mejor profesor académicamente hablando, el más formado y con más experiencia, porque muchas veces simplemente recordamos a quienes nos ayudaron, a los que se implicaron más allá de soltar el «rollo» y marcharse, a los que se esforzaron y consiguieron despertar nuestra curiosidad por la materia.

Y es que, digan lo que digan ahora, los maestros tienen una influencia enorme en la vida de cualquier niño, y no sólo en los primeros años de escuela, también más adelante, cuando la ebullición y la adolescencia hacen acto de presencia.

Yo recuerdo con cariño y admiración a muchos de ellos, y todos vienen a mi mente con el Don y el Doña por delante, claro está, porque cuando yo iba al colegio nos levantábamos del pupitre al entrar el profesor y guardábamos silencio (casi siempre) cuando el maestro impartía la lección desde la tarima.

No importaba las veces que dijeras en casa aquello de: «mamá, en serio, es que el profe me tiene manía», o que negaras hasta la saciedad la última gamberrada, aquello era como predicar en el desierto. Padres y profesores hacían equipo, sin fisuras, y no había por donde burlar el castigo. Si lo comparamos con lo que ocurre hoy, parece que les hablara de ciencia ficción.

Los padres nos hemos cambiado de bando, atrás quedó lo de apoyar firmemente a los maestros, lo de confiar en ellos y en su labor, ahora la tendencia es cuestionarles y desautorizarles poniéndonos permanentemente del lado de nuestros hijos, defendiendo muchas veces lo indefendible. Es el signo de estos tiempos, los padres ya no ejercemos de padres sino de colegas, y todo lo que huela mínimamente a autoridad nos pone en alerta.

Faltas de respeto en el aula, insultos e incluso agresiones hacia el docente están hoy a la orden del día. Pero ¡quietos!, que no sólo hablo de los alumnos. Los papis y las mamis nos hemos hecho fuertes con eso de los grupos de WhatsApp, donde ante cualquier problema, damos rienda suelta a la queja, la pataleta, el insulto y la difamación si hiciera falta, del profesor de nuestro hijo, buscando siempre el apoyo del grupo. El rebaño nos envalentona, ya saben.

Lo de solicitar la tutoría para charlar sobre lo que nos preocupa, y mostrar respeto y comprensión hacia ese maestro que pasa más horas con tu hijo que tú mismo, ya no está de moda.

El desprestigio que sufre el profesorado es una realidad difícilmente cuestionable, y la situación del día a día es muchas veces insostenible. «Hay una violencia de baja intensidad que no implica la agresión física pero sí el ninguneo, el desprecio y, en algunos casos, pasar de eso al golpe es fácil», explica Juan José Losana, profesor del Instituto Juan de Lucena en Toledo. Todo ello les lleva irremediablemente a perder la motivación y la pasión por su trabajo.

El pasado martes celebramos el Día del Maestro en España, un día especial en el que reivindicar su figura y destacar su importante labor, esa que pretende hacer mejores personas a nuestros hijos, «y todo ello sin obtener a cambio otro reconocimiento que un sueldo exiguo y, de un tiempo acá, también, la indiferencia irrespetuosa de una sociedad que ha olvidado que todo lo bueno que puede esperar del futuro, lo mismo a nivel individual que colectivo, se lo deberá a su educación. Así nos va», decía Julio Llamazares en este mismo periódico. Pues así, tal cual.

Sofía Morán de Paz (@SofiaMP80) es licenciada en Psicología y madre en apuros
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