Memorias de un envase

Los envases de tantas cosas (gaseosa, detergente, Cola Cao, bicarbonato, pimentón, membrillo, aceite...)siempre encontraban una segunda vida una vez consumidos, se han instalado en el paisaje de los recuerdos de tantos hogares

Toño Morala
04/07/2016
 Actualizado a 16/09/2019
Menuda tela. Primero traía el bienestar y después era el pastillero de la casa.
Menuda tela. Primero traía el bienestar y después era el pastillero de la casa.
En una ocasión, allá cuando era niño, y viajando de mi pueblo a las Asturias por el puerto de Pajares acompañando a mi padre -cuando el puerto era poco transitado y además muy estrecho; había que dar prioridad a los que subían-; pues bien, la observación de los críos en aquellos años era  impresionante, como no teníamos de nada, cualquier cosa nos encantaba y nos llamaba la atención. Allí, en Flor de Acebos, al pasar, vi una chabola entera construida de bidones grandes de aceite con sus marcas y todo. El paisano los había cortado y enderezado y le sirvieron para el tejado y las paredes; seguro que metía algunos animales allí, y de esa manera los resguardaba del frío y la nieve en el duro invierno de aquellos años. Después de esa observación, iba recordando la cantidad de envases que se reutilizaban en aquellos años de casi miseria; no se tiraba ni una botella, ni una caja de nada… todo se utilizaba para múltiples trabajos y usos diferentes; e incluso, la creatividad de los abuelos y madres daba también para que, a la vez que esos envases tenían una función o varias, además los pintaban, o los embellecían, creando verdaderas obras de arte. Pues de esa memoria de aquellos años, y de la suya, vamos a escribir hoy sobre los envases de todo tipo que ayudaron a llevar mejor la vida. -¡Arrea a la tienda y me traes cuarto y mitad de pimentón… y que lo apunte, que sea de okal, acuérdate, de okal…! Salía disparado a la tienda con aquellos pantalones cortos, pedía la vez y, como era pequeño, apenas si llegaba al mostrador, Quién  no recuerda, con botijo, el agua en botellas de gaseosa, que cerraban tan bien pues me acercaba a mirar como de aquella lata grande de color rojo y con letras, con la tapa redonda, sacaba la  buena de la tendera con aquel pequeño paletón el pimentón y me lo ponía en un cucurucho bien cerrado, previamente lo había pesado en aquella báscula de aguja externa con plato redondo de hojalata. Lo llevaba para casa apretado contra el pecho por si acaso se derramaba y bronca de la abuela o la madre. Se acuerdan de aquellas latas de galletas de tres kilos. Marcas como Cuétara, Fontaneda, Sanz… antes de emplear cartón, envasaban sus ricas galletas en latas de hojalata con una tapa grande por arriba, y algunas también tenían abertura por un costado; las vendían a granel los tenderos, lo fastidiado era que no había perras para comprarlas, había otras necesidades en las casas; así y todo, de vez en cuando, las buenas de las abuelas nos sorprendían con un par de galletas para después de cenar o para después de la merienda. Qué buenas estaban, las dejabas deshacerse en la boca para que durasen más… qué maravilla. Pero como el pan migado y la leche con azúcar, nada de nada. Quién no recuerda en el pueblo, aparte del botijo, el tener el agua en aquellas botellas de gaseosa que cerraban tan bien, y así  no se derramaba el agua cuando había que acarrear en las mañanas de la indolencia. Llevarlas en las cestas de mimbre a la era… e incluso, quién no recuerda a los hombres de la mina, con aquella media botella de gaseosa llena de vino para el almuerzo en aquellos madrugones de picar carbón y tragarlo. También recuerdo esas mismas botellas llenas de leche ya hervida y fría que llevaban los estudiantes de los pueblos para la capital, y así tomaban buena leche de nuestras vacas durante algunos días. Y con las latas aquellas de sardinillas o de escabeche de kilo; no se tiraba ni una, tan pronto servían de medida para el pienso para los animales, para la comida de los perros y los cerdos, para hervir agua para múltiples usos… y para remachar madreñas y otros añadidos; casi todas las casas tenían entre otras herramientas, una tijera para cortar hapa y hojalata. Y ya más grandes como las de aceite… pues se le ponía un asa de alambre… y además muchos abuelos eran unos manitas, y hacían el asa de madera redonda taladrada con aquellos berbiquís manuales, pasaban el alambre por medio… y a otra cosa, de esa manera los chavales no se hacían daño en las manos. Y los tambores de detergente, sí, aquellos que luego se aprovechaban para miles de cosas, desde papeleras para las habitaciones de los estudiantes, para meter pequeños juguetes; también servían para meter las cachas de los abuelos y los bastones, los forraban de papel de colores y quedaban bien guapos.
Latas de escabeche de kilo que servían de medida para el pienso,  comedero de perros...
Vamos a contar quién inventó el fantástico cierre de las botellas de gaseosa. De hecho, la segunda mitad del siglo XIX fue testigo de toda una serie de inventos para cerrar herméticamente las botellas de aguas carbonatadas hasta que el tapón corona, se convirtió en el sistema estándar hacia 1920. Aquí nos vamos a referir solamente a tres sistemas de cierre por la repercusión e importancia que tuvieron: El cierre ‘Rayo’ (lightning en su versión original), fue inventado por el americano Charles De Quillfeldt en 1875, y revolucionó las botellas de cerveza. Algunos años más tarde, en 1893, Karl Hutter, mejoró este tapón introduciendo la porcelana en la que iba insertado el disco de goma. Bastantes años más tarde, este tapón se convertiría en el más habitual en las botellas de gaseosa españolas, cuando el formato familiar de un litro de capacidad se popularizó, y recibió el nombre genérico de «tapón mecánico».

Y comentamos algo sobre la historia del vidrio. Es un material que, desde los orígenes de la Humanidad, ha estado siempre vinculado al hombre, cumpliendo una doble función: por un lado, ha servido como elemento de utilidad para el progreso de las distintas sociedades; y por otro, como motivo decorativo con el que el hombre ha expresado sus inquietudes artísticas y creativas. Muchos autores de la antigüedad escribieron acerca del vidrio. Plinio el Viejo (23 -79 d.C.), por ejemplo, narró en su ‘Historia Natural’ que «el descubrimiento de ese material tuvo lugar en Siria, cuando unos mercaderes, probablemente en ruta hacia Egipto, preparaban su comida al lado del Río Belus, en Fenicia.  Al no encontrar piedras para colocar sus ollas, pusieron trozos del natrón que llevaban como carga, y a la mañana siguiente vieron cómo las piedras se habían fundido y su reacción con la arena había producido un material brillante, vítreo, similar a una piedra artificial».
Tambores de Colón que eran papeleras; para meter juguetes o las cachas del abueloTal fue, en síntesis, el origen del vidrio. Pero lo cierto es que este material ya era conocido desde muchísimo antes y es posible que se haya ‘inventado’ en más de un lugar, pues se  han hallado restos de vidrio en zonas del Asia Menor, la Mesopotamia y del antiguo Egipto que datan de unos 5.000 años a.C. y que, según parece, no eran más que resto de esmaltes que se usaban para decorar objetos de cerámica. Los primeros objetos compuestos íntegramente en vidrio que se han encontrado datan del 2.100 a.C., con los que se empleaba una técnica similar a la de la cerámica: el moldeado. Fueron los egipcios los que impulsarían en mayor medida el uso del vidrio como material decorativo y de uso doméstico para la conservación y almacenaje de determinados productos. Hasta la Edad Media el uso del vidrio estuvo en manos de unos pocos privilegiados, que mantenían en secreto su composición y fabricación.

El mundo del envase metálico es otra historia, y que habrá que dedicarle tiempo y alguna que otra página más adelante, pues parece ser que es muy interesante ese mundo. Serían los diferentes tipos de envases y sus tecnologías de fabricación, lo que nos ha llamado la atención. Con el tiempo algunos de estos se van haciendo viejos y  representarían los modelos que se van quedando obsoletos y dejan de ser demandados. Con su imagen un tanto proverbial,  parece que las ‘latas’ son siempre iguales, que no cambian con el tiempo. Es muy común pensar que el típico bote de tomate o la tradicional lata de sardinas no han cambiado con los años y la que compramos ahora en el supermercado es la misma que la que adquirieron nuestros abuelos en la tienda de ‘ultramarinos’.  Pero no es verdad, el envase evoluciona y los actuales poco se parecen a los que empezaron a fabricarse hace ya casi dos siglos… y no tiren esos envases que ayudaron tanto a la vida en aquellos años… estoy casi seguro que se volverá a ellos y a darles múltiples aplicaciones y servicios.
Archivado en
Lo más leído