Palabras para Pepe, el último hidalgo omañés

La casona señorial de Pepe el de Ariego acoge esta tade, a partir de las siete, un calecho cuyo eje central será precisamente su recuerdo, su memoria. Distintos personajes que convivieron con él lo recordarán de una u otra manera

Fulgencio Fernández
07/08/2015
 Actualizado a 10/09/2019
Pepe el de Ariego, José Rodríguez Valcarce, rodeado de los viejos utensilios y muebles que conservaba en la casona familiar.
Pepe el de Ariego, José Rodríguez Valcarce, rodeado de los viejos utensilios y muebles que conservaba en la casona familiar.
Ya no quedan tipos como Pepe El de Ariego y él se nos fue enlos últimos días de 2014, en medio de una de aquellas olas de frío, algo que él hubiera lamentado mucho pues si algo no le gustaba era dar problemas. Y también, porqué no, le hubiera gustado tener unos funerales con sol y luz, en su modesta capilla de Santa Lucía, la de la casona solariega que con tanto mimo cuidó en sus 91 años de vida, allí en Ariego de Abajo, donde tantos años fue asimismo presidente de la Junta Vecinal.

Su memoria, la de José Rodríguez Valcarce, de los Rodríguez Valcarce de Omaña, será el hilo conductor del calecho que esta tarde (a partir de las siete)se celebra en el corral de su casona, en el mismo lugar donde se celebraron los dos anteriores y en los que este último hidalgo omañés había sido el perfecto anfitrión. Por la vieja mesa de madera irán desfilando algunos de los que tuvieron la suerte de conocerlo y convivir con él, gentes de la más variada condición pues variadas eran las facetas del bueno de Pepe. Amigos, su taxista para los viajes a León a pedir dinero para el pueblo o a la Virgen del Camino para oír misa y escuchar a los buenos predicadores de la Basílica, cuyas homilías grababa su viejo cassette y después escuchaba, escritores que se inspiraron en él, periodistas que le hicieron reportajes y disfrutaron de su hospitalidad y conversación o alguno de los curas para los que tantos años fue amable y servicial monaguillo.

Pepe será el eje central. Su memoria, sus anécdotas, su biografía, sus pasiones, como la de hacer en su propia casa un aula que recordara a las escuelas en las que su padre fue maestro, en Robledo de Omaña, Riello o Remolina. Pepe se quedó en casa, trabajando las fincas y el ganado de los Rodríguez Valcarce, trabajaba duro en verano y en invierno entretenía las largas noches leyendo, sobre todo libros de historia, y escribiendo cartas, a cualquiera que fuera noticia, al Papa o Sofía Loren, a José María Aznar o Balduino y Fabiola que, por cierto, le contestaron. Pepe era feliz cuando sonaba el timbre de casa y era la hora de pasar el cartero.

Pepe se fue en diciembre pero su memoria, que hoy refrescan sus amigos, tardará mucho tiempo en desaparecer del anecdotario colectivo de su tierra... y otras muchas.
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