No es país para viejos

Hoy diez muertes aquí, veinte allá, pero siempre con la rápida y tranquilizadora explicación a mano: todos ellos mayores de 70, o con estas patologías previas

Sofía Morán
22/03/2020
 Actualizado a 22/03/2020
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El virus de la viruela fue, con mucha diferencia, el más devastador y letal de su época. Afectaba por igual a pobres y a ricos, a reyes o campesinos en todas las partes del mundo. Y aunque podía atacar en cualquier edad, era especialmente agresivo con los niños menores de 10 años. Su mortalidad rondaba el 30%, y quienes sobrevivían quedaban ciegos o desfigurados de por vida.

La terrible viruela no tuvo nunca un tratamiento eficaz, pero fue erradicada en 1979 tras un programa de vacunación considerado como una de las victorias más importantes de la medicina moderna.

El médico británico Edward Jenner fue quien se dio cuenta de que las mujeres que cuidaban y ordeñaban las vacas no contraían esta enfermedad, sólo una variante parecida, pero benigna, llamada ‘la viruela de las vacas’. Su experimento consistió en inocular este tipo de viruela leve, en personas sanas, lo que conseguía su inmunización frente a la mortífera viruela.

Cinco años después de que Jenner publicara su método de vacunación, una expedición española partió de A Coruña al mando del médico alicantino Francisco Javier Balmis, con la misión de difundir la vacuna de la viruela en el continente americano. Sin cadena de frío posible, la clave del éxito viajaba en los brazos de 22 niños huérfanos de entre 3 y 9 años, ellos fueron los que funcionaron como correas de trasmisión. Con un visturí impregnado de fluido, se les realizaba una incisión superficial en el hombro, donde unos diez días después aparecían un puñado de granos (los granos vacuníferos), y de ahí se extraía el valioso fluido, antes de que se secaran definitivamente. Ese era el momento de traspasar la vacuna a otro niño. El ingenio científico de Balmis, a través de esta asombrosa cadena humana de vacunación, mantuvo el virus vivo durante toda la travesía. Y gracias a todo ello, y a todos ellos, se consiguió vacunar a más de 500.000 personas.

Parece ciencia ficción, pero es sólo ciencia.

La operación que las Fuerzas Armadas pusieron en marcha el pasado domingo para luchar contra la propagación del coronavirus, fue bautizada como ‘operación Balmis’, en homenaje a Francisco Javier Balmis y su casi increíble expedición.

Nueve días de encierro, casi 25.000 contagiados y más de 1.300 muertos. Bueno, eso era ayer, hoy serán muchos más.
Y, sin embargo, el jueves, en mi única salida semanal para cargar de víveres la cueva, la mujer que hacía cola a un metro de mí, cargaba únicamente con un triste bote de pimienta (negra y molida), como producto de primera necesidad y como la excusa perfecta para pasear esa mañana. También vi gente sin perros, sin bolsas y sin rumbo. Obras que no paran, vecinos de edificio que pasean por zonas comunes y montan pequeños grupos de debate, algunos call center trabajando como si no pasara nada, todos bien juntitos dándose calor, y miedo, y asco.

Y llega el viernes, y la DGT alerta de atascos en las salidas de Madrid, Barcelona o Vizcaya, son las escapadas de fin de semana en pleno estado de alarma.

Y no lo entiendo. Y como sigo aquí encerrada y tengo tiempo, me pregunto qué pasaría si al igual que con la viruela, esta puta pandemia fuera especialmente agresiva con los niños, quizá con los jóvenes o con los que aún estamos en edad de merecer. Y ya sé la respuesta. Sé que no habrían hecho falta multas ni sanciones de ningún tipo, porque sólo el miedo de perderlos, o de perdernos, ya nos habría atrincherado en casa.

Pero llevamos días escuchando que esto es cosa de viejos, de viejos y de enfermos. Hoy diez muertes aquí, veinte allá, pero siempre con la rápida y tranquilizadora explicación a mano: todos ellos mayores de 70, o con estas patologías previas. Suspiros, alivio generalizado. Alivio para nosotros claro, no para ellos, no para los viejos.

Nueve días de confinamiento, más de 30.000 denuncias, más de 350 detenidos por saltarse la cuarentena. Y es que hay gente que aún no entiende que lo que hagamos estos días va a cambiar para siempre la vida de los demás. También la de los niños, los jóvenes y los adultos en edad de merecer.

Sofía Morán de Paz (@SofiaMP80) es licenciada en Psicología y madre en apuros
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