Adiós a Miguel Cordero del Campillo: Viaje de vuelta hasta el Cueto de Vegamián

El ex rector de la ULE nació en Vegamián, "en la casa de mi abuela", y dejó dicho su deseo al morir: "Que depositen mis cenizas en la cara norte del Cueto de Vegamián", el mismo que veía desde su casa natal

Fulgencio Fernández
16/02/2020
 Actualizado a 16/02/2020
El pequeño Miguel (primero de la tercera fila por la izquierda) en la clase preparatoria de ingreso en Bachillerato y sus padres, Nicolás y Anunciación.
El pequeño Miguel (primero de la tercera fila por la izquierda) en la clase preparatoria de ingreso en Bachillerato y sus padres, Nicolás y Anunciación.
«Yo nací (1925) en la casa de mi abuela, en Vegamián, en la misma habitación en que había visto la luz mi madre y en la que se engendró mi hijo Miguel. Una estrecha ventana, que daba a un corredor típicamente montañés, permitía divisar el circo montañoso que se inicia en el Peñaruelo y acaba en la Peña del Cueto».

Así narraba el recientemente fallecido Miguel Cordero del Campillo su llegada al mundo, en el ya inexistente pueblo de Vegamián, con una ventana que miraba hacia la peña del Cueto.

El profesor Cordero del Campillo fue desvelando en sus últimos tiempos algunos detalles sobre la que intuía cercana muerte. Uno de ellos era su última voluntad sobre el lugar en el que quería que fueran esparcidas sus cenizas: Fue en 2014, en una comparecencia pública explicó: «No tengo miedo a morir. Me preocupa más el dolor y el sufrimiento que pueda provocar en mi familia. Pensar en la muerte no es nuevo para mí y sobre ella ya lo tengo decidido, y aunque no lo he dejado escrito aún mi familia lo sabe, quiero que me incineren y depositen mis cenizas en la cara norte del Cueto de Vegamián. Yo nací allí».El mismo lugar que reconocía estar entre sus primeros recuerdos.

En aquella misma ocasión había dado cuenta de otra decisión relacionada con su muerte. «He donado mi cerebro a la ciencia. Así consta ya en el registro del Banco de Cerebros de Salamanca desde el 4 de marzo de 2013, cuando firmé la solicitud. No fue sencillo, tuve muchas dudas antes de hacerlo pero estoy convencido de que hay que investigar. Hay que saber cómo se producen las alteraciones neurológicas y cómo han llegado a ese desvío (hablaba del alzehimer). Esto hay que saberlo para buscar un antídoto y eso requiere donativos».Y añadía que lo había hablado con su hijo Miguel, médico e investigador en el Clínico y la Universidad de Salamanca. «Que hagan lo que estimen más oportuno con mi cerebro».

Su adiós, por expreso deseo suyo y de su familia, fue en la intimidad, en silencio. Seguramente su cerebro ya está en poder de la ciencia y sus cenizas en el Pico Cueto. Un viaje de Vegamian a Vegamián, de alumno de la Universidad a rector, de disparar con el arco a las gallinas del corral de su madre a investigar en medio mundo.

Vegamián, pese a salir pronto a estudiar, marcó su infancia y sus regresos en vacaciones. También recordaba las penurias de la época: «De los anteriores a la guerra me queda la memoria de la miseria en que vivían los guardias civiles, en aquel caserón, con un retrete para cada tres familias, y unossueldos que hacía exclamar a don Olegario Llamazares, médico de la guardia civil, dirigiéndose a mi madre: ¿Pero cómo podéis arreglaros con el sueldo?».

Y el propio Miguel Cordero le respondía al recordado médico. «Se arreglaban acudiendo a lavar al río, bajo el puente de hierro de la Estación del Norte; haciendo camisas, calzoncillos y jerseys; remendando culeras de pantalones; cosiendo zancajos de calcetines hasta altas horas de la noche; dando vueltas a los abrigos; haciendo que las prendas pasaran de unos hijos a otros; estirando increíblemente las pesetas y recorriendo comercios y mercados para multiplicar los magros ingresos. Mi padre nos ponía suelas a los zapatos... (...) Con todo, siempre decía mi madre que tenía la impresión de que eran más los demonios que el agua bendita».

Es curioso cómo los nietos endulzan los recuerdos y de esta visión de su infancia, de cierta dureza, saltamos a la que le ofrecía a su propia nieta en una entrevista para la revista del colegio que en estos días ha recuperado el periódico digital Leonoticias. Le pregunta por su infancia y el abuelo Miguel (Cordero) le cuenta. «Entonces nos gustaban mucho las películas de vaqueros y claro yo me hice mis armas. Por un lado cogí un hacha y me dediqué a afilarla. Un día estaba subido en un fresno que había en la plaza del pueblo, cuando una vecina me recriminó que había roto una rama y que se lo iba a decir al presidente. Yo, asustando, me tiré del árbol y al caer el hacha me hizo un corte en el brazo del cual aún conservo la cicatriz. La otra arma que fabriqué con las varillas de un paraguas viejo fue un arco. Tenía buena puntería y un día una gallina que no quería entrar al gallinero se convirtió en mi diana, con tan mala suerte que le acerté y la maté. Me la cargué en un doble sentido porque al día siguiente nos la comimos y porque me zurraron bien».

Y siendo de Vegamián su biografía no pudo evitar estar atravesada por el final de su pueblo, condenado bajo las aguas del pantano que entonces llevaba el nombre del pueblo y hoy es el de Juan Benet, el escritor e ingeniero que proyectó y dirigió las obras. «Todo quedó bajo las aguasembalsadas del Porma, a partir de 1967-68, periodo particularmente triste para mí, pues en él perdí también a mi padre. He sufrido serena y muy hondamente aquel sacrificio y las miserias que lo acompañaron: las trampas y mezquindades de algunos vecinos caciques; la cicatería de las indemnizaciones, entregadas con cuentagotas por algunos funcionarios sin alma; la tristeza de la erradicación y tantas cosas más. He bajado, por dos veces, a aquel solar de desolación cuando ha quedado vacío el embalse... Pero el sacrificio no ha sido inútil, a pesar de la consuetudinaria ineficacia de la administración nacional, que ha aplicado condesesperante retraso las medidas conducentes a obtener beneficios de aquella obra».

Esta segunda parte de su exposición, de comprender el sacrificio, le supuso alguna polémica aCordero del Campillo frente a quienes no entendían que pudiera haber ninguna justificación.

Siempre se confesó Cordero como creyente, creía él que por influencia de su madre: «Como buena montañesa mi madre era de fe sencilla y de profunda raíz. No sé qué influencia ejerció mi madre en el mundo religioso, pero lo cierto es que en el hogar aprendimos y practicamos los principios de la religión católica». Que con el tiempo le servirían para una recordada intervención como senador.
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