El adverbio más importante

José Ignacio García comenta la novela de Antonia Lassa 'Llevar en la piel'

José Ignacio García
04/11/2023
 Actualizado a 04/11/2023
La autora Antonia Lassa (heterónimo de Luisa Etxenike).
La autora Antonia Lassa (heterónimo de Luisa Etxenike).

‘Llevar en la piel’
Antonia Lassa (heterónimo de Luisa Etxenike)

Nocturna Editores
Novela
208 páginas

16 euros

Una de las grandes ventajas que conlleva la vocación de crítico literario es la de tener acceso a libros que, probablemente, no se habrían mostrado ante mis ojos si siguiera siendo sólo el lector voraz e insaciable que casi siempre fui.
Este empeño de escribir literatura sobre la literatura que otros escribieron antes me ha permitido realizar hallazgos casi tan fantásticos como un huesecillo de cuatro mil millones de años escarbado inesperadamente en un yacimiento arqueológico.


Uno de esos descubrimientos casuales y casi milagrosos tuvo lugar el año pasado. Lorenzo Rodríguez Garrido, responsable de comunicación de Nocturna Ediciones, me envío –demostrando una paciencia infinita– una novela (y resalto su gesto de infinita y perseverante paciencia porque antes me había remitido otros libros que no llegué a atender como seguramente se merecieran). Esa novela, de apariencia no demasiado significativa, estaba firmada por una escritora que sólo me sonaba de oídas muy lejanas, como un eco que me había llegado alguna vez transmitido por otra voz.


Así planeó entre mis manos ‘Cruzar el agua’, la magnífica novela de la escritora donostiarra Luisa Etxenike que, aún hoy, sigue cosquilleando efervescentemente en mi memoria. Y, quizás por eso, esta vez se lo he puesto más fácil a Lorenzo cuando me ha remitido ‘Llevar en la piel’, la nueva criatura narrativa de Luisa Etxenike, firmada en este caso con el heterónimo de Antonia Lassa.


Haber leído una novela que me ha gustado mucho no siempre juega a favor de su hermana menor, porque le voy a exigir a la recién llegada la categoría de la anterior, y con harta frecuencia los autores no son capaces de mantener o mejorar la raza de su estirpe narrativa. Por eso me desoló esa forma de sentirse defraudado que es la indiferencia cuando consumí expectante las primeras páginas de esta novela presuntamente negra y policiaca sin que sucediera nada brillante, esas cuartillas interpretadas por el comisario Cannone en las que el único interés que me aferraba a la narración consistía en ver en qué desembocaban sus peripecias odontológicas. En eso, y en que esperaba que el talento de mi paisana easonense asomase antes o después por ese territorio galo en que la novela está ambientada.


Entonces apareció en escena el detective y abogado (o viceversa) Albert Larten y empecé a entenderlo todo. Lasso (o Etxenike) había practicado desde el principio un juego de contrastes, me había mostrado primero al anodino y rutinario policía antes de deslumbrarme con el poliédrico Larten, un individuo pródigo en matices que no podía dejar de paladear, como esos vinos excelsos que aportan sensaciones sorprendentes y diversas en cada breve sorbo que se los da.


Supuestamente, ‘Llevar en la piel’ es una novela encorsetada en los recursos propios del género negro: un asesinato, una investigación, un sospechoso, un sendero de pruebas circunstanciales o concluyentes, y de repente una trocha antes desapercibida que puede aportar alguna luz en medio de la oscuridad.

 

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Portada de la publicación. | NOCTURNA EDICIONES

La autora no se desvía del guion argumental arquetípico, pero son los personajes, el ritmo, las conversaciones y las situaciones las que le dan a la novela una tonalidad especial, como si estuviera recubierta de una purpurina aristocrática que no deja de brillar.


La trama gira entorno a desvelar el enigma típico. Una vez más se trata de encontrar al causante de un crimen que ya resulta original desde su planteamiento, la fallecida es una mujer octogenaria y acaudalada que aparece desnuda y quemada con ácido en un apartamento impropio de su condición de millonaria. A partir de ahí surge un claro aspirante al que cargarle el muerto (la muerta en este caso) y la policía tiene prisa por dar carpetazo al asunto. Caso cerrado.
Pero ese joven sospechoso, marinero noctámbulo, compositor de melodías extrañas y dueño de un talante inquebrantable, recurre a esa llamada de rigor a la que todo reo tiene derecho y a partir de ahí se despliega un baile que deja de ser verbena provinciana para convertirse en ópera magna.


Que no espere el lector tensiones extremas ni intrigas dilatadas en tiempo y paginado innecesarios. Larten va al grano, demuestra su olfato infalible, su intuición a prueba de criminales esquivos y de comisarios y jueces remisos a aceptar sus teorías que, más que esbozar suposiciones, evidencian realidades certeras. Así resuelve el enigma en un santiamén, con la facilidad con que un aritmético avezado desentrañaría en pocos minutos el sudoku más intrincado ante la admiración de una concurrencia perpleja.


¿Dónde radica entonces la magnificencia de la novela? A mi juicio, en los escorzos que van trazando los personajes, en los silencios, en la excitación callada, en un baño continuo de sensual sutileza, en la dignidad del preso y sus valedoras, en las relaciones humanas, en los juegos amorosos confiados y sin edad, en los miedos y los deseos que no rechazan la ambigüedad apariencial de algún personaje ni ponen barreras a las relaciones entre los amantes en función de la edad que figure en la documentación o de las huellas que la carcoma corrosiva de la edad haya tatuado en forma de arrugas en ciertas pieles. En suma, en la infinidad de detalles que nos hacen reflexionar acerca de aspectos de la identidad y la convivencia humanas que no suelen ser habituales en la gente que protagoniza historias normales.


Y, por encima de todo, como levitando, emerge siempre un Albert Larten colosal, un hombre fascinante, revestido de aristas, de cierta inclinación y atrezos femeninos, como si su orientación sexual no terminase de estar determinada, a pesar de su altura y de su apostura masculina. Un ser camaleónico que tiene su despacho en una autocaravana y que es capaz de resolver un crimen a partir de un rasguño imperceptible que no ha terminado de cicatrizar.


Asegura la autora que las buenas novelas son siempre de fiar. Los buenos amantes y los buenos amigos, también. Esas novelas y esas personas fiables son siempre exquisitas, como la narrativa de Antonia Lasso (o de Luisa Etxenique), ese denso placer que únicamente está al alcance de lectores elegantes.


En el ocaso de la trama piensa Larten, en otro arrebato de genialidad, que «todavía» es el adverbio más importante de la vejez. En mi opinión, también es el adverbio de la esperanza. Y un acicate para los que en lugar de seguir leyéndome no se han puesto ya el abrigo y van camino de su librería, corriendo y sin miedo a que se los lleve volando la borrascosa Ciarán.
 

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