Las Rosas de papel marcan el camino del dolor

Benjamín Maceda llega como autor por primera vez hasta las Cartas a ninguna parte con una novela que nos habla de la lucha de un padre por hacer justicia con su hijo

Ruy Vega
31/03/2024
 Actualizado a 31/03/2024
El libro de Benjamín en la estantería de Ruy.
El libro de Benjamín en la estantería de Ruy.

«Y pensó que la vida se compone de pasados que es mejor dejar en el olvido, de los presentes que nos trae la suerte con cada jornada y un futuro que, casi siempre, es quimérico. Muchas veces, no tenemos otra alternativa que esperar en el camino hasta que se cruce la persona amada y seguir juntos hasta la estación siguiente. Las esperas suelen ser angustiosas, pero, a veces, merecen la pena. También es verdad que vale más un día feliz que un montón de jornadas nadando entre la indolencia». Así, con esta profunda reflexión, he querido comenzar esta nueva Carta a ninguna parte. Papá, este párrafo resume perfectamente uno de los puntos fuertes de esta nueva novela de la que te he querido a hablar:El viacrucis de las rosas de papel.

Es la primera obra de la que te hablo de este autor, la primera creación que llega hasta mis manos y ahora, por la magia de estas líneas que llegan hasta el infinito de la esperanza de aquel que perdió un trozo de su corazón, hasta las tuyas. Su autor, Benjamín Maceda, sin duda, ha cuidado al máximo cada palabra, cada línea y cada capítulo de su libro.

El viacrucis de las rosas de papel nos transporta hasta unos días de oscuridad, temor y lucha. Lucha por la vida, lucha por la verdad, lucha por rescatar a un hijo del infierno. Y es que, tras una serie de fatales acontecimientos, un padre deberá de poner todo su esfuerzo por descubrir una verdad que podría sacar a su hijo de la cárcel. ¿Hay algo más profundo y sincero que la lucha de las madres y los padres por sus hijos? No, no lo hay. La vida, eso tan preciado y que solo tenemos una vez, una oportunidad, entregada por ellos. Así ha sido siempre, así es ahora y así será en el futuro. Benjamín lo sabe plasmar, hasta un realismo realmente acertado, en su novela.

El libro nos lleva, como la vida y como la propia trama así lo exige, hasta instantes de angustia. Momentos en los que nos sentiremos sumergidos en los ojos de sus protagonistas. Secuencias bien caracterizadas que nos servirán para entender mejor lo que cada uno de los personajes siente (siendo esto último, por cierto, uno de los aspectos fundamentales de la novela). Te pongo un ejemplo: «Soñó con un hombre sin cara que le perseguía por las habitaciones vacías de un edificio en construcción. Dio vueltas y más vueltas tratando de escapar de aquel individuo que pretendía darle caza y que, por momentos, parecía que iba a conseguir su propósito. El desconocido vestía una gabardina negra que se desplegaba cuando hacía movimientos bruscos para darle alcance. Luego llegó la nada, su mente se sumió en un estado de hibernación y dejó de ser y de existir».

Uno de los grandes atractivos de esta novela es la claridad con la que nos transmite cómo una vida entera puede cambiar de un momento a otro por azares del destino. Vidas que, más o menos ordenadas, pero con la tranquilidad suficiente como para no temer nada cuando cae el sol o nace en el horizonte, sufren un giro hacia la tormenta perfecta, hacia días de dolor. Y frases como la siguiente, extraída del propio texto, son muy certeras en ese sentido: «En la vida, hay situaciones que necesitan mucha calma». Así es. Otro texto, un poco más adelante y que nos habla de uno de sus personajes principales, también realiza una profunda reflexión bajo esa misma idea: «De pronto, el mundo volvió a dar vueltas y las cosas empezaron a recobrar el color. El haber caído en aquel barrizal extraño, lejos de todo lo que le era cercano, le había dejado a los pies de los caballos, su ánimo se había apagado y tendía a huir de la realidad».

La novela también incluye, papá, el amor como uno de los ejes vitales de los personajes principales. Así, con sutileza pero bien hilvanado en la propia trama, el amor pasa a ser un recorrido esencial para ellos, conformando parte del carácter y del día a día de una mujer, una madre, que influye definitivamente en su relación con la vida. Y es que todos, creo, necesitamos que nos quieran (con sus diferentes intensidades y variantes), tener un hombro en el que reposar nuestra cabeza cuando las lágrimas caen por nuestras mejillas intentando apagar el fuego que arde en el corazón. «El sábado, la llamó por teléfono después de armarse de valor. Hola, qué tal, cómo has pasado la semana. Le preguntó por un montón de cosas intrascendentes. Notaba que al otro lado del auricular sonaba una voz cálida, cercana. Entonces, le soltó a bocajarro que sería buena idea ir al cine las dos juntas a ver una de Almodóvar. Le propuso recogerla con el coche y, al acabar la noche, retornarla a casa sana y salva». Puede que, cuanto más superficial sea la conversación que dos personas mantienen por teléfono, cuanto menos relevante sea, más unidas estén, lo sepan o no.

Poco a poco vamos llegando al final de la novela casi sin darnos cuenta. Buena señal, sin duda. Es importante el trabajo de Benjamín Maceda por hacernos sentir parte de los distintos hombres y mujeres que la componen. Podremos identificarnos con ellos muchas veces, en varias de las escenas. Esa relación que tienen con los problemas y esa lucha sin cuartel de algunos de ellos por sobrevivir al duro día a día, cual flor en el huracán, también nosotros mismos los hemos sentido, sin duda. Por eso, frases con las siguientes obran tanto sentido y nos ha representado en alguna ocasión: «Es la quimera de levantarse cada día, hacer cosas al tuntún, enredarse en controversias vanas, discutir por chorradas y matar el tiempo con estupideces. El caso es no pensar».

Es, en definitiva, una novela en la que una trama acerca de un padre luchando por una injusticia con su hijo sirve de vehículo al autor para hablar de muchas más cosas. En el trazo de su texto y en la mente de cada uno de los lectores que se acerquen a ella estarán muchas más cosas, como la continua pelea por la supervivencia de toda la sociedad que nos rodea, el día a día de un navegar entre la tormenta de todos aquellos que nos hacen daño, y por supuesto el amor, el amor de padres, madres e hijos, pero también el amor, la atracción que se siente por alguna de las personas que se han cruzado en tu vida, y que te llenan el corazón de música. Y por todo ello he dejado para el final, papá, este último párrafo que tenía seleccionado de El viacrucis de las rosas de papel: «Y pensó que la vida se compone de pasados que es mejor dejar en el olvido, de los presentes que nos trae la suerte con cada jornada y un futuro que, casi siempre, es quimérico. Muchas veces, no tenemos otra alternativa que esperar en el camino hasta que se cruce la persona amada y seguir juntos hasta la estación siguiente. Las esperas suelen ser angustiosas, pero, a veces, merecen la pena. También es verdad que vale más un día feliz que un montón de jornadas nadando entre la indolencia».

Dice el autor, como has podido leer, que «las esperas suelen ser angustiosas, pero, a veces, merecen la pena». Me pregunto cuánto dura mi espera, cuánto tiempo nos queda para reencontrarnos de nuevo, mirarnos a los ojos una vez más, abrazarnos y caminar charlando, como tantas veces hicimos. Echo de menos tus consejos, tus palabras y tu voz. Echo de menos tantas cosas… instantes ya perdidos que no regresaran más allá de un recuerdo, una imagen, una foto en color. Pero no importa, el camino es largo y solo hay que ser paciente. Solo eso, nada más. Como dice Benjamín Maceda, las esperas merecen la pena. Por eso no me importa gritar al viento, para que llegue hasta donde ahora te encuentras, que no es inmortal el que nunca muere, sino el que nunca se olvida. Y no te he olvidado.

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