El tiempo escrito debería ser eterno

Antonio Merayo recoge pensamientos, vivencias y realidades en un libro de aforismos que se debe, sí o sí, leer...

Ruy Vega
24/03/2019
 Actualizado a 19/09/2019
Antonio Merayo  es el autor de ‘Tiempo escrito’ que ha ocupado la mesa de lectura de Ruy Vega este mes.
Antonio Merayo es el autor de ‘Tiempo escrito’ que ha ocupado la mesa de lectura de Ruy Vega este mes.
Hay libros que te enganchan desde el primer momento. Sí, los hay que abres la primera página, la ojeas y… hasta el final ya sabes que no habrá una parada. Así me ha pasado con éste. Pero no te quiero adelantar nada. Empezaré, curiosamente, por el principio (a veces tengo la sensación de que comenzamos siempre por el absurdo final): puede que hubiera un momento en el que perdiéramos el verdadero rumbo de este barco que, a la deriva, nos dirige por la historia que nosotros mismos hemos construido. Por eso, papá, hablarte hoy de ‘Tiempo escrito’, de Antonio Merayo, es más que necesario.

Las palabras, el lenguaje, fue uno de los grandes (si no el más grande) desarrollos del ser humano. El resto derivó de éste y, sin él, no habría paso alguno. Poder comunicarnos nos permitió no perder lo aprendido entre generaciones, con lo que de padres a hijos la evolución de la especie fue un hecho. Ya no había que reinventar lo ya desarrollado cada pocos años, solo había que saber escuchar. Dejamos de redescubrirnos tras cada generación para, sencillamente, avanzar. Pasado el tiempo, la palabra se convirtió en uno de los vehículos más poderosos para expresarnos como especie, para mostrar nuestros miedos, nuestros anhelos, nuestra felicidad o aquello que añorábamos. La palabra, creo, nos definirá como sociedad cuando ya no estemos aquí y, quien sabe, alguna nueva civilización quiera averiguar cómo éramos. ¿Y sabes qué es lo primero que intentarán? Descifrar nuestras palabras. Sí, eso mismo. Averiguar que intentamos decir con estos extraños símbolos que nosotros llamamos letras. Y te pongo un ejemplo: se hizo con los egipcios, sin muchos logros, hasta que se encontró la famosa piedra Rosetta.

Y así, tras miles de años, muchos escritores dejaron plasmados en hojas en blanco textos que, en el fondo, no eran más que esos barcos a la deriva que antes te comentaba, sustentados en un mar de letras que, unidas, conformaron sensaciones únicas. Un mar, por cierto, que aceptó por fortuna a todo aquel que deseaba aventurarse entre tan bravas aguas.

Antonio Merayo ha unido cientos, miles de ellas, para dejarnos esta magnífica obra. Libro imprescindible que nos pega golpes de vida. Pues así, y bien lo sabes tú, es ella. Al igual que ésta, entre portada y contraportada, Antonio nos deja escritos cientos de reflexiones en voz alta. Algunas en tono jocoso y cómico, otras, más profundas que obras enteras. Porque así precisamente es todo lo que nos rodea. En ocasiones superfluo, en instantes, profundo e irrepetible.

Y de entre ellas te he seleccionado algunas que me han llamado poderosamente la atención. Me ha gustado especialmente la primera, de las que más me han impactado. Será por su significado, por su sinceridad… Puede que no exista ninguna manera más certera de comenzar un libro, porque así creo que es la relación que un escritor deja reflejada en cada libro. Nos dice, con abrumadora realidad, que «mientras leas este libro permaneceremos mirándonos fijamente a los ojos». No hay nada más que decir, así es. Aforismo, por cierto, que encaja perfectamente con «me gustaría que leyéndome te leas», que podemos encontrar más adelante. En ocasiones, en alguna entrevista, me han preguntado por eso mismo: la relación del autor y el lector enlazados por el propio libro. Y aquí, papá, Antonio nos regala la respuesta. Yo nunca fui capaz de ser tan directo y acertado.

