"Esta democracia hipócrita nos quiere tener amedrentados"

El novelista vasco presenta hoy en el Gran Café su última novela, ‘Los elegidos’, una road movie con singulares vagabundos, absolutamente libres

Fulgencio Fernández
25/02/2015
 Actualizado a 14/08/2019
El donostiarra Eduardo Iglesias presenta este miércoles en el Gran Café ‘Los elegidos’.
El donostiarra Eduardo Iglesias presenta este miércoles en el Gran Café ‘Los elegidos’.
Cuando hablas con Eduardo Iglesias sabes que lo haces con un vasco sin fronteras, vasco y del mundo; un ejecutivo en Hernani que se va a sembrar claveles en el Pirineo; un paseante por Nueva York al que confunden con Bruce Springsteen; amigo de Chillida a través de su mujer (hija del escultor) y desde entonces admirador del artista y el personaje; escritor para matar el tiempo mientras su novia recibe clases de guitarra de su hermano (el gran compositor Alberto Iglesias); novelista casi de culto que va creciendo en cada nueva obra... Un tipo singular que crea personajes realmente singulares, como los de los elegidos, una banda de vagabundos que viven a la sombra de una vieja y monumental iglesia comandados por un rockero retirado y un  surfista deprimido, desheredados que se hacen atracadores. Todo un mundo que hoy desmenuzará para quienes acudan a la presentación de ‘Los elegidos’, a las 20.30 horas, acompañado de su amigo Ray Lóriga y con Rafa Saravia de anfitrión.

– Llega a León con su última novela ¿Conoce  la ciudad?, ¿porqué la eligió para esta presentación?
– Sólo he estado una vez, con mi suegro, Eduardo Chillida, de acompañante. Me gustó la ciudad pero ocurrió que yo le dije al editor que prefería presentar la novela ‘por provincias’, que se decía antes, y un amigo me dijo: "Vete a León, en aquella ciudad se sabe mucho de literatura... y aquí estoy, encantado".

– Sus inicios por un lado no fueron nada literarios pues era gerente de una gran empresa en Hernani y por otro fueron muy poéticos pues dejó la empresa para cultivar claveles en el Pirineo aragonés.
– A ver. Mi padre, que era un tipo muy trabajador, fue de Valladolid al País Vasco,  se casó con una donostiarra y montó  una empresa en Hernani. Yo trabajé  con él, con 24 años ya era el gerente, pero me gustaba la naturaleza y opté por criar claveles en el Pirineo navarro. Entonces todos nos soñábamos libres y buscábamos otros caminos, pero mi padre me enseñó que había que trabajar. Y esa misma idea aprendí de Eduardo Chillida.

– Chillida, su suegro, marcó su vida.
– Profundamente, más allá de la relación como suegro, más bien como artista, como persona. Eduardo  fue mi amigo, mi maestro, el hombre que me enseñó la creación y la necesidad de hacer cada día algo nuevo... Me cambió la vida.

La novela viaja por la poética de los perdedores, son vagabundos que por no tener nada son los más libres – La hija de Chillida, su mujer, tuvo mucho que ver en que usted se dedicara a la literatura.
– Sí, fue algo curioso. Mi hermano Alberto, el reconocido músico, era su profesor de guitarra, yo iba del pueblo a esperarla y me impacientaba porque quería ir con Susana a lo que hacen los novios, a meterse mano. Entonces Susana como veía que leía mucho me dijo:«Venga, escribe algo mientras esperas». Me senté y en 40 minutos escribí un cuento titulado ‘La guitarrista y el saxofonista’, porque yo soplaba algo el saxofón, muy mal. Pero le gustó el cuento y decidí ser escritor.

– ¿Uno decide ser escritor y ya está?
– No, yo era un gran lector y después de la ‘decisión’ me metí dos años a leer, todo, de manera casi compulsiva.

– Se dice que en sus novelas tienen un fuerte componente social, que aliña con un toque muy personal, caso mágico, con humor.
– Yo soy muy anarcoide y eso se nota. Parto de la realidad pero con un punto de vista a medio camino  entre la crisis, el calentamiento del planeta, los banqueros y toda esa gentuza.

– Y unos personajes casi inclasificables, como los de ‘Los elegidos’, una banda de vagabundos, atracadores, encabezados por un rockero retirado,  un joven surfista y gente así que viven en una iglesia abandonada...
– Son, en definitiva, gente libre, que llegan a la conclusión de que ellos son ‘los elegidos’ y deciden atracar bancos. Es la poética de los perdedores, de la pérdida de los pueblos, de los abandonados...

– Y todo ello con un protagonismo especial de la carretera.
– Sí, porque es un lugar de paso, sin raíces, en la que la gente se siente más proclive a ayudar. He viajado de joven en coche por toda España, Europa y Estado Unidos y sigo viajando, la carretera  me permite perderme por pueblos donde no tengo ninguna raíz. Me interesa el desarraigo, no entiendo eso de las fronteras, el mundo es de todos y creo que el escritor debe interesarse por las utopías.

– En su anterior novela, ‘Cuando se vacían las playas’, atacaba al estado totalitario, la ciudad amurallada.
– Sí, la había ambientado en el año 2036 pero la realidad nos ha atropellado y ya es actual pues estas ‘democracias’ en las que vivimos no sólo nos están ordenando la vida, sino que nos están amedrentando. La crisis económica se ha convertido en el nuevo tótem y la hipocresía impera en la política: parece que tenemos que salir de casa asustados... Todo eso me hizo imaginar una situación en la que estas circunstancias fueran llevadas al límite.
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