Echarse arriba

Por Saturnino Alonso Requejo

Saturnino Alonso Requejo
30/10/2022
 Actualizado a 30/10/2022
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Es el caso que esta primavera pasada me llamó mi amigo Aurepio y, a gorra calada y más bragado que el hórreo que tiene delante de su casa, me preguntó:
– ¡Qué!, ¿cuándo te ECHAS ARRIBA?

Y yo, como no puedo hacerlo aún en cuerpo y alma, le prometí ECHARME ARRIBA en alma entera por los peldaños de estos renglones, lo mismo que las cabras punteras en cuanto cesan las nevadonas y aparecen las terreñeras.

Porque a los Montañeses del Astura nos sucede como a Jacob, según cuenta el Libro del Génesis, 28,12: que salió de la tierras bajas del Encinar de Mambré y marchó a Jarán, entre el Tigris y el Éufrates para buscar mujer entre las de su parentela. El caso fue que una de aquellas noches se echó a dormir en el campo, puso una piedra por cabecera y soñó con una escalera apoyada en la tierra y cuya cima tocaba los cielos; y he aquí que los ángeles de Dios subían y bajaban por ella. Yahvéh le dijo: «LA TIERRA EN QUE ESTÁS ACOSTADO TE LA DOY PARA TI Y TU DESCENDENCIA».

Y, pasado mucho tiempo, a las Doce Tribus le entró la nostalgia y se ECHARON ARRIBA y regresaron a la Patria de Jacob, escapando del tráfago de Egipto.

ECHARSE ARRIBA, Aurelio, es, nada menos, que regresar al salegar, al sestil querencioso, a la lumbre acudidera, a la memoria colectiva, a los usos y costumbres, a la historia familiar, a las propias raíces, a la casa heredada, al hogar de la propia tierra de la que habla el Papa Francisco en su Encíclica ‘DAUDATO SI’. ¡ECHARSE ARRIBA...! ¡Y yo que sé qué más cosas será esta aventura de ECHARSE ARRIBA, además de regresar a la Casa Paterna, donde me esperan las madreñas con la boca abierta.

Me apeo del bus en Las Conjas, que es un ‘congosto’ o desfiladero donde el paisaje rocoso aprieta la garganta del río Esla y, ¡hala!: me ECHO ARRIBA como gato a bofe o cabra al salegar, trepando por los peldaños del agua gregoriana.

El río de Remolina, por desgracia, no tiene nombre propio cuando vierte su canto sobre el Esla en el paisaje que decimos El Bedular. Allí está el hayedo rumoroso de Remonda con su camino trechero donde un amanecer la tía Dominga se topó con el oso plantado en mitad de la vereda. Se cuenta que la tía Dominga, con las manos en jarras, le dijo:
– ¡Te apartas tu o me aparto yo!

Y el oso, muy feminista él, se hizo a un lado y le cedió el paso a la tía Dominga.

Pero sí tienen nombre propio los arroyos que lo nutren con la decencia y esmero de fieles amantes: el arroyo de Remonda, que nace en la fuente de Cueto Cabrón. El arroyo de los Vallines. La fuentona del Ojos del Mar. El río de la Oceja, que nace en los Osiles. El arroyuelo de Celada, que lame el Castro. El río Cabreros, que baja de Peñaverde. El arroyo de Sonriego, que canta sus maitines mientras entrega su mucha misericordia al secaño de los huertos. ¡Son-Riego=el sonido del regadío!

¡Cuántos ríos, Aurelio, cuántos ríos para llevarnos en su grupa al Mar! ¡Cuántos claros peldaños para ECHARNOS ARRIBA!

Dejo aquí a Remolina, rumiando como una vaca en el hondón de su vasija de piedra caliza: la Muga, el Pico de los Caballos, Peña Blanca, Peña Verde, Las Coronas, Pico Loto, los Picos del Diablo, Peña Parlle... Y sigo ECHÁNDOME ARRIBA hasta donde planean las águilas altaneras.

Me asomo ahora a la COLLADA DE MENTAL, después de haber cruzado el misterioso hayedo de los Traveseros con sus Argumanos frutales madurando. Ya no cencerrean en el rehoyo de Mental los rebaños trashumantes de la Condesa de Bornos ni los del Marqués de Perales. Pero allá abajo, en el hondón del recuenco, se adivina Prioro a la orilla misma del Cea de los Cántabros. Pero aún quedan hórreos, más bregados que los Patriarcas del Antiguo Testamento, sobre sus cuatro pegollos de memoria. Y esos viejos labriegos que aún pican y repican la guadaña a la sombra azul de la ‘veroja’ o portalada. Y esas viejas tonadas que brotan del corazón como si fueran las Bienaventuranzas:
«Labrador, labrador ha de ser:
labrador, labrador mi querer...».

Trepo ahora por Bosoverón arriba y echo a rodar mi mirada por los prados de Riazo abajo hasta detener mis ansias en el ‘Medio el Lugar’ de Tejerina como quien se sienta al par de la lumbre para saborear la jícara de chocolate de costumbre. Aún cuelga debajo de la escalera de cada casa el morral del pastor trashumante. Y la gachapa con la piedra gastada de afilar la guadaña; y el cencerro de los mansos sin badajo; y las coricias de cuero crudo con los escarpines dentro; y las madreñas, boquiabiertas, bajo el poyo de piedra de la puerta; y otras muchas memorias ya mohosas.

CAMPO LA PUERTA, deteniendo el cierzo del Pico Loto, es un balcón altísimo para asomarse a los cuatro puntos cardinales. Me rodean y abrazan los brazos amantes de dos ríos: el Cea al saliente y el Esla al poniente: el nacimiento y la muerte en un mismo abrazo: un paréntesis de alegría y dolor como la existencia misma; esa carcajada moza y ese hondo silencio que nos cita para entregar la cuchara.

LA PRADA es una patena comunal levantada en vilo por las manos de Remolina, Horcadas y Huelde. La camperona de La Prada es como la alta tonsura de un fraile francisco, o como la coronilla de un monje benito. Buen sitio este para celebrar a cielo raso la santa berrea del venado.

A mi izquierda, los Picos del Diablo cayendo como un tridente de bronce sobre las eras de trillar de Remolina caídas en desuso. Y más abajo, a la orilla misma del piornal, la Fuente de Horcadas, alimenticia y misericordiosa como la pila del agua bendita a la puerta de una iglesia. Así es que bebo a morros con las ansias perpetuas de un caballo vadiniense.

Si echo a volar la mirada desde arriba, me topo con Crémenes que va al Mar a lomos del Astura. Más arriba está Corniero que, por Primajinas, se asoma a Noántica (Reyero) y escucha los cantares del divino Porma.

Argovejo es un ermitaño que se ha retirado a su Trapa después de haber gozado de las alegrías mundanas.

Las Salas es un nido de golondrinas entre el Astura y la Peña las Pintas. Y esa espadaña que apuntala el cielo desplomado sobre la boina de los pocos que resisten.
Huelde ya no existe. Pero permanece su memoria como la piedra de afilar en el silencio húmedo de la gachapa.

Garayo (Carande) ve asomar el cierzo por el Pico Pandián de Casasuertes y echa un serojo a la lumbre y, espatarrado, se calienta la bragadura como antaño. Y es entones cuando AYDÉE, la mujer de Tridio Alonge, prepara una parrillada de tasajos de cabra y una jarra de cuerno con zumo de arándanos del brezal alto.

Casi asomada a la colladina, permanece Horcadas como un nido de codorniz agazapado bajo la espadaña de su iglesia. Lo malo es que, tal vez, ya no queden ganas de engendrar aprovechando la lujuria de los prados de los Caserines.

En la lejanía, como si fueran las dos partes de unas alforjas vadinienses, se adivinan las tierras de Sajambre y Valdeón.

Sajambre es un Druida revestido con su túnica ritual de cierzo: ¡Cierzo en Carombo! Y a la izquierda del Sella, lambiéndole las sandalias, la Peña Ten. Y Oseja es una rebeca con cría: Soto, Ribota, Vierdes, Pío. Y el Salia (Sella), despeñándose desde el Puerto de Pontón haste entregarse en cuerpo y alma en Ribadesella. Y, ECHÁNDOME ARRIBA por el nido de Soto, me arrodillo en Vegabaño para beber a morros toda la misericordia del río Dobra en el hayedo de Salambre. Ahora ya puedo subir a Vega Huerta y besar las sandalias de Peña Santa de Castilla.

