Cata a ciegas

José Ignacio García comenta la novela de Lorenzo G. Acebedo 'La taberna de Silos'

José Ignacio García
28/10/2023
 Actualizado a 28/10/2023
Detalle de la ilustración de la portada del libro.
Detalle de la ilustración de la portada del libro.

‘La taberna de Silos’
Lorenzo G. Acebedo (pseudónimo)

Tusquets Editores
Novela
288 páginas

19 euros

Anda revuelto, y de qué manera, el patio novelero. En los últimos meses, más que hacer quinielas sobre qué «atresmediático» iba a ganar (por decirlo de alguna manera) el premio Planeta este año, el universo de los críticos, de los especialistas literarios y de muchos colegas de pluma y tintero (o de ordenador portátil), está revolucionado con una novela, no por su categoría literaria, que también, sino porque su autor ha tenido el humor, la inteligencia, la visión comercial, el morbo, la mala baba, la obligación contractual con un sello anterior, el miedo a las represalias por determinados contenidos homosexuales e irreverentes y antirreligiosos, la desfachatez o vayan ustedes a saber, de ocultar su identidad bajo un misterioso (¿e impenetrable?) pseudónimo.


‘La taberna de Silos’, título con el que un supuesto Lorenzo G. Acebedo ha bautizado en vino a su novela –sí, en vino, bien digo– se ha convertido en la sensación literaria del segundo semestre de este 2023 que ya empieza a dar muestras de flaqueza, y por lo tanto en un flamante éxito de Tusquets, la editorial que si andaba quejicosa por haber perdido a alguno de sus baluartes en los últimos meses –y bien que lo siente el parnaso de las letras escritas y lo lamentarán sus arcas (las de la editorial catalana)– puede respirar aliviada con la inyección de ventas que está suponiendo la novela revelación de la temporada. Una novela, lo diré ya y antes de continuar, que ha conseguido aunar gustos y criterios de los lectores acomodaticios, que disfrutan con la lectura de los libros más consumidos, y los pijines exquisitos y sibaritas a los que sólo nos molan las delicadezas literarias.


Pero tanto o más que la indiscutible categoría narrativa y argumental de la novela, lo que levanta polvaredas son los rumores, los comentarios, los vaticinios, las apuestas. No hay lugar donde viaje con ‘La llamada de los libros’ (esa gira de peregrinaje literario que realizo por las capitales de provincia de la Comunidad), que no salga a colación el asunto y enseguida se planteen ternas de candidatos que ocultan su identidad tras ese sobrenombre y bajo la escritura de una supuesta ópera prima. El autor podrá camuflarse detrás de una máscara y pegárnosla con el nombre, que quizás no sea gratuito y deje más indicios de los aparentes. Lo que no cuela es que una obra con semejante poso, con esa solidez constructiva, con ese dominio del lenguaje, de la Historia y del tempo narrativo, sea la novela iniciática de un enamorado que dejó las faldas escoberas de los hábitos por las minifaldas femeninas. A otro perro con ese hueso. Quien firma esta novela, de eso estoy seguro, es escritor bien curtido antes que fraile.


Pero hablemos de los incuestionables valores de la novela, que los tiene, y como para rellenar barricas del mejor Ribera de Duero, que es el protagonista líquido, por ubicación geográfica, de la trama.

 

Imagen 91ACzQ5lydL. SL1500
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El autor –quién quiera que sea– se basa en la figura de Gonzalo de Berceo para convertirlo en un detective monacal que debe desvelar varios asesinatos que tienen lugar en el monasterio de Silos y en su entorno, ya que no sólo son frailes, sino los cabecillas de una familia señorial los que pierden las suyas. Y alrededor del poeta de clerecía se reúne un reparto de frailes, novicios, abades, priores, cantineras, sarracenas hechiceras y especialmente un eterno borracho dotado, sin embargo, con la más amplia erudición sobre la elaboración de vinos y destilados, la curación (cual galeno) de heridas y males, y otras habilidades prácticas y parlantes que lo convierten en el actor secundario más camelador, en un pícaro de cuidado.


Alguien me espetó hace unos días una insensatez de dimensiones colosales. Se atrevió a compararme esta novela con ‘El nombre de la rosa’, la obra maestra que hizo inmortal a Umberto Eco. Apañado va el paisano. Si porque los hechos transcurren en un convento y una abadía medievales, mueren varias personas, y unos frailes –Gonzalo de Berceo, Guillermo de Baskerville– se encargan de las investigaciones, se quiere meter a ambas novelas en la misma alforja, no compro el razonamiento. Simplemente porque ambas novelas son incomparables, entre sí y cada una a su manera. En la que se desarrolla en el bendito suelo burgalés se busca un testamento, no un libro prohibido, se aprende a criar vino de excelente calidad, y los avatares de numerosos personajes van tejiendo una historia de codicia, de ambición, de pederastia, de crítica contra la iglesia y sus prebostes, de canibalismo, de relaciones homosexuales y lésbicas, de ausencia de celibato a tutiplén y de saltarse el voto de castidad a la torera. Al final, en la novela de llamémosle equis, más que la investigación detectivesca prima la rotundidad de un argumento contado con un lenguaje y un pulso magistrales y que –lo diré ya– quieren sonarme mucho. Pero mucho, mucho.


Y es que con esta novela de incógnita procedencia me pasa como con alguna de esas catas a ciegas en las que uno reconoce el vino oculto que esta paladeando, porque tiene la sensación de haberlo bebido antes. Eso me ocurre con ‘La taberna de Silos’. Tengo casi la seguridad –sería de orate presumir de certezas absolutas, por si las moscas– de que yo ya he catado antes este caldo, de que ya he leído a este autor (porque de su masculinidad, a estas alturas no me quedan dudas). Y si no fuera quien yo creo que es, mi patinazo -tampoco imposible- sería de órdago a la grande. Pero da la casualidad de que en varios jurados literarios -en esas catas a ciegas donde la identidad del escritor se oculta tras una plica cerrada- he acertado anticipadamente con el nombre solapado de los autores de varios relatos y novelas por algo que se llama estilo, y que es inherente a tantos escritores de aquilatada categoría y notable recorrido.


No voy a cometer aquí la estupidez de desvelar la identidad de mi candidato. Por si me equivoco o, lo que es peor, por si atino en el corazón de la diana. Algunas personas que me conocen saben por quién he apostado en esos bailes de suposiciones en los que he expuesto pruebas que me parecen apabullantes y concluyentes. Unas pruebas que, sin embargo, de estar equivocado, no serían más que indicios erráticos que condenarían a los infiernos mi presunta y discutible solvencia crítica, mi olfato de sumiller literario.


Así que no sigan mi ejemplo. Olvídense de hacer quinielas que casi nunca tocan y caten sin pañuelos en los ojos el caldo delicado de este tonel de palabras. Su añada es excepcional, su buqué sedoso y encastado a la vez, y el retrogusto que deja en el paladar no puede ser más sorprendente. Como esas carreteras que muestran tras su última curva el inquietante acceso al paraíso.
 

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