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Indignación leonesa

28/05/2018
 Actualizado a 13/09/2019
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Dime qué te indigna y te diré quién eres. El americano Philip Roth, fallecido el pasado martes, dice que su novela: ‘Indignación’ lleva por título la palabra más hermosa de la lengua inglesa. La indignación y la indignidad le han parecido siempre al cronista palabras fundamentales, y le han servido para calificar a muchos por lo que se indignaban,y la ha utilizado en su poema de mocedad ‘No amanece’ que ahora anda en boca del Solito Trovador y que termina. «No hay nadie que se ‘indigne’ hasta cortar las raíces, nadie».

Indignarse no es encabronarse, ni enfurecerse, ni mosquearse, ni mucho menos enfadarse o hacerse mala sangre. Indignarse es percatarse, apercibirse, darse cuenta, de que otros pretenden atentar contra tu dignidad individual, eso que tú tienes como el pilar, los cimientos, el fundamento de tu libertad. Indignarse es, pues, hacer saltar el resorte de aquello que uno cree que puede soportar y pasar del estado latente directamente a la acción, aunque ella sea solamente intelectual.

Pero, indignarse no es desesperarse. No es el último resorte que hace saltar las alarmas. ¿Cuál es el resorte que debería, a juicio del cronista, hacer saltar a los leoneses en la actualidad? Porque el deterioro de León es ya tan evidente, si no irreversible, y los culpables tan manifiestamente reconocibles, que es difícil encontrar una excusa para no actuar. Toda una batería de agravios que poner sobre la mesa, toda una sucesión interminable de promesas no cumplidas, de olvidos y de dejaciones pesan sobre las espaldas de los políticos de aquí y de allá, y tan solo el envejecimiento de la población y el desánimo de la juventud ante la falta de perspectivas, están haciendo que no se produzca la indignación.

La llegada de los populismos tampoco lo hará. El horizonte se presenta oscuro como el reinado de Witiza. Todos aquellos que nos hemos pasado la vida vanagloriándonos de apátridas y ciudadanos del mundo y todos esos embelecos de juventud, haciendo dejación de nuestra obligación de defender la memoria de nuestros mayores, tendríamos que replantearnos nuestro regreso a la historia. Porque, como dice el americano «la historia no es el telón de fondo; la historia es el escenario». Y si no subimos pronto al escenario no vamos a ser actores, sino cómplices.

Habrá que volver a encender el fuego en los hogares apagados de las casas que los padres construyeron con sus manos. El cronista lo hizo y recordó a Antonio Machado. «Creí mi hogar apagado y revolvía la ceniza; me quemé la mano».Tiene que haber quienes se indignen hasta cortar las raíces, cantaba el cronista cuando era joven.
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