"En el morral sólo llevábamos un beso de nuestra madre"

Los indianos, aquellos miles de leoneses que cruzaron el charco "sin más equipaje que un beso de nuestras madres en el morral", en definición de uno de ellos, protagonizaron una epopeya que en muchos casos les llevó a crear un imperio y en otros al olvido

Fulgencio Fernández
04/09/2016
 Actualizado a 19/09/2019
El sueño incumplido del fallecido empresario leonés Antonino Fernández, la beatificación de Isabel la Católica, para la que aportó cuantiosas ayudas.
El sueño incumplido del fallecido empresario leonés Antonino Fernández, la beatificación de Isabel la Católica, para la que aportó cuantiosas ayudas.
En las largas conversaciones de filandón nunca faltaban las historias de los familiares de los presentes que habían saltado el charco buscando fortuna, pues fueron miles. Unas historias con final feliz, en unos casos, y otras de olvido, como las que cada año va descubriendo la Operación Añoranza, de leoneses que encontraron en esta iniciativa la ocasión de regresar a su tierra muchas décadas después. Sus lágrimas, año tras año, lo dicen todo.

Son más conocidas, es ley de vida, aquellas otras de los que levantaronun verdadero imperio, historias que se han vuelto a poner sobre la mesa con la muerte reciente de Antonino Fernández, vinculado a Coronita; quien, a su vez, nos lleva hasta el tío de su mujer, Pablo Díez, el gran mito de los indianos leoneses, hasta el punto de que uno de sus ‘empleados’, Nemesio Díez Rega, es otro de los nombres triunfadores, creador de un museo en su pueblo, Portilla de la Reina, y propietario de un club de fútbol en México, el Toluca, cuyo estadio lleva su nombre. Las cifras de la emigración leonesa hacia América del Sur son espectaculares. Ana de Francia Caballero en su estudio ‘De León a Iberoamérica. 1880-1930’ señala, por ejemplo, que sólo entre 1885 y 1886 están documentados 433 leoneses que cruzaron el charco (12 por cada 10.000 habitantes), la de mayor índice de provincias no costeras y apunta como una de las causas la elevada tasa de alfabetización, lo que les llevaba a «no temer la aventura». Es curioso otro aspecto que señala: «En la Casa de Banca de los sobrinos de Fernández Llamazares se ha visto giros venidos de allende de los mares por valor de muchos miles de pesetas...». Es una de las características de la emigración leonesa, mantener la mirada hacia su tierra, hacia la familia, de hecho lo más habitual es que aquellos a los que había ido bien fueran llevando a nuevos parientes. Un caso muy llamativo fue el de Juan Guereñu, de Crémenes, quien realizó un viaje de gran riesgo para su corazón enfermo para poder estar por última vez en el corredor de su casa y respirar el aire de su pueblo. De hecho murió a las pocas horas de regresar a su pueblo pero afirmando que moría feliz.En otros muchos casos tira el ensueño de la riqueza:«En los pobres la necesidad y en los acomodados la seducción del indiano rico que vuelve haciendo propaganda (...)Nadie se conforma con lo que tiene», escribe Juan Díaz Caneja. Todo había comenzado en 1853 con una Real Orden que levantaba la prohibición de emigrar a América del Sur y pronto comenzó León a estar a la cabeza de estas estadísticas. No está muy estudiada esta epopeya pero hay cifras muy significativas:Entre los años 1885 y 1895 salieron desde León 7.879 pasajeros hacia Argentina, Méjico, Brasil y Cuba y entre 1911 y 1930 el número de pasajeros leoneses por mar fue de 63.242.La mayoría de ellos salieron de León con «lo puesto». Uno de ellos, Matías Díez, de Canseco, lo explicaba de manera muy gráfica:«Todo lo que llevábamos en el morral era un beso de despedida de nuestra madre y algún bocadillo para llegar a Gijón a coger el barco». Hay historias muy curiosas de algunos. Carlos Alonso, Cata, que se fue a Venezuela (la mayoría iban a Cuba, Méjico y Argentina) se apostaba un bocadillo con los otros pastores del pueblo que hacía el pino en lo más alto una peña», después fue uno de los grandes benefactores de su pueblo, Cármenes. APablo Díez le pagan el viaje a México en 1905 los Dominicos, de ahí que les devolviera con creces «el préstamo»; a Alfredo Regil no le pudieron dar bocadillo en casa para ir con el ganado y se fue andando a Gijón y se embarcó como polizón...

La llamada de la emigración era fuerte. Las cartas y los testimonios de los indianos muy contundentes. «Yo trabajaba en las minas de Orzonaga, de D. Vicente Miranda, y como los carbones no dan mucho de sí ganaba poco jornal; un año quedaba empeñado en 100 pesetas, otro en 200 pesetas y cada vez me empeñaba más y eso que trabajaba continuamente. Aquí (en Argentina) 30 pesos los gana un changador y la comida y éstos suponen 18 duros aproximadamente. Para ganar 18 duros allí hay que trabajar dos meses y comer a cuenta de ellos».

U otra de Raimundo Alonso, de Maraña:«¡Aquí las lentejas siempre se acaban por malograr! Allá siembras una monda de chorizo y acaba creciendo un gorrino».

La ‘marcha’ más curiosa la protagonizó Santos, El Cojo de la Mata. Se jugó a las cartas a su mujer y la perdió. Cuando fueron a ‘cobrar’ huyó a Argentina, cogió el barco sin decirle adiós a nadie, ni a su familia. Al otro lado del charco se juntó «con otro como él» y trabajaron en algo que ni Santos sabía explicar con un carro y un caballo, hasta que un día cayó ‘la empresa’ por un barranco.

Los pueblos de mayor emigración fueron Soto y Oseja de Sajambre, Prioro, Huelde, Cofiñal, Llamazares, Redilluera, Canseco, Pola de Gordón, Ventosilla, Rodiezmo, Cármenes, Buiza o Carrocera, aunque fue habitual en toda la provincia.
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