21/04/2015
 Actualizado a 07/09/2019
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Suele ocurrir que, cuando a alguien le van bien las cosas, se atribuye todo el mérito a sí mismo y se olvida de Dios; pero, cuando las cosas van mal, se le echa la culpa a Dios. Resulta cada vez más frecuente que algunas personas ante la muerte de un ser querido, sobre todo si es joven, ya no quieren saber nada de la celebración de un funeral religioso, como signo de protesta contra Dios. Y se suelen oír frases muy duras contra Él, como si fuera un terrorista que mata a alguien o pone un atentado.

Algunos filósofos existencialistas, como Albert Camus, basaban su ateísmo en la existencia del mal en el mundo, particularmente en el sufrimiento de los inocentes. Decían que, si Dios existiera, no podría permitir esos males. La verdad que no es lo mismo negar a Dios que culparlo de estos males. En el segundo caso no se niega su existencia, sino que se protesta contra Él, pero tal vez sería más coherente una actitud de respeto y humildad ante su inmenso poder.

Se ha hablado y escrito mucho en las últimas décadas del «silencio de Dios» y hasta puede dar la impresión de que ahora hay un eclipse de Dios. Además de las catástrofes naturales y accidentes que se producen en virtud de las leyes de la naturaleza, estamos asistiendo a una serie interminable de horrores producidos y provocados por el ser humano, entre los que cabe destacar el drama del hambre en el mundo, las guerras, el terrorismo, la explotación, o el genocidio a que están siendo sometidos muchos cristianos.

Tal vez más de uno se pregunte a ver por qué Dios no interviene, por qué no hace algo. Una posible respuesta es porque respeta las leyes de la naturaleza y la libertad humana. Claro que podría intervenir y no es descartable su intervención, pero tampoco podemos olvidar que para Dios un día es como mil años y mil años como un día, y que la paciencia de Dios es infinita.

No olvidemos que Él es la primera víctima del desprecio y abandono del ser humano y que, a pesar de todo, no se cansa de esperar nuestra conversión y que su misericordia no tiene límite. ¿Por qué no cambiamos nosotros? El mundo cambiaría bastante.
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