"¿Cómo van a ser malos los callos?"

Con Julio, que se fue muy joven hace pocos meses, lo complicado era ‘centrar’ la conversación pues el pozo de anécdotas que era le llevaba de rama en rama. Buenos sentimientos no se le pueden negar y buena gente también —«sólo era malo para él», recitan sus vecinos—de hecho, cuando le querías entrevistar siempre decía lo mismo: «Mejor habla con mi madre, que esa mujer sí que trabajó y bien buena que fue, el bar lo llevaba ella, que se quedó viuda muy joven y nos sacó a todos adelante. En este bar está la vida de Cabrera, entera, el trabajo y la fiesta».

Y tiene razón. Pero si no se la das se pone a hablar de Antonio El Ruso, «que le han escrito un libro», o de un forzudo que movía las traviesas de las canteras con una mano...

- ¿Y tú?
- Yo tengo vivido lo mío. Trabajé en las canteras, tengo viajado a Brasil y esos sitos del Cáribe, me casé con una de allí y me pasó aquello a la vuelta.
- ¿Aquello?
- Sí hombre. Estaba en Barajas y no me quedaba ni un duro pero tenía bastante hambre y me ofrecí a cantar una ranchera a cambio de un bocadillo... Aceptó y a la primera estrofa ya estaba allí con el bocadillo.
- ¿Le gustó?
- O para que no cantara más.
- ¿Pero no cantas bien?
- Claro, pero este chorro de voz está bien para Cabrera pero en Madrid...

Y para demostrarlo se arranca con una ranchera, voz no le falta. Después cambia de género. Qué tipo.
Baja su madre. Le riñe, siempre por lo mismo. No se cuida tiene azúcar, que ya le habían tenido que amputarparte de una pierna. Él insiste en que sí se cuida.

- ¿Qué comiste?
- Callos.
- ¡Hombre!
- Pero, ¿quién dice que son malos los callos, dónde tienen el azúcar?

Son su lógica, su mundo... Era su gracia, su forma de vivir, la misma que le llevó a unirse en la recta final de su vida nuevamente a la mujer de la que se había separado, que le cuidó como se merece un tipo como él.

Bueno, menos para él.