Historia de lo que soy, de las veceras pastor

'Poncho' relata su historia como pastor en los montes comunales de La Puerta

Leoncio Álvarez Álvarez 'Poncho'
09/01/2017
 Actualizado a 15/09/2019
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Os contaré quién soy. El pastor en los montes comunales de La Puerta. Aprendí de mi abuela Ángela a cuidar la Rubia que estaba abocada a parir, en la pradera de Pontaniella. También que cuando el sol se pone hay que marchar a casa, aunque el pastor no entendía mucho que el sol se pusiera, cuando en realidad se estaba marchando. El pastor continuó siendo pastor de corderos por La Cuesta, también de jatos hasta Praocavao, de añojos en Retollorán, pastor de ovejas por la Costaniella, Pozollao, Ridescaro, Los Casares y a veces hasta boca La Salsa. Con la cabaña, (las novillas que pacían en Hormas), las ordenanzas concejiles no permitían ir (los pastores dormían en la chabola) Las yeguas bajaban alguna vez en el verano y las subían hasta la Sierra los mozos a caballo, bajando después al pueblo andando.

Pero donde ejercí mi oficio de pastor fue en la segunda vecera de La Puerta, a la que tenía que arrear por los Cotorros hasta las Borías buscando los mejores careos por Peñasblancas, Cuetosnegros, La Regera de Santa Marina, Camilñón, La Collada los Nuales. Y al otro lado del río, por Barroso y el Villar, donde una vez el guarda me prendó las vacas por dejarlas pacer en praderas particulares.

Como pastor no estaba solo, me ayudaban los perros. Me acuerdo de Reina, de Golfo, a los que bauticé con esos nombres porque Ernsc Jürgem Brem, me llevó en Madrid a ver ‘La dama y el vagabundo’.

No se me olvidó jamás, a mí, al pastor de la Vecera, el careo de Saguas en agosto cuando se juntaban las tres veceras del pueblo. Además de cuidar las vacas andábamos a pandoso (pan de oso, vigurnum viburnum lantana, una planta). No se me olvida como buen pastor, el pastor de las Veceras, el día que me doctoraron Eusebio, mi tío, y Las Magdalenas (tres hermanas solteras de más ochenta años) al oírlas decir «¡que ganadero es este rapá!»

A mí, pastor, pastor de las Veceras, me siguen supurando las heridas de las aguas del pantano de Riaño que inundaron todos estos parajes en los que viví, pero me indigna mucho más la sepultura bajo las sucias aguas del egoísmo, los intereses particulares y el dinero que acabaron con los valores del colectivismo agrario, el pastoreo comunal, los concejos y la participación de pastores y ganaderos en la vida del pueblo.

Quiero dedicarle el relato (si se puede) a a mi primo Domingo, a Sabino, a mi quinto Luis el de Acela, a Angelita mi prima, a Ramiro Pinto, a Mones y a Jesús el de Paco el Torero.
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