El amor no es la hostia

Desde la más tierna infancia, con nuestros primeros cuentos de hadas, las niñas sabemos que conseguir el amor romántico es una prioridad en nuestras vidas. El príncipe azul, ya saben, que cuando llega es amable y cariñoso, un lobo con piel de cordero que te enamora y te hace sentir imprescindible.

Sofía Morán de Paz
12/03/2017
 Actualizado a 15/09/2019
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En mis años de universidad, mientras cursaba la carrera de Psicología, tuve la oportunidad de realizar las llamadas ‘prácticas universitarias’, experiencias impagables que me ayudaron a relacionar los conceptos que aprendíamos en el aula con el mundo real.

Pasé uno de mis cuatrimestres acudiendo a La Casa de la Mujer de Fuenlabrada (Madrid), conociendo muy de cerca el trabajo que allí se hacía con diversos colectivos de mujeres. Talleres, cursos, orientación laboral, apoyo psicológico, asesoría jurídica… Era un lugar donde compartir, aprender y desarrollarse. Y fue allí donde yo pude palpar un mundo que me era completamente ajeno, una realidad de la que sólo sabía por telediarios y periódicos: la violencia de género.

Conocí a muchas mujeres, de aquí y de allí, algunas sin trabajo remunerado, con hijos, viviendo lejos de familiares y amigos. Otras en cambio eran jóvenes, formadas y autosuficientes, pero todas ellas se sentían igual, atadas, condenadas, incapaces de romper con una situación de maltrato. Y a mí, armada con mi ignorancia y mi ingenuidad, me costaba entender el porqué.

Desde la más tierna infancia, con nuestros primeros cuentos de hadas, las niñas sabemos que conseguir el amor romántico es una prioridad en nuestras vidas. El príncipe azul, ya saben, que cuando llega es amable y cariñoso, un lobo con piel de cordero que te enamora y te hace sentir imprescindible. Pero sin darte apenas cuenta las cosas empiezan a cambiar, te anulan poco a poco, destruyen tu autoestima, te aíslan, usan el chantaje emocional para hacerte sentir culpable. Y te vas sintiendo más sola, más insegura, más dependiente… Y es ahí cuando llegan las conductas más agresivas, más directas, y la imposición constante.

Hasta que un día te ves dando explicaciones de todo, abandonando amistades, aficiones… «para evitar problemas», te dices a ti misma. Y cuando las cosas se ponen muy feas, llega el arrepentimiento, tan sincero, tan real… y te jura que no va a volver a pasar. La súplica y la promesa del cambio, es la llamada ‘luna de miel’. Y vuelta a empezar. Porque es cíclico, y se va repitiendo sin parar, aunque la tranquilidad dura cada vez menos, y la tensión o la agresión es cada vez más frecuente.

Y cuando lo tienes delante lo entiendes, y dejas de preguntarte el porqué.

Pasé mucho tiempo pensando que esto era propio de una generación machista y retrógrada, y que las cosas mejorarían con la llegada de las nuevas generaciones. El problema es más que visible, estamos concienciados y sobreinformados, pero las muertes no cesan. Digerimos imágenes de chicos jóvenes pegando palizas a sus novias en portales.

Así que no son los de antes, también son los de ahora.

Nos lo dicen los datos de estudios y encuestas, nuestros adolescentes perpetúan las mismas actitudes y creencias sexistas que otras generaciones anteriores. Ellas dan por buenas ideas como que el amor duele, que los celos son una prueba irrefutable de amor o que por amor se puede perdonar todo (sí, también una agresión). Ellos no se identifican como machistas pero creen que deben controlar los mensajes que recibe su novia, las personas con las que se relaciona o el tipo de ropa que se pone para salir un viernes noche.

Y el problema sigue ahí porque al igual que otras muchas cosas, todo pasa por la educación. Así de simple y así de importante. Esa misma educación que nos trae de cabeza a los padres y madres de hoy en día, que vivimos muy preocupados por los ejercicios de matemáticas, o por si les ponen panga en el comedor.

Les atiborramos a extraescolares (idiomas, deporte, música…) porque queremos que sean los mejores y más competitivos, pero nos hemos olvidado de lo más importante: educar personas. Niños y niñas emocionalmente sanos, equilibrados y con una autoestima firme, para que se sientan seguros y capaces. Educados en igualdad, derribando estereotipos para que sean personas justas. Y esto, todo esto, también es nuestra responsabilidad.

Sofía Morán de Paz (@SofiaMP80) es licenciada en Psicología y madre en apuros
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