La última puerta

La última de La Nueva Crónica

04/03/2024
 Actualizado a 04/03/2024
Imagen cementerio
Imagen cementerio

Los ritos de muerte vivieron en nuestras casas, marcaron la vida de nuestros pueblos, fueron el calendario de nuestras estaciones. Siempre mirando a ellos.

La familia y el pueblo se reunía en torno al fallecido. Velaban su última noche. Hacían filandón de su vida y su memoria. Tantas veces no parecía un adiós sino un reencuentro hasta que el amanecer marcaba el inicio de la despedida. 

«No me saquéis de mi casa» era la última voluntad, escrita o no, sabida por todos, respetada, hasta el punto que hubo un tiempo en el que para hablar de lo incomprensible de las ciudades se decía que dejaban a sus muertos pasar la noche solos.

Hoy ya nadie les acompaña. «A mí que no me quemen» fue la voluntad que siguió a la de «no me saquen de casa». El signo de la barbarie era quemar a sus muertos.

Hoy ya nadie los libra de la hoguera final.

No regresar el Día de Todos los Santos y pasar por el cementerio era pecado mortal.

Un pueblo que no cuidaba su cementerio era la vergüenza de la comarca. Ver rota y comida por la intemperie la última puerta era sinónimo de un lugar olvidado y desaparecido. Y todavía hoy se mantiene el orgullo de cuidar los cementerios pues aún albergan aquellos vecinos que fueron velados en casa, enterrados en caja y hasta se cumplió la voluntad de muchos de pedir un terreno soleado para la última morada.

Ya ni la muerte es lo que era. Pero no deja de ser la muerte, la quemes o no.
 

Archivado en
Lo más leído