El último trago en Villar

Se ha acabado la taberna en el espacio rural de Villar y Salas. De los tres pueblos de Los Barrios, solo Lombillo se abraza a ella, el resto ha perdido esa segunda casa de encuentro social. Sin visos de recuperación, los vecinos lamentan que no se haya medido la importancia de esos negocios para luchar contra la despoblación

Mar Iglesias
22/07/2018
 Actualizado a 17/09/2019
El bar El Cruceiro ha sido el último en echar el cierre en Villar. | GERMÁN RAMOS
El bar El Cruceiro ha sido el último en echar el cierre en Villar. | GERMÁN RAMOS
Cuesta imaginar la vida en un pueblo sin bar, sobre todo cuando le separa de la urbe menos de seis kilómetros y no tiene más punto de encuentro social que ‘echar la partida’ cada tarde o compartir un momento en silencio con el olor a café. Pero Los Barrios se han quedado mudos de bares.

Villar y Salas
se han convertidos en desiertos de cantinas, a excepción de un mesón del primero y solo Lombillo se ha quedado amarrado a su espectacular mirador como eje para el mantenimiento de esos locales, con dos mesones y una cantina. Perder los bares es algo interno que pierde también el pueblo «y que deja un desasosiego muy grande no tener bar, un lugar donde encontrarte con los vecinos, informarte de qué pasa en el pueblo, preguntar por amigos y familiares, echar la partida.... pero también se echa de menos a la hora de acoger gente al pueblo, ya no tienes un lugar donde llevarla a tomar algo, a no ser en tu propia casa. Mis hijos por ejemplo iban a allí todos los días a comprar chuches, a tomarse una Casera con un pincho y a ver los partidos de fútbol», explica el representante de la agrupación Bierzo Vivo, Nicolás de la Carrera, que ha pretendido acabar con ese olvido de todas las formas posibles y que sigue viendo cómo, en cada despiste, vuelve a caer como una losa sobre estos tres pueblos, pese a tener el galardón de ser Bien de Interés Cultural.

El último bar en echar el cierre fue El Cruceiro, en Villar, un proyecto que fundó Tano Carrera con la intención de compartir algo con su pueblo. Recordado y querido, Tano se fue unos meses después del cierre, que se produjo en enero de este año y que convirtió a su hija Mari en la última tabernera del pueblo. Ella, con la memoria de su padre aún reciente, se emociona al recordar lo que él sentía por aquel recoleto local, que finalmente no podía sostenerse.

El Cruceiro estaba señalado por una cruz a su entrada, de ahí su nombre y abrió sus puertas en 1999 «funcionaba muy bien porque había gente», recuerda Mari Carrera. Pero, la despoblación le hirió de muerte y, poco a poco, le obligó a ir apagando las luces «no hay ayudas y la gente se va. La que se queda se hace mayor y también se va y de turismo no hay mucho», dice Mari Carrera, que en enero tuvo que decirle a Tano que aquel proyecto se estaba comiendo ya los números y tiñéndolos de rojo «me dolió mucho porque él fue el pionero y le gustaba echar la partida allí, pero él también lo veía, porque había cuatro personas en el café y por la noche nadie». Un buen domingo suponía una caja de 100 euros «y ya empezábamos a poner de nuestro bolsillo», justifica Mari. Reconoce que pensaron en el alquiler a otros o en la venta «pero si no funciona para nosotros, no creo que nadie quiera cogerlo», dice.

En mayo Tano se fue, poco después que El Cruceiro, él por la edad, su bar por la crisis y la juventud del pueblo, porque quiere crecer fuera, como han hecho sus propias nietas.Tano se queda en el recuerdo más digno de un pueblo que quería crecer y que sigue arrimado a esa intención. Antes cerraron el bar Plaza, conocido como El Bigotes, porque así llamaban a su dueño, Benjamín González del Río, o el bar Calores. Hace 12 años que se despidió el Plaza, que ocupaba una primera planta de una casa en la que hace años había cine y baile.

Era el epicentro del ocio de Villar, pero cerró y González lo compró «le animaron a reabrir el bar y como no requería mucha obra, lo hizo», recuerda ahora su hija Chefi González. Y llevando las riendas estuvo unos 35 años, hasta que un accidente imposibilitó que él y su mujer Elena, que habían vivido de ese negocio, incluso sirviendo comidas y meriendas en él, pudieran seguir adelante. Sus hijos no pensaron en heredarlo, porque ya entonces no era el negocio exitoso de inicio «se limitaba a las seis personas que van a reunirse allí». Pero la nostalgia les lleva a un recuerdo de un bar «de referencia», con una estética antigua que conquistaba.

Era un momento dulce también para Villar «había autobuses al pueblo todos los días y se llenaban. En el colegio había unos 80 niños e incluso no había plazas para todos. Ahora no hay ni escuela, ni panaderías, cuando hubo cinco, ni comercios. Y cada vez va a peor», dice Chefi González. No sabe qué tecla hay que tocar para que cambie esa tendencia, pero sí que deben hacerlo las instituciones «tienen que ayudar o al menos no poner trabas a los que quieren hacer algo. Que inviertan aquí, porque te da calidad de vida vivir en un sitio como este, a cinco kilómetros de Ponferrada».

Lamenta que los mayores se tengan que ir porque deben caminar un kilómetro para asistir a su médico y eso no les pasa en la ciudad. Son los pequeños detalles que destruyen la vida en el pueblo. De cuatro o cinco bares en Villar ahora lo que queda es coger el coche para desplazarse a otro sitio, algo que Mari Carrera ve con tristeza. De la Carrera también siente que se pierde un trozo de vida, pero considera que es un punto más al olvido del que Los Barrios no consigue salir.

Los desbroces no se efectúan como se necesita, el transporte limita la vida en el pueblo«es un problema grande que no tengamos autobús diario», dice De la Carrera. Solo hay dos conexiones semanales, coincidiendo con los días de mercado, y eso limita tanto la vida allí como las visitas de los que quieren acercarse a conocerlo.

Se suma al capítulo de carencias la falta de una cobertura telefónica en condiciones e incluso de canales de televisión, por no hablar de la fibra óptica «la conexión es por satélite o radio, mala y carísima», dice De la Carrera. Por eso a nadie le extraña ver los carteles de cerrado en sus bares que, por otro lado, como critica Mari Carrera «pagamos los mismos impuestos que si estuviéramos en Ponferrada». De la Carrera considera que debería haber subvenciones para estos locales que luchan por mantener zonas con un público limitado, porque la población sigue cayendo, y las condiciones que se dan para atraerla no parecen estar en esa sintonía.

Del lado positivo, Villar tiene un duende que le mima en forma de festival. Es el sexto año que De la Carrera organiza el llamado Villar de los Mundos, un evento que reivindica la apertura de los tres pueblos que forman Los Barrios al mundo, ya que el mundo se ha olvidado de ellos. Este año se hermana con Portugal con diversas actividades y alguna sorpresa que podría tener como base esos bares cerrados.

También la apuesta de las Bodegas Emilio Moro está resultado fundamental para que el pueblo vuelva a creer en sí mismo y en el potencial de desarrollo de sus vinos, por ejemplo. Pero por la parte de las instituciones «todo son promesas incumplidas», dice con lástima. De la Carrera, que recuerda que ha habido algún movimiento de mejora con el arreglo de las Cárceles para utilizar ese edificio para eventos culturales «aunque se ha hecho tarde y mal», dice, sigue reclamando una mirada al BIC y tal vez la apuesta de algún emprendedor por hacerse con la segunda casa de todos, allí donde las historias llegan sin musas, los bares rurales.
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