Antonio Gaudí vs. Sigmund Freud

Gaudí. el poder de las imágenes (3ª parte)

José Mª Fernández Chimeno
10/08/2023
 Actualizado a 10/08/2023
Estación de FF.CC. de Puigcerdà  (1924).
Estación de FF.CC. de Puigcerdà (1924).

«Esa actitud no era sincera. Nos pretendíamos dispuestos a sostener que la muerte es el desenlace necesario de toda vida, que cada uno de nosotros era deudor de una muerte a la Naturaleza y tenía que estar preparado para saldar esa deuda; en suma, que la muerte era algo natural, indiscutible e inevitable. Pero, en realidad, solíamos comportarnos como si las cosas fueran de otro modo. Hemos intentado silenciarla e incluso decimos, con frase proverbial, que pensamos tampoco en una cosa como en la muerte. Hemos intentado matarla con el silencio; y aun…». [Consideraciones de actualidad sobre la guerra y la muerte / Sigmund Freud]


No es nada fácil imaginar aquello que pasaba por la atribulada mente de Antonio Gaudí, momentos antes de su “encontronazo” con un tranvía, en el cruce de las calles Bailén y Gran Vía de Barcelona, el 7 de junio de 1926. Y, sin embargo, a sus setenta y tres años, creo que en más de una ocasión llegó a enfrentarse a sus contradicciones en lo que concierne a la existencia que había llevado y seguramente llegó a las mismas conclusiones que su contemporáneo, el Dr. Sigmund Freud (1856/1939); por cuanto: «Nadie puede, a riesgo de caer en generalidades vagas, definir con precisión lo que es una vida exitosa, pero todos saben de forma instintiva lo que es una vida mala o fea». (Un instante eterno (Filosofía de la longevidad) / Pascal Bruckner).


El viaje de regreso a uno mismo nunca debe ser precipitado, ha de llevar su tiempo…, y Gaudí se lo tomó con creces. Más que ver acabada la obra de la Fachada del Nacimiento [ver artículo publicado en LNC, titulado: Gaudí. El poder de las imágenes (2ª Parte) (22-06-23)], con la obsesión de que sirviera de modelo para la construcción del Templo Expiatorio de la Sagrada Familia, fue el trabajo, el sentir el movimiento del camino, aquello que le hizo seguir adelante. Incluso a una edad respetable, todavía no era todo lo que podría ser: “un guía”. Había cansancio en él. ¡Cómo no!, después de una infancia llena de dolencias físicas, de una crisis existencial a los 40 años, y de una nueva enfermedad grave (fiebres de Malta), que le obligó a retirarse de la dirección de obras para recluirse en Puigcerdà, donde empeoró y, creyendo llegada su hora, hizo testamento. Pero, consiguió sacar fuerzas de flaqueza para «cual monje iluminado» concebir la Fachada de la Pasión. Una vez recuperado, con las lecturas de un religioso camilo, paisano de San Juan de la Cruz, retornó a Barcelona y decidió plasmar en un boceto sus visiones febriles.


Es sabido que «el niño que sufre a menudo se convierte en un adulto fuerte. Recordar todos los males de los que hemos escapado fortalece nuestra confianza a la hora de superar el reto en la vida». La única ventaja de una enfermedad temprana y de cierta gravedad, es que uno está preparado para cuando, entrado ya en años, tiene que cuidarse; y Gaudí seguro que estaba preparado, incluso para aceptar la muerte de forma estoica, pues es un fatalismo inevitable en el que la prueba más dolorosa debe ser acogida con resignación.

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Vista del Templo Expiatorio de la Sagrada Familia (1925).


La Primera Guerra Mundial (1914/1918), y sus víctimas contadas a millares, inspiraron al psicoanalista austríaco a escribir sobre el tema -como hizo en «Consideraciones sobre la guerra y muerte» (publicado en 1915)- y a afirmar que la muerte ya no podía desmentirse. El siglo XX trajo un cambio rotundo, y la muerte se volvió «pornográfica», según la definieron algunos «se convirtió en un tema que espanta, revestido del halo de lo prohibido, y cuya mención es necesario eludir tanto como sea posible. Se fueron reduciendo al mínimo todos los rituales de la muerte. Ya no se muere en público, sino en una sala de terapia intensiva en un hospital, y el luto prácticamente no tiene lugar, sobre todo en Occidente. Esto trae incidencia en la elaboración de los duelos, y en la visión que tenemos de la muerte», explica Cortazzo.


El médico neurólogo y escritor austriaco, Sigmund Freud es considerado el padre del Psicoanálisis y una de las mayores figuras intelectuales del siglo XX. Freud, de origen judío, es autor de «Introducción al psicoanálisis» (1916),«Tótem y tabú» (1913), y «La interpretación de los sueños» (1900). Dejó escrito, entre sus frases célebres, que: «Si quieres poder soportar la vida, prepárate para la muerte». Frente al escándalo de la muerte, la filosofía o la psicología, tan eficaces en sedantes como las religiones, el célebre arquitecto eligió esta última. Asistía a misa diaria en San Felipe Neri, donde practicaba sus devociones religiosas personales. El doctor Santaló (amigo personal de Gaudí) no ejerció la Medicina como profesión más que dos años, pero sí fue el médico de cabecera de su amigo Anton. En los últimos tiempos, Santaló iba por la tarde a la Sagrada Familia a recoger a su amigo y los dos, a pie, caminaban hacia el barrio gótico. Santaló se quedaba en el Ateneu y Gaudí seguía hasta el Oratorio de San Felipe Neri.


Si la gloria está reservada solo para unos pocos héroes y la santidad para unos pocos justos, ¿dónde podemos ubicar a los magister operi que tocan la gloria y rozan la santidad, como fue el caso de Antonio Gaudí? En la creencia de que Dios existe, el alma, según él, debería alegrarse de ir definitivamente hacia la Verdad. La misma “verdad” que buscó en vida con afán. En su madurez se presentaba a sí mismo como un arquitecto griego y repetía a sus discípulos la definición de Platón, que recogía el ideal del hombre griego: «La Belleza es el resplandor de la Verdad». Una “verdad” que se afanó en pergeñar en la Fachada de la Pasión.


Sin embargo, aquello que salió de su “mente febril” no era nada bello, pues: «Si hubiera comenzado construyendo esta fachada, la gente se hubiera desengañado. En contraste con la del Nacimiento, decorada, ornamentada, turgente, la de la Muerte es dura, pelada, con huesos […] Expresa la verdad y el dolor de la vida […] La fachada actual de la Pasión la proyecté en el dolor, en 1911, cuando estaba enfermo en Puigcerdà, y donde llegué a estar tan grave, que, al ponerme en el baño, oí que una de las personas que me sostenían susurró: “Ha muerto”». (El pensamiento de Gaudí / Puig Boada]. Quizá por eso, luego se le eximió de toda crítica (como si ya estuviera muerto), se le perdonaron todas las excentricidades de un carácter vehemente, disponiendo que de mortuis nil nisi bene, y hallando justificado que en la oración fúnebre y en la inscripción sepulcral se le honrase y se le ensalzase. Pero Antonio Gaudí se recuperó, “volvió de la muerte” como Lázaro, y a los cincuenta y nueve años proyectó la Fachada de la Pasión.

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Sepelio multitudinario de Antonio Gaudí (1926).


Esta es una representación espectacular de la muerte y resurrección de Jesucristo. La sobriedad de la fachada se manifiesta por la presencia de columnas en forma de huesos cuyos vectores de fuerza convergen en la Resurrección…, y coge mayor dimensión gracias a las esculturas cargadas de dramatismo y enorme expresividad, exagerando hasta el paroxismo el «poder de las imágenes» [ver artículos en LNC, titulados: Gaudí. El poder de las imágenes 1ª & 2ª Parte]. Gaudí quería que la fachada «llegase a dar miedo», introduciendo al observador en el drama de la existencia humana y que este se identificara con el drama de Jesús en la Cruz. Mas, no fue hasta seis años más tarde que Gaudí elaboró el boceto definitivo que sirvió de guía para generaciones posteriores. ¡Sin pretenderlo, se convirtió en “un guía” para los futuros arquitectos, dejando para la posteridad sus tres tendencias-manifiesto! Aunque la Fachada de la Pasión se adapta a una rabiosa estética moderna, esta se empezó a construir con posterioridad a la muerte del arquitecto, y sería otro artesano quien dejó su propio sello artístico: Josep María Subirachs.


Llegados a este punto, puedo arriesgar el aserto de que, en el fondo, Gaudí, desde aquel día fatídico, y con la confianza de un adulto fuerte, en algún momento de su agonía hizo examen de conciencia y recuento de su prolija existencia; sus últimas palabras fueron: “Amén, Dios mío”.


Igualmente, que de haber conocido que en él se cumplía la nueva sentencia de Freud, si vis vitam, para mortem (si quieres soportar la vida, prepárate para la muerte) se habría dado por satisfecho. No obstante, contraviniendo al psicólogo, quien, a su vez observó en 1915, en plena Gran Guerra, «que la sociedad ya no aceptaba el carácter natural de la muerte y la reducía al rango de accidente fortuito, enfermedad, infección y ancianidad (o guerra)» [Consideraciones de actualidad sobre la guerra y la muerte], podemos afirmar -basándonos en la evidencia de las imágenes, tras el “accidente fortuito” que acabó con su vida- que el sepelio de Antonio Gaudí fue tan multitudinario y las manifestaciones de luto, impotencia y dolor fueron tan sinceras entre la sociedad barcelonesa, que han quedado para los anales de la historia como testimonio universal del tributo que rinden los pueblos a quienes se convierten en “sus guías”.


En los próximos meses la Asociación civil pasará a ser Asociación Canónica de Antonio Gaudí. Una iniciativa del Arzobispado de Barcelona para impulsar, más y mejor, la causa del siervo de Dios Antoni Gaudí.

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