31/03/2022
 Actualizado a 31/03/2022
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La vida nos atropella, nos golpea, nos mete en un ritmo frenético en el que por unas horas un guantazo puede parecer más grave que una guerra y en el que una reciente erupción volcánica y una persistente pandemia mundial nos suenan ya a las próximas aventuras de la noventera familia de ‘Cuéntame’.

Imagine usted por tanto lo lejano que está en mi memoria algún que otro guantazo que con total merecimiento recibí cuando era un mico y mi agenda incluía fechorías infantiles y no ruedas de prensa para escuchar a gente encantada de conocerse a sí misma y reacia a escuchar cualquier tipo de crítica.

Luego creces y vas asumiendo que los guantazos que más duelen no son los aquellos que te daban a mano abierta tus padres o tus abuelos por no obedecerles, sino los que te propina la vida sin necesidad alguna de tocarte cuando se los lleva antes de tiempo.

Sé que ahora vivimos en un país con sabor a gominola en el que dar un guantazo está mal visto, pero era el único camino para que quienes éramos un poco cabestros lográsemos asumir valores fundamentales en la vida como el esfuerzo o el respeto a los demás, que por cierto a día de hoy cotizan a ras de suelo tanto en las aulas como en la calle.

Y ello deriva en una sociedad en la que proliferan los jetas (esos a los que les das la mano y te cogen hasta los pelos del sobaco para conseguir lo que quieren sin mover un dedo) y los falsos (que son capaces de concatenar y superponer mentiras para seguir manteniendo sus privilegios sociales o sus sillones tapizados con dinero de todos).

Pero los guantazos son siempre para los mismos, para quienes no sabemos darlos y optamos por tragar y tragar hasta el empacho, para quienes vemos que esta tierra languidece mientras los adalides de la indolencia política dicen que con su partido nos va bien o cuentan por valentía que han empezado unas obras que llevaban más de dos décadas pregonando sin mover siquiera un papel.

Sigan, sigan... Sigan pensando solo en sus pesebres, sigan haciendo como si nada pasase o como si la gente fuese imbécil, que tras el siguiente guantazo en las urnas igual ya ni se levantan.
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