05/12/2021
 Actualizado a 05/12/2021
Guardar
La división administrativa del territorio tiene múltiples problemáticas, misteriosas la mayoría para el desconocedor de la historia. Una de las más fascinantes es la proliferación de enclaves, los lugares embebidos en otros completamente, cual lomo de orza en aceite. Países como Lesoto, rodeado por Sudáfrica en su totalidad; la gerundense Llivia, enclave español en la Baja Cerdaña francesa; Treviño, perteneciente a Burgos pero enmarcado por el territorio vasco de Álava; y La Dehesa de San Llorente, pedazo vallisoletano inmerso en León, vuelven tarumba a muchos cartógrafos que tienen que dibujarlos dejando clara su filiación (y empujan a muchos otros a hacerse los orejas, y producir malos mapas).

Para los propios habitantes de los enclaves, además de líos cartográficos y burocráticos hay otros más profundos, como la identidad popular. Normalmente, y aunque parezca mentira y nos ponga colorados, existen robustas fronteras culturales entre países, con muy poca ósmosis. Es llamativo lo poco de lo que nos enteramos de lo que sucede y se siente al otro lado de los Pirineos. Suelo escuchar un podcast del periódico Le Monde que me sorprende a menudo con grabaciones dedicadas en exclusiva a personajes que desconozco por completo, pero que ellos consideran relevantísimos. Y con Portugal pasa lo mismo, cuando eso sí que es para hacérnoslo mirar, que un vecino tan vecino nos sea tan ajeno. Echémosle la culpa al desconocimiento mutuo de las lenguas, pero es duro cual pan del chino al día siguiente. Y más duro habría de ser en los enclaves.

El respeto de la legalidad vigente hace que existan realidades tan contrarias a la lógica geográfica como estos sitios de los que hablamos, y el respeto al sentido común hace que sea allí donde más razón de ser tenga el contagio cultural. Es antinatural y antitodo vivir de espaldas a quien te rodea por completo. Acaso, si, por ejemplo, alquilas una habitación de tu casa a alguien ¿es posible habitarla haciendo oídos sordos al otro? Puede darse eso por salud mental, pero es más probable que conozcas su música favorita con precisión superior al Spotify, que seas capaz de hacer una lista de ‘sus’ canciones del año mejor que la tecnológica danesa. Y es seguro que a esa persona le encantará descubrir qué artistas componen dicha lista (como es placer sumergirte en la que te hace Spotify).

Son fascinantes los enclaves y dignos de estudio sociológico. Estoy deseando ir a hacer uno de aficionado a la Dehesa de San Llorente, Lesoto lo dejo para cuando Ómicron sea historia.
Lo más leído