Valdeón está en el fondo de su recuenco como un cántaro de leche derramada. Y Posada es una osa con cría que se pasea por los montes de Corombo, el Chorco de los Lobos, Canal de Capazo, La Peguera. La sigue su cría: Santa Marina, Prada, Soto, Caldevilla, Los Lanos, Cordiñanes y Caín, por donde se despeña el Cares camino de la mar.
Desde Cordiñanes me ECHO ARRIBA por la Canal de Asotín como quien pone una escalera para coger el nido de águila de Collado Jermeso, y beberme de un trago la fuente acudidera que se ofrece a si misma bajo la veredina retorcida como una tomiza. Hago noche en Vega Liordes, después de que se me hayan venido encima el Llambrión, Torre Blanca, Torre Palanca, la Celada, Torre Cerredo, el Tesorero, y así. Me detengo en Cabaña Verónica, y me echo abajo por Peña Vieja para caer de bruces en Fuente De y beber el Deva hasta himplarme.

Estamos en Vadinia la guerrera, la independiente, la montisca, la que lleva la honda arregucida a la cintura, la que tensa su arco de fresno y cuerda de nervio de buey, la que cuelga del cinto su cuchillo de caza... Estamos en la casa de Tridio Alonge el Vadiniense, para refrescar la memoria con el agua de todos sus ríos y adorar en los Altos y los Bosques Sagrados.

A lo mejor nos pasa lo que el Libro del Éxodo cuenta de Moisés: que estaba tumbado a la puerta de su tienda, amodorrido y asqueado, porque no sabia qué hacer con su pueblo. Entonces Dios le llamó desde la cumbre del Sinai, y le dijo:
– ¡ÉCHATE ARRIBA! «para que el pueblo me oiga hablar contigo y así te crea para siempre» (Éx.19,9). Porque «YO SOY EL QUE SOY». Pero esta definición le pareció a Moisés un refrán o un trabalenguas.

Pero el caso fue que Moisés se ECHÓ ARRIBA, y «todo el Monte Sinai humeaba, porque Yahvéh había descendido sobre él en forma de fuego». Y Moisés bajó de allí con los Mandamientos bajo el brazo:
– No matarás.
– No cometerás adulterio.
– No robarás.
– No darás testimonio falso.
– No codiciarás los bienes de tu prójimo: ni su mujer, ni su siervo, ni su sierva, ni su buey, ni su asno...

ECHARSE ARRIBA, Aurelio, es:
– Regresar a la casa paterna de tu tierra, tu valle, tus montañas, tus fuentes y tus ríos... Esa tierra que el Papa Francisco dice que es nuestro hogar.
– Es trepar a la Montaña para encontrarse cara a cara con lo TRASCENDENTE, lo INEFABLE, lo MISTÉRICO, lo ABSOLUTO...
Aquello que, al mirarlo, nos admira, nos asombra, nos sobrecoge, nos entusiasma (del griego ‘ENTHUSIASMÓS’ que es inspirar, extasiar, endiosar).
– ECHARSE ARRIBA es traspasar la física de lo que hay para descubrir la metafísica del hondo significado de las cosas. Es saltar de las ascética del páramo a la mística lujuriosa del verdío.

Es descubrir los TRASCENDENTALES del SER de los que hablaron los filósofos, y son: VERUM, BONUM y PULCHUM. O sea: la Verdad, la Bondad y la Belleza que son la sustancia de toda criatura. Pero hay quien dice que estos Trascendentales se encierran en otro: el Trascendental de lo SAGRADO que penetra toda la realidad.
Desde la Plaza de los Pueblos de Riaño, donde sus columnas son la memoria de los pueblos anegados, tengo ganas de decir, y digo, que LA MONTAÑA DE RIAÑO ES NUESTRO SINAI acudidero. Que sus valles y ríos son nuestra PSIQUIATRÍA necesaria. Y que la Revista Comarcal es el RECETARIO para nuestros males.

Termino recordando lo que decía Plinio:
«No menos que en las estatuas divinas,
en donde resplandece el oro y el marfil,
nosotros adoramos los bosques sagrados
y en ellos el silencio mismo».

ECHARSE ARRIBA, Aurelio, es superarse a uno mismo.

¡Que así sea!
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