Historia viva de manos de Pedro Villanueva

Villanueva regresa con una nueva novela histórica, donde Riego y O´Donell nos llevan a días pasados que marcaron parte de nuestro futuro

Ruy Vega
28/04/2024
 Actualizado a 28/04/2024
Portada del libro protagonista en la estantería de Ruy.
Portada del libro protagonista en la estantería de Ruy.

Papá, Pedro Villanueva ha regresado con una nueva novela. Una novela que, al igual que en sus trabajos anteriores, se sumerge en la historia, en nuestra historia. No tengo la más mínima duda de que, a través de las venas del autor corre la necesidad de conocer nuestro pasado. Y, es que, es admirable el trabajo de las personas que, como él, nos desvelan lo ocurrido durante nuestros años ya olvidados. Estoy convencido de que una sociedad es mejor, y sobre todo no comente los mismos errores, cuando conoce su historia. Y de ahí, cómo no, la necesidad de muchos por tergiversarla. 

Pedro Villanueva
Pedro Villanueva


Tras la exitosa ‘El Festival de la Cosecha’, en esta ocasión se ha subido a lomos de un momento de la historia de España tan conocido como, precisamente, desconocido en toda la profundidad que se merece. Pedro es capaz de volar hacia el sitio más lejano, navegar por los mares de los libros olvidados en bibliotecas y registros para encontrar el mayor de los secretos, el artículo más imperecedero que nos lleva a la realidad de aquellos días. Y eso es admirable, realmente. Yo no creo que fuera capaz, y por ello le doy tanto valor a quienes sí que lo hacen. Papá, conozco a Pedro desde hace ya tiempo, bastante tiempo; y creo que no me equivoco si digo que una de las cosas que más en serio se toma en la vida es la certeza histórica de cada línea y párrafo que redacta. Un valor incalculable e impagable para los que hablan de días pasados. 


El libro, estoy seguro, te gustaría tenerlo entre tus manos. A tí, que tanto te gustó la historia, qué tantas y tantas veces me hablaste de ella, novelas o ensayos como Riego debe morir, que es el título, te encantarían. 


Pedro Villanueva nos lleva a lomos de caballos, barro, sol, lluvia y armas a los días en los que Riego y sus leales son perseguidos por José O’Donell. Sentiremos la nieve, la muerte de nuestros soldados, el miedo al fin de la vida, el olor nauseabundo en la nuca de quien nos persigue. Perfectamente ambientada, es un buen ejemplo para ver cómo, en alguna ocasión, una novela bien construida nos enseña, como el mejor de los libros lectivos, la historia. Y es ejemplo de ello el propio comienzo de la novela, donde se nos relata uno de los momentos históricos más importantes, si no el que más, más representativos: «El verdugo se prepara para su vuelo; se coloca sobre los hombros de Rafael del Riego, atenazando sus brazos en el cuello del general; se lanza al vacío sin vacilación. El sonido del crujir de las vértebras acompaña al estallido de gritos en la plaza de la Cebada de Madrid el 7 de noviembre de 1823».


Para todo ello hay que sumergirse en los propios pensamientos de Riego, quien ya en la segunda página confiesa: «Me humillan en la horca, ni me dan el honor de soldado de morir a garrote o fusilado; prefieren verme colgado para que cunda el ejemplo; arrastrado por una mula en un serón de paja, de esa paja que da nombre a esta plaza madrileña que tanto valor me dio contra mis enemigos». Y en esta aventura; real aventura, por otro lado; nos sentiremos, como te comentaba, parte de aquellos soldados que la vivieron y padecieron. Y esto es, lo afirmo con contundencia, uno de los grandes aciertos de Pedro Villanueva: su capacidad para hacernos sentir, en carne propia, aquellos momentos. Te pongo un claro ejemplo: «En una habitación, abierta al patio de la misma casa, permanece el teniente coronel Rafael del Riego, tumbado en un diván francés, descalzo y con el sable cercano a su mano sobre una mesa de caoba artesonada. […] Está solo, y conoce que la lