Todos necesitamos un búnker al que huir

Manuel Ángel Morales deja atrás los relatos cortos para adentrarse de nuevo con la novela, Mi vida en el búnker

Ruy Vega
03/03/2024
 Actualizado a 03/03/2024
El autor del libro en la sede de La Nueva Crónica de Ponferrada. | MAR IGLESIAS
El autor del libro en la sede de La Nueva Crónica de Ponferrada. | MAR IGLESIAS

Tras adentrarse en el mar de los relatos cortos, como experto navegante, hoy te hablaré de su última novela: Mi vida en el búnker. En ella, no solo encontraremos una trama hábilmente hilvanada, sino también un espacio profundo para plantear una serie de preguntas necesarias. No en vano, opino que se trata precisamente de eso mismo, de un libro para la más profunda reflexión sobre la sociedad actual y todo lo que nos rodea.  

La pregunta esencial que me hago, y que seguramente se hagan mucho de los lectores del libro, es si el protagonista huye o se esconde. Que, si bien puede parecer algo similar donde una implica la otra, los motivos pueden ser muy diferentes. Todos, cada uno de nosotros, tenemos a nuestra mano, de una u otra forma, un búnker en el que refugiarnos de la vida. A veces somos golpeados con la fuerza de un huracán, con el ímpetu del viento enfurecido, instantes no tan circunstanciales donde todo cambia. Nuestros pies, en ese momento convertidos en barro, se precipitan al vacío. Una mala jugada del destino, el trabajo, la familia o, posiblemente, la sociedad que nos rodea y nos engulle nos precipita a escondernos en nuestro propio lugar seguro.

Un búnker personal nos acoge, aislándonos de aquello que nos hace daño. Y sobre todo ello reflexiona Manuel Ángel Morales en la trama. El protagonista, que construye durante un largo tiempo un búnker a donde huir llegado el desmoronamiento de la sociedad, lo realiza en secreto. Así debe ser, así es y así será para cada uno de nosotros, llegado el momento.

El propio autor así lo confiesa en la entradilla que da paso al libro en sí, cuando nos dice que «escribí este libro durante la pandemia. Eran necesarios el aislamiento y la soledad para poder recrear la mente del que entra en el búnker. Muchas veces soñé con él y me imaginaba a mí mismo bajando por las escaleras hacia las profundidades del búnker, iluminado por una luz rojiza, como la que hay en un submarino cuando entra en combate». 


Papá, con un inicio maravilloso y un final que especialmente me encanta, es un ejemplar que no se puede dejar de leer. Hasta la última página. 


En esta búsqueda interior, en este contacto con lo más peligroso que puede pasarnos, que es tener que pasar tiempo con nosotros mismos, descubriendo cara a cara nuestras debilidades y nuestros miedos, el protagonista describe así su primera entrada en su nuevo hogar, que bien podría ser también una reflexión sobre al autoaislamiento: «Lo único que me importa es cerrar la trampilla, dejar atrás mi vida anterior, estar seguro abajo, bien abajo, donde no puedan encontrarme. Pienso que quizá estuviera deseando que sucediera. Pero ahora que está pasando, que el pánico es generalizado, que es tan real… No sé si me gusta». Aislamiento que sobre el que también reflexiona en el siguiente párrafo: «No hay nada malo en la soledad, aunque no me gusta que sea obligatoria. La soledad es una elección que parte de algún dolor en el alma». 


Dicen que todos aquellos que escriben dejan parte de sí mismos en los libros de los que son autores. No lo sé si es así, quizá de una forma directa o indirecta, de un modo consciente o inconsciente, sí. Papá, estoy seguro de que sobre esto podríamos tener un largo debate, una larga conversación como aquellas que ya quedaron atrás, como aquellas que tanto hecho de menos. Manuel Ángel creo que, al menos en el siguiente párrafo, sí lo ha hecho. Aquí te lo dejo, para que saques tu propia reflexión, cuando habla en voz del protagonista: «Me he preparado para ello. Hay que saber y para saber es necesario leer. Siempre he pensado que el saber me lo podían proporcionar los libros. Los libros te enseñan más que las personas. Claro que han sido escritos por personas. Pero en ellos el contacto es inmediato.