Y en esta carta tan reflexiva, casi la que más de las que te he escrito, tampoco podía pasar por alto una nueva afirmación, con la que no podía estar más de acuerdo, que Antonio nos dice. Es la siguiente: «Es posible que en otros planetas haya seres tan distintos a nosotros, que incluso sean humanos». Que realidad más oscura, ¿verdad? Hemos perdido tanto el significado de ‘humano’, y aquí vuelvo a la fuerza de la palabra, que solo cuando alguien nos lo refleja en su verdadero significado, como aquí tenemos, recordamos quienes somos o, mejor dicho, quienes deberíamos ser. Papá, tú sí lo eras.

He podido comprobar, no quería pasarlo por alto y no contártelo, que bajo muchos de los cómicos o sugerentes aforismos que Merayo escribe, hay una reflexión o realidad que va mucho más allá de la sonrisa, para golpear con fuerza aquellas cabezas inquietas como lo era la tuya. Por ejemplo, nos dice que «se murió cuando hacía ya varios años que se había muerto» o que «no dejes para mañana lo que puedas amar hoy». Qué grande Antonio, de lo mejor que he escuchado y, por supuesto, leído. Tú lo hiciste, yo lo hago, pero él lo grita: ama y no pienses en el más allá o, por qué no, como podemos encontrar ya cerca del final de esta maravilla «la distancia más corta entre dos personas es el sentimiento». Sí, lo es. Muchos no lo saben, y eso me entristece mucho, pues como muy bien tú me enseñaste, si todos suscribiéramos estas palabras, la historia hubiera sido distinta, muy distinta. No creo que me equivoque si digo que mejor.

Cuando te fuiste, perdón, cuando te tuviste que ir, no era tan amante de la poesía como ahora lo soy. Supongo que mi evolución me ha llevado hasta ella, casi por casualidad, pero creo que ahora ninguno de los dos nos queremos alejar mucho el uno del otro. En otras cartas te había hablado de ello, por eso entenderás que el aforismo «quien no sabe ver la poesía no puede entenderla», que también podemos encontrar en ‘Tiempo escrito’, me llame poderosamente la atención. Como también lo hace, y no podría estar más de acuerdo, unas páginas después, cuando podemos leer que «si la realidad existiera no sería necesario escribir poesía». Sí, así es. Volviendo a la palabra, puedo gritar en el viento, sin miedo a equivocarme y para que se me pueda escuchar más allá de donde se ponen los miedos, que la poesía ha sabido reflejar lo que es, pero sobre todo lo que no es o lo que debería ser. Como también lo hace con el debería. Y por eso, el mismo Antonio nos traslada que «mientras haya poesía hay esperanza». Y yo añado que quizá no sea por la propia poesía, como sí por el poeta que se encuentra tras ella, cual hoja al viento que se deja mecer, buscando un recoveco en el que morir observando las estrellas. Quizá algún día nos volvamos a encontrar, y entonces podré darte muchos más detalles de este libro, que ya está para mi orgullo entre la estantería de los autores leoneses a los que admiro. Cómo no estarlo, cuando puedo leer tanta verdad entre las letras, tanta sinceridad entre palabras, tanta realidad entre aforismos.

Ahora cierro ya el libro, papá, para dejar de escribir también esta humilde y nueva carta, ‘carta a ninguna parte’ que, como un aforismo más en la vida que ahora nos separa, pretende no olvidar ni ser olvidado, recordar y ser recordado. Porque, tanto en vida como pasado el tiempo, a tí y a mí las letras, las palabras, los aforismos, la poesía o la narrativa, los libros, en definitiva, nos unen para no separarnos jamás. Puede que tardemos en volver a vernos, puede que mis manos tiemblen entonces, mi pelo sea canoso y mis libros, ya solo el recuerdo de algún nostálgico, pero ya no importará. Papá, entonces podré volver a sentarme a tu lado, cogerte de la mano, sonreír con sinceridad y gritarte, como un susurro de primer sentimiento, que pude conocer a algunos de los mejores autores de esta tierra que, como en el caso de Antonio Merayo, tras leerlos solo me quedaba quitarme el sobrero, levantar la cabeza y, mirando hacia el infinito, decirle que: ‘cojonudo’, con perdón.

¿Ves?, la palabra, al final, lo refleja todo.
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