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Es mejor para todos

04/04/2020
 Actualizado a 04/04/2020
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Profe, pues como nos encierren en casa yo me subo al tejado para poder escaparme. Soy muy rápido y seguro que no me alcanzan».

Una tímida carcajada rescatada entre la preocupación de los presentes resonó, como extraña, en un aula semivacía. Parecía presentir que en breve sus únicos ocupantes serían el vacío y el silencio. Una vez más las entrañables ocurrencias de Abde, el lobo solitario de la media luna, conseguían convertir la clase en una deliciosa aventura antesala del‘finde’.

Era un viernes 12 de marzo. El confinamiento estaba a punto de comenzar. Analizábamos la posibilidad de que se decretara el estado de alarma y los alumnos de religión de cuarto de Eso se pronunciaban ante la posibilidad. Me escuchaban con cierta incredulidad pensando en las exageraciones de la profe.

Luego todo sucedió demasiado rápido, tanto que parece que han pasado mil años desde aquella ultima clase: la noticia del ‘encarcelamiento’ doméstico, la formación acelerada en herramientas tecnológicas, los claustros virtuales, los correos nocturnos, los requerimientos de inspección para asegurarse de que todos los alumnos tuvieran acceso a la formación, el desbordamiento de los equipos directivos que trabajaron contra reloj día y noche para garantizar las notas, la desesperación de padres desbordados por tanto bombardeo académico, las clases ‘online’ a alumnos perplejos ante la extraña presencia de la profesora entrando en sus casas, y esa bendita herramienta con la que ha sido posible contactar con muchos de nuestros alumnos y compañeros de claustro. Gracias a Teams hemos podido realizar el seguimiento de sus tareas y presentir su estado anímico para inyectar dosis de optimismo donde fuera preciso. Dentro de todas las limitaciones existentes el trimestre ha podido coronarse con todo el éxito que nos ha permitido nuestro invisible y letal enemigo. Lo hemos intentado por todos los medios. Salvamos a los que podemos. El caso es mantener en lo posible la normalidad. Que puedan seguir su adolescencia preñada de una vida a la que han bajado temporalmente la persiana de la primavera.

A Abde le gusta volar en bicicleta por las viejas calles del Barrio Húmedo. Muchas mañanas, de camino al instituto, me lo encuentro. Me despiertan sus buenos días exóticos con aires árabes. Ayer recibí un correo suyo.

«No, profe, al final no me he escapado. Ya me acostumbré a estar en casa y prefiero quedarme en ella. En este momento es mejor para todos».
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