Luis Artigue: "La poesía es afrodisiaca"

Este escritor leonés de Villalobar ha regresado a la poesía después de siete años viajando por otros géneros; lo ha hecho con ‘Helena’, que ha sido elegido como uno de los finalistas del Premio de la Crítica de Castilla y León

04/03/2024
 Actualizado a 04/03/2024
Luis Artigue. | NEMONIO
Luis Artigue. | NEMONIO

Luis Artigue (León, 1974) ha publicado siete novelas y los libros de poemas 'Tres, dos, uno… jazz' (Premio Ojo Crítico de RNE 2007), 'Los lugares intactos' (Pre-textos, Premio Arcipreste de Hita 2008), 'La noche del eclipse tú' (Visor, Premio Fray Luis de León 2010) y 'La ética del fragmento' (Ed. Pre-textos, 2017. Su obra lírica está traducida y recogida en varias antologías. Tras casi siete años ha vuelto a la poesía y acaba de llegar a las librerías su libro Helena (Ed. Eolas), con el que ha sido elegido como finalista del Premio de la Crítica de Castilla y León.  
 
–Usted escribe novelas, artículos de periódico, crítica musical, reseñas de libros y demás, pero le consideran poeta…
– Es un honor para mí que soy un chico de pueblo que no encajaba, un orgulloso hijo de albañil iletrado e inteligentísimo, y de una mesonera muy espiritual y muy trabajadora y muy habladora. 

– ¿Pero quería ser poeta?
–  Recuerdo que en una ocasión, tenía seis o siete años, yo estaba en lo alto del andamio con mi padre mientras éste me enseñaba el oficio. Con orgullo me preguntó en ese momento: ¿tú que quieres ser de mayor? Y respondí: yo quiero ser poeta. A lo cual mi padre replicó: ¡poeta lo queremos ser todos, so vago!... .

– Pero no le hizo caso...  
– La vida. Poco después, como no encajaba en ningún lado, una psicóloga clínica de pago me colocó la etiqueta de “niño con altas capacidades” (un sambenito al que mis padres hicieron caso omiso, pues mi padre estaba convencido de que la inteligencia es una discapacidad). Y eso me llevó a entender pronto que lo de la inteligencia sobresaliente se asemeja a lo de la homosexualidad fuera de sitio (me refiero a que probablemente ser gay resultara una maravilla en San Francisco años 80, pero no tan fabuloso en Altos Hornos, Vizcaya, y, asimismo, un superdotado ligará mucho en Oxford, pero en Villalobar, en León, tan marciana condición, si no aprendes pronto a hacerte el tonto y a adaptarte al entorno, te condena a la anormalidad, la soledad, los excesos y somatizaciones de todo tipo, la ansiedad a la hora de gestionar situaciones de incertidumbre y a todo tipo de somatizaciones neurológicamente muy peligrosas para la salud)….  

– ¿Y qué papel juega en ese panorama vital la poesía?
– De todo eso me salvó la poesía que leía gratuitamente en todas las bibliotecas de León. Y me ayudó a comprenderme a mí mismo, y comprender el universo femenino… Entonces descubrí que la poesía es afrodisíaca. Y entonces descubrí que necesitaba interlocutores que no tenía, y huir sería una solución. Con becas estudié en Norteamérica, y descubrí que allí no existe la escisión literaria que hay aquí entre novelistas y poetas: allí todos los escritores escriben de todo… Pero no hay nada más sublime que la poesía. 

– Vamos con ‘Helena’, dice usted que Helena nació al albur de una de esas experiencias demasiado hondas como para no ser compartidas: lo escribió mientras esperaba en casa (era los tiempos de la Covid y no se podía estar en el hospital) a que su compañera de vida despertara o no tras una operación de un tumor cerebral. Y habla a tal efecto de poesía confesional…
–  En efecto la poesía confesional, por emplear la nomenclatura teórica acuñada por Macha Rosental en The Modern Poets: A Critical Introduction, es una corriente que surgió en Estados Unidos en la década de los 50. Se trata de una poesía muy personal o “del yo” que, frente a discursos totalizadores devenidos de la herencia del impersonalismo de T.S. Elliot, trata de dar testimonio y de propagar la conciencia de que cada persona es alguien en especial; que nadie es nadie.  Aunque yo personalizo y hago mía esa corriente para decir sin decirlo que este tipo de lirismo revelador es la poesía cuando no quiere ser una técnica de producción de sustancia emocional, sino ser ladrillos con los que construir barricadas de sentido.  

–  Explique un poco más lo de poesía confesional. 
-   La poesía confesional es un lirismo crudo y estridente que en mi caso  tiene tanto de significante político como de metáfora de lucha contra la pérdida de soberanía somática… En sutil contraste con la espontaneidad y el coloquialismo preconizados una década más tarde por los poetas del movimiento beat, en la poesía confesional el contenido de los poemas aparece como eminentemente autobiográfico y se caracteriza por la crudeza emocional.  

– Todo eso, ¿cómo ocurrió en Helena?
–  Cuando tuve que enfrentarme a solas al hecho de que Helena, mi persona favorita de este mundo, tras esa operación no despertó y no se sabía aún porqué, empecé a escribir poemas con rabia para no volverme loco, sin saber entonces que eso que me salía líricamente a bocajarro era poesía confesional, pero no solo… En realidad estaba haciendo eso que describe tan bien Chantal Maillard en Filosofía de los días críticos: «Se trata de indagar en la profunda oscuridad de uno mismo, en la percepción del mundo, en la conciencia del cuerpo. Busco desnudar, desenredar los hilos del yo».  

– Sin embargo en esta poesía realista pero de lenguaje frondoso y con muchas metáforas de alta resolución hay también mucha sutileza psicológica.
–  Claro: es que en el entramado identitario y político de la poesía del yo hay todo un proceso psicológico de subjetivación disidente… Y por eso la psicología es otro componente de la poesía confesional, como bien ha estudiado Piedad Bonnett. En verdad el aspecto psicológico se acentúa de una manera particular en algunos de los autores confesionales clásicos como Anne Sexton, que comenzó a escribir esta poesía a propuesta de su terapeuta…     

– En esencia, ¿‘Helena’ es un desahogo biográfico?
–  A mi juicio, no. O quiero creer que hay más que eso. Hay un grito, una forma lírica de vaciar el almacén de la ira, eso sí, pero también hay sensibilidad, hay empatía, hay amor, hay una ética del cuidado, hay un homenaje a una persona fascinante, hay un mensaje primigenio que es el de que cuidar a otros nos hace mejores, hay un canto al amor entendido como alguien que en los momentos cruciales te dice estamos juntos en esto… Y, además, estos poemas constituyen a mi entender un alegato sobre la poesía que se puede identificar con algo muy sincero. 

– ¿Sincero?
–  Recuerdo un curso de verano que, en la Universidad Internacional Menéndez Pelayo de Santander, nos impartió mi admirado Benjamín Prado; uno que se titulada Poesía: licencia para mentir, y que en su espíritu desarrollaba la idea de mi muy querido Luis García Montero sobre la poesía como un género de ficción. He aprendido mucho de ambos siempre, tanto de Luis como de Benja. Pero en este momento de mi evolución interior continua necesito que la poesía, como nos enseñó Joan Margarit, sea verdad. Necesito que, en estos tiempos en los que los sofistas le han ganado la partida a los filósofos y por eso desde el mundo de la política y el derecho se nos vende que no existe la verdad sino solo la versión de cada cual, el relato, la poesía sea un contrapeso que nos diga sin decirlo lo que nos enseñaron los clásicos: que existe la verdad, que es un ideal, y que ha de ser apreciado, anhelado y buscado con ahínco en este tenebroso mundo tan necesitado de poesía sincera escrita a calzón quitado. 

– ¿Qué significa ‘a calzón quitado’?
–  Poesía es lo que queda cuando la literatura se quita la ropa. Estoy en esto muy de acuerdo con Gabi Martínez, cuando en su libro Voy nos dice “Llego a este libro después de haber matado muchos demonios interiores. Por eso creo que desnudarme en él no ha sido en absoluto impúdico. En el mundo de hoy, en el que se ha entronizado la mentira, ofrecerse desnudo es un acto muy oportuno”. Eso es Helena: un libro que surge de la certidumbre dolorosa de comprobar que cuanto más de cerca se observa la brillantez insoportable de la muerte más difícil se hace su comprensión, y que eso parece acentuarse cuando quien vive tal apagón primordial lo entiende como un ofrecimiento perfecto. .. Y así es como lo vivió Helena. Yo lo vi. Y lo escribí.     

– Poesía autobiográfica.
–  Mi vida es autobiográfica. De hecho para el poeta, y espero que eso se contagie al lector, lo fascinante por eso no es el resultado sino el proceso. Escribir un poema confesional es sumergirse en las profundidades de la experiencia de un modo decisivamente implicado, es pasar por debajo de tu piel, atravesar el grueso de tu historia, comprender que tu vida es accidental (que puede ser esto, pero que puede ser otra cosa). 

– ¿No tiene miedo al ombliguismo; a que se le tome como un poeta demasiado centrado en el yo?
–  Creo en la poesía que, como la amistad, forma parte de la multiplicidad de prácticas de subjetivación… Y en esrte sentido suscribo lo que afirma Leslie Jaminson en El anzuelo del diablo: sobre la empatía y el dolor de los otros: La relación irónica con el dolor en el texto confesional se sustenta a menudo en el miedo a ser visto como un escritor obsesionado consigo mismo. Sin embargo detrás de cada texto personal meramente sentimental hay otro, mejor hecho, más fiel al grano fino y las contradicciones de la experiencia humana, en el que el melodrama y la autocompasión revientan las cuidadosas costuras del intelecto para que, así, el yo quede expuesto de un modo que rebasa la autoconciencia.

– ¿Le ha cambiado la vida este libro?
–  El amor tiene algo de escultor que trabaja desde dentro con un cincel y nos cambia, y en eso se parece a la poesía. Sí, hay mucho amor en este libro. Y por eso desde luego soy otro.

– ¿Ha sufrido mucho escribiéndolo?
– Permítaseme contestar con otra cita de una de mis poetas de cabecera, Anne Carson, que en Decreation, poetry, essays, opera dice: «Las heridas son fértiles. Y lo son porque encierran una promesa de autenticidad y de profundidad; de belleza y de singularidad; de capacidad de generar deseo. Inspiran compasión. Es posible escribir a la luz que irradian para conseguir, al final, una suerte de luz secundaria de otro modo luminosa. Y es que duele poner por escrito lo que duele».    

– Helena es un personaje femenino, sin embargo usted explica que estos poemas son un ejercicio de desnudez y nos hablan de su  propia reflexión interior.
–  No quería hablar directamente de Helena y su sufrimiento, pues tenía muy presente eso que dice Susan Sontag en La enfermedad y sus metáforas: “Se trata de luchar contra ese discurso decimonónico nihilista y sentimental que juzgaba atractivo el sufrimiento femenino; el que puso en valor la idea de que mostrarse triste –es decir, impotente- era una señal de refinamiento y de sensibilidad, y tal atractivo debía traducirse a menudo en enfermedad: la tristeza y la tuberculosis casi como sinónimos, y como bienes codiciados (la tristeza era interesante y la enfermedad se ponía a su servicio proporcionando, no sólo una causa, sino también síntomas y metáforas)». Helena habla de que de repente conoces a alguien de quien no puedes pasar por mucho que lo intentes.Y te haces uno con ella durante veintitrés años. Y tenéis una hija. Y bailáis juntos por la vida pasando juntos por todo. Y de repente tienes que enfrentarte a su desaparición súbita, lo cual es para ti peor que una amputación. Y, como Dante, vas por ella hasta el infierno mismo, y vuelves con una verdad que pide verso gritando lo mismo que Homero gritó sobre Helena de Troya: ¡contemplad el rostro de la mujer que hizo zarpar mil barcos! Y entonces sabes que la poesía sirve, cura, rescata y da la vida. ’

– ¿Sus maestros?
– ¡Viva Lorca! ¡Y viva Antonio Gamoneda, el Lorca de León!

Archivado en
Lo más leído