En la vida diaria hay poca gente interesante. Con el libro no ocurre. Vas a la fuente. Es instantáneo». Me atrevería a decir que también se muestra el propio escritor cuando nos dice, en el capítulo Tedio, que «Mi preferido, Robinson Crusoe, una historia de la que nunca me canso; una fuente de eterna inspiración. Me gusta, sorbe todo, releer la parte en la que Robinson rescata el material del naufragio, cómo contabiliza los barriles de pólvora, las pistolas, la tela, la Biblia… Antes de entrar en su cueva».


El libro, como te comentaba, sirve al autor y al lector para, además de pasar unas horas de disfrute y de buena literatura, pensar sobre lo que nos rodea a día de hoy, más allá de pandemias y colapsos mundiales. Es por ello que, cuando lo cerré, me gustó regresar de nuevo a él, a algunos de sus pasajes, a parte de los capítulos que te he destacado. Líneas como las siguientes, donde el protagonista nos confiesas sus convicciones más profundas: «Cuando vivía arriba, con el resto de la humanidad, estaba más aislado, mucho más. Porque es más doloroso caminar entre la gente sabiendo que a todos les eres indiferente, que tu vida o tu muerte es como la de las hormigas que aplastan al caminar. Tampoco es que eso no fuera normal. La empatía no es una característica del ser humano por mucho que en los libros, en las revistas y las escuelas se diga lo contrario». Sé que es duro, pero todos, cada uno de nosotros, llegamos a sentirnos solos en algún momento. Solos en una inmensidad que nos engulle. Y es que el triunfo en la vida, para mí, es que cuando ya no estés, alguien te eche de menos, sonría al recordar tu nombre. Eso, eso es el triunfo. 


Nuestro protagonista, con el que nos sentiremos además identificado, irá poco a poco pasando de la obligatoriedad de esconderse a la necesidad de ir poco a poco saliendo de nuevo al exterior, intentando otear de nuevo la sociedad, o lo que quede de ella. Puede que, como condición del propio ser humano, a todos nos llegue un momento en el que el aislamiento de una forma instintiva lo queramos dejar atrás, para al menos sentirnos parte de un grupo. Regresar o no es la pregunta. 


No quiero dejar de mencionar parte del capítulo Una salida en la noche, donde en parte de él podemos recordar lo que la pandemia que todos hemos pasado, y en el que acertadamente nos recuerda aquellos meses tan terribles: «Es curioso lo rápido que se puede romper una sociedad, lo frágiles que son los lazos de la solidaridad que la unen. Mientras no faltó la comida y los camiones siguieron circulando, la vida me parecía continuar sin problema. Pero cuando el avance del virus interrumpió la cadena de suministro, todo se desmoronó. Vivíamos en un aparador de cristal con las patas llenas de carcoma…».


Mi vida en el búnker es un magnífico libro. Un ejemplar con un final genial, del que recuerdo comentar con el autor el mismo día que lo acabé, preguntándole por el mismo. Me encantan esos cierres para las historias. Además, es una historia que me ha enganchando particularmente. Te lo recomiendo, papá. 


No sé, creo que el tiempo sigue pasando y tengo la impresión de que el ser humano caerá una y otra vez en los mismos errores. Y, la verdad, es una pena. Tenemos la capacidad, como especie, de llegar realmente lejos. Podemos superar enfermedades que eran incurables, realizar descubrimientos asombrosos e incluso surcar el universo. Como sociedad, podríamos ser más justos, repartir mejor nuestros recursos, ayudar a quien lo necesite y apoyar a quien lo pida. De todo eso somos capaces, siendo tan solo una especie de primate que no hace tanto tiempo bajó de los árboles para caminar erguidos. Pero puede que tengamos un destino al final de nuestro camino, mientras nos matamos con guerras y acabamos con los recursos. 


Al menos, en el tiempo en el que a mí me ha tocado vivir siempre me queda un pequeño espacio para cerrar los ojos y recordarte. Papá, no es inmortal el que nunca muere, sino el que nunca se olvida. 
 

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