Perdonen que no me aliste

La última de La Nueva Crónica

Fulgencio Fernández y Saúl Arén
02/02/2024
 Actualizado a 02/02/2024
| SAÚL ARÉN
| SAÚL ARÉN

Desperté a la vida, a las entendederas que llegan después de las faldas de tu abuela y las de la mesa camilla con brasero, en mitad de una batalla que sobrepasaba mis razonamientos básicos y simples, hijos de la razón práctica de la vida rural en la que el primer mandamiento era vivir, el segundo comer, el tercero ir a la escuela, el cuarto ir con la vecera... y  el de no matar, depende de quién.  
Las banderas se habían roto en el mástil de la escuela y en el balcón del ayuntamiento y si no hubieran estado en lugares nobles y ajenos solo servirían para trapos para la cocina, como los mandiles viejos. 
De la rojigualda de las enciclopedias —aquella que recitábamos como los reyes godos o los ríos de España—  solo admirábamos las que llevaban los guías de la Cueva de Valporquero en el centro de aquellos jerseys negros que hacían de uniforme. No era fervor patrio sino que aquellos mozosd eran los reyes del baile cuando llegaban a la verbena con sus banderas y sus jerseys.
Y de depente, en aquel Oviedo de rancio abolengo, muchos llevaban banderas en el cuello, en la camisa, en las pulseras... y en la cuenca minera eran tricolor y cuando se cruzaban en la calle saltaban chispas. 
 Ya no hubo más concordia detrás de las banderas. Y si le sumas ‘el águila’  con los palos al viento ya ni te cuento. Mejor que te lo cante Jorge Drexler: «Perdonen que no me aliste / bajo ninguna bandera, / vale más cualquier quimera / que un trozo de tela triste».

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