¿Por qué suda cada cual?

Fulgencio Fernández y Mauricio Peña
20/02/2024
 Actualizado a 20/02/2024
| MAURICIO PEÑA
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Contaba el gran Rafael Amor —en una de sus anuales citas en el desaparecido Hula Hula— la reacción que provocaba entre su familia y en sus amigos argentinos, su país, cuando les decía que era cantante. Su explicación siempre provocaba una pregunta, inevitable, siempre la misma: «Ya cantor, ¿pero y de trabajo cuál tenés?».
Y a continuación iniciaba un monólogo acerca de lo sobrevalorada que estaba lo que el llamaba «la cultura del esfuerzo»; en la que dejaba perlas como «si no sudas... no te lo convalidan como oficio, por eso yo canto en locales tan pequeños, para que con la calefacción y el calor humano sude en el escenario y al verme los dueños de la sala no tengan la sensación de que no me he ganado la plata».
A Emilio el de Piedrafita cuando «le bajaron» para León le gustaba sentarse en un banco de la Granja y al ver pasar a la gente corriendo —eran los primeros años del boom de lo que entonces se llamaba en castellano ‘salir a correr’— se hacía otra reflexión: «¿Ves la prisa que llevan? Pues no van a ninguna parte, dentro de un poco vuelven con la misma prisa. Menudos sofocos para nada».
Rafael no le veía ningún sentido a la cultura del esfuerzo por el esfuerzo; Emilio no le veía ninguna utilidad al esfuerzo si no lo hacías por algo concreto; «es que esta gente cuando más sudaba era para segar la hierba a guadaña, y eso tiene que dejar huella», explicaba su hijo Pepe, que tampoco corría.
Por eso, cada vez que veo a alguien corriendo por la ciudad o alrededores —en mi pueblo no corren ni los que van tarde  al coche de línea— no me meto en disquisiciones sobre el esfuerzo, juego a inventar una historia sobre sus motivos para correr. O para parar.  

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