‘España Libre’ y las centrales térmicas

Por José Javier Carrasco

25/01/2022
 Actualizado a 21/11/2022
| MAURICIO PEÑA
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El 12 de agosto de 1949 el periódico ‘España libre’, editado por el órgano de las Sociedades Hispánicas Confederadas de los Estados Unidos, entre los años 1939 y 1977, incluía un titular a todo el ancho de la primera página, que decía: «Guerrilleros del Bierzo tirotean a Franco». Solo el logrado blindaje del Mercedes que trasladaba al general – un regalo de Hitler según indicaba el periódico – impidió que los disparos de bala lograran alcanzarle. El motivo del viaje de Franco a Ponferrada era la inauguración de la central térmica de Compostilla I. El gobierno español impulsaba la creación de centrales térmicas con el fin de reducir la dependencia energética de las centrales hidroeléctricas, cuyo suministro se subordinaba a las condiciones climatológicas, no siempre favorables a pesar de las rogativas tan comunes en aquel tiempo, y Compostilla I respondía a ese proyecto modernizador. En 1974 finaliza la actividad de la central y entra en funcionamiento Compostilla II en la localidad de Cubillos del Sil. Entre los años 2015 y 2020 se cerraban en España nueve centrales térmicas, entre ellas las dos de León, la de Compostilla II y la de la Robla. Las ingentes cantidades de carbón consumidas por estas dos centrales – en 10.000 T día se calculaba el consumo de la central de la Robla – mantenían las explotaciones mineras de Laciana, Alto Bierzo, Santa Lucia, Ciñera y Matallana. Zonas muy vulnerables en el caso de una reconversión energética, inimaginable en los años setenta pero que al final acabó ocurriendo.

Con motivo del cierre de la última mina de León, ‘La Escondida’, el 28 de diciembre de 2018, la fotógrafa Cecilia Orueta, reunió una serie de fotografías que, agrupadas bajo el título ‘The End. El fin de la minería de carbón’, pudieron verse en la Sala Provincia entre los meses de diciembre de 2020 y febrero de 2021. Parte del resultado último de esa dependencia de las zonas mineras de la provincia a la que me refería, queda reflejado en las imágenes recogidas por la cámara de Cecilia Orueta en distintos pueblos mineros; tanto las instalaciones que albergaron, y que rezuman una ácida desolación, como los rostros retratados, que nos contemplan desde la congoja de una situación que se antoja irreversible, o al menos difícil de remediar, dejan un amargo sabor de boca, la incómoda sensación de haber perdido algo valioso para siempre. Al salir comenté con la vigilante lo triste que me parecía la exposición. Ella, apostilló: «Es nuestra historia». Nos contemplábamos desde el fondo de nuestras mascarillas, vulnerables, en parte impotentes, también alcanzados nosotros por la desgracia. Próximos, en nuestra descubierta vulnerabilidad.

Para mí esa historia empezó de una forma hasta cierto punto festiva. Con un viaje organizado por el COU intercolegial de León. Corría el año 1970. El destino final era Gijón, pero la primera parada la hicimos en La Robla para ver, precisamente, su central, que se inauguraría aquel año. Pudimos mirar el interior de una de las torres de refrigeración. Nunca he tenido una sensación igual de insignificancia como allí, al pie de un interminable cilindro de cemento, que se estrechaba para volver a ensancharse apuntando a un cielo gris. En una de las fotografías de Cecilia Orueta un hombre contempla, desde la ventana de su casa, las chimeneas de la central de la Robla, está de espaldas y no se puede apreciar su expresión, sin embargo, la postura del cuerpo indica un estado de profunda pesadumbre comparable al desánimo que sentí asomado a aquel agujero; mi experiencia era hasta cierto punto existencial, metafísica, imagino que la del antiguo minero respondía a razones obviamente menos literarias.
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