No me mires... así te verás

Vegamediana, el complejo minero e industrial del valle de Sabero, fue el símbolo del auge de la minería, allí llegó a ‘fundarse' un pueblo. La ruina, el abandono y la devastación que hoy sufre es el símbolo de lo que se acerca

Fulgencio Fernández
09/12/2018
 Actualizado a 17/09/2019
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El veterano minero José Gato inició sus 41 años de trabajador en las Minas de Hulleras de Sabero con solo 14 años, en la Fábrica de Briquetas de Vegamediana, un trabajo cargado de leyendas que son realidad, allí donde se tapaban la cara con máscaras de arcilla para que no se le pelara y quedara totalmente roja.

Le hacemos la propuesta de grabarle una entrevista en las ruinas de Vegamediana y prefiere hacerla en la capilla de Santa Bárbara, en Cistierna. «Aquello es una pena... con lo que fue Vegamediana», musita para excusarse.

Goyo, también minero, le matiza: «Lo que serán todas las cuencas en poco tiempo. Mira para Vegamediana y eso es lo que nos espera en media provincia».
Y Vegamediana sí que parece darles la razón. «Con lo que fue», que diría Gato.

Un precioso texto de una comarca, Rosario Sánchez, para un taller de periodismo llamó a este lugar ‘Un pueblo sin iglesia’, algo impensable en la provincia de León, pero es que era un pueblo de aluvión, de gente que encontraba allí trabajo y se quedaba a vivir, llegando a tener más de un centenar de habitantes viviendo en él, compartiendo espacio con las instalaciones industriales en unas condiciones penosas, envueltos continuamente en una nube de polvo de carbón. Junto a las viviendas de estos vecinos, trabajadores en su mayoría de la empresa Hulleras de Sabero, también convivían en un pabellón los trabajadores recién llegados y que aún tenían lejos a su familia. En un reducido espacio, entre el río Esla y la montaña, en Vegamediana apenas entraba el sol durante meses, acumulándose helada tras helada, por lo que era uno de los destinos más duros dentro del trabajo minero.

Así lo describía Rosario Sánchez: «Era otro pueblo más, otro poblado minero que vivía mirando a la plaza y la fuente, a donde había que ir a buscar el agua. Allí fue creciendo una batería de 16 cuarteles con tres habitaciones y cocina que se abrían al corredor de madera. En la Plazacompartían edificio la escuela en la planta alta y el economato laboral; en el barrio de abajo, una casa que, por su arquitectura marcadamente diferente a los pabellones, debió de estar pensada para los trabajadores de mas categoría; y otras tres viviendas más, en una ellasfuncionóun pequeño telar de alfombras. A la orilla del río, junto a los restos del viejo molino, la cantina». Ése era el pueblo.

Era evidente que allí la vida no fuefácil, «en un lugar polvoriento, azotado por los rigores climáticos, escasamente comunicado y en el centro de una incesante actividad laboral. Las necesidades económicas de aquellas familias obligaron a muchas familias a dar fonda a los ‘peones’, hombres generalmente muy jóvenes que por poco dinero encontraban una cama, ropa limpia y comida caliente al regresar del trabajo. Algunos eran tan jóvenes que la única madre que recordarían sería aquellamujer que, acuciada por la necesidad, les había hecho un hueco en una casa ya de por si pequeña para familias muy numerosas».

Miguel Villacorta en sus ‘Historias de la puta mina’ describe cómo eran los trabajos en aquel poblado minero. «Los infiernos de Vega Mediana arden constantes devorando el carbón. Las llamas lamen con refulgentes colores, azules, violetas, rojos, y amarillos imposibles. El humo es negro y arrastra partículas incandescentes que el aire lleva. Cuando los hornos escupen su barriga sangrante y roja, los condenados, los obreros, con sus mangueras de agua luchan contra el fuego que llora en volutas de humo y vapor. Son nubes blancas que suben y suben haciendo copos de nieve y algodón. Entonces todo el contorno se difumina con su niebla mientras los condenados tosen y tosen dejando parte de sus pulmones. Lloran con lágrimas de condenados».

Los niños y las niñas iban a la escuela a Sabero o Cistierna, también había un cierto espacio para un ocio muy singular, de la época. «Los jóvenes disfrutaban cuando la señora Socorro, que tenía una gramola, les invitaba a su casa, desde Cistierna subían los mozos a cortejar.

Los mayores a la hila, reunidos en una casa u otra, unas veces para rezar, otras para jugar a las cartas, muchas veces solamente a ‘estar’.

Y un díaen el poblado -por iniciativa del señor Izaguirre- empezó a celebrarse una fiesta, era el último domingo de agosto festividad de SantaRosa de Lima. La fiesta mayor con la misa en la escuela, cucaña en la Guada, bolos y verbena en la Plaza amenizada por los músicos de Colle. Todavía muchas las familias que tanto en Sabero como en Cistierna (y quien sabe en cuantos lugaresmás) tienen sus orígenes en un poblado minero que, sin embargo, nunca fue pueblo porque le faltó una Iglesia».

Y ahora la vida. Tanto que la única ocupación que se le ha dado a estas ruinas fue precisamente para jugar a la guerra, como escenario para un encuentro (una partida) de airsoft, jugar a la guerra de mentira, con balas de tinta de colores.

Con lo que fue Vegamediana.

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