La otra Plaza del Grano

José María Fernández Criado
09/07/2018
 Actualizado a 18/09/2019
La remodelación de la Plaza del Grano hace un mes que llegó a su fin según el proyecto del arquitecto Ramón Cañas ganador del concurso que a tal efecto se convocó. De todos es conocida la polémica suscitada entre la ciudadanía leonesa a este propósito. En ella se enfrentaron (hay que decirlo así) por una parte, un sector importante de la sociedad leonesa muy sensible a la singularidad de la plaza y a la alteración de la misma que de tal proyecto se temía. No voy a contar aquí los recursos presentados, llamamientos del mundo de la cultura, pronunciamientos, manifestaciones, reuniones, performances, guardias permanentes, resistencias (incluso físicas)… realizados por estos, digamos conservacionistas, otros dirían románticos, o nostálgicos en la acepción negativa de ‘regreso’ que le viene de su raíz griega. Los tiempos son de progresismo.

Hubo otro sector de población, por acción u omisión mayoritario, que veía muy oportuna y necesaria una solución, la que fuera, que supusiera su adecentamiento ante el deterioro ocasionado por la incuria municipal de muchos años y gobiernos. Unos ganados por ese espíritu imperante de normalización general, de homogenización, de estandarización, de que todo sea igual, de que nada suponga un esfuerzo de comprensión y convivencia con lo distinto; otros simplemente guiados por criterios más bien pragmáticos como la dificultad de las aceras, la inaccesibilidad no sólo para minusválidos, incluso para el tránsito con tacones; y también quienes apelaban a la hoy apodíctica razón ‘la puesta en valor’ (¡a saber qué valor!). Todos estos encontraron apoyo en el promotor de la remodelación, el ayuntamiento, con toda su fuerza institucional, la propagandística y la coercitiva.

Pues bien, la plaza ya está hecha e inaugurada con todos los parabienes y auto-elogios con que la parte ganadora se complace sin que nadie haya hecho una mínima consideración sobre el resultado en otro sentido. En los días previos a su inauguración, se veían pasar visitas de simples curiosos o de altas personalidades que se felicitaban de la ejecución de la obra, de lo bien que ha quedado y de qué era lo que querían aquellos que tanto protestaban; «¿no está ahora mucho mejor?». Pues a lo mejor, no.

En estos tiempos, las restauraciones/recuperaciones de lo antiguo están a menudo tan sometidas al principio de la eficiencia y la eficacia, que se propende a la adaptación de las mismas a intereses espurios, cuando no directamente a la demolición. Véanse los últimos derribos de antiguos edificios ya testimoniales en nuestra ciudad. En el caso que nos ocupa, se diría que no se ha llegado ahí. Sería inimaginable; aunque no tanto si se piensa que no faltaron (ni faltan) quienes propusieran soluciones más expeditivas. De todos modos, lo que aquí se ha producido, llámese restauración, remodelación o reconstrucción, para el que esto suscribe, fue una sustitución.

El problema de la conservación de una obra singular, y ésta lo era por su doble cualidad de única pieza arquitectónica de estas características en León y dilatadísimos alrededores, pero sobre todo por su misma belleza, el problema digo, es el respeto de cualquier intervención a eso que Walter Benjamin decía que caracteriza a la obra de arte, ‘el aura’, a su ‘unicidad’ que la hace ir-replicable, infalsificable, debido a su origen cultual, en lo sagrado. El ‘aura’ no admite ni réplicas ni copias. Lo ‘único’ sólo pide respeto. Más allá incluso de la sensación estética que pueda producir; y obviamente, muchísimo más allá de la utilidad.

Es difícil admitir que ese respeto se haya conseguido en la Plaza del Grano cuando han sido tan alterados los elementos que le conferían precisamente ese ‘aura’, que son más profundos que el ‘aspecto’: las técnicas y los materiales. La sustitución de la tierra cernida, por morteros a base de zahorra y cemento bastardo (nos ahorramos aquí la paronomasia y la polisemia de estos términos) para recibir los cantos originales; la misma tierra que los rejunta, cribada que no cernida, con más chinas que grijo y que, bailando como granas de mora entre los dientes, difícilmente podrá aglutinar las piedras; la piedra caliza griote de las aceras, escuadrada a máquina, sustituyendo las viejas lápidas del antiguo camposanto leonés; esos cortes a cuchillo de las aceras con su anchura desmedida que matan la singular irregularidad del perímetro invadiendo la plaza y destruyendo el antiguo trazado que recorrían discretamente las esquinas; la nivelación del empedrado con las aceras en lugar de los bordillos, lo que eleva el pavimento y provoca unos declives que embudan más la plaza y hunden más la fuente neoclásica del centro; el anterior suave alomado de las bandas suplantado por lo que más parece un abovedado y que dificulta más el paso…. «de personas con problemas de movilidad reducida» como se invocaba en el proyecto…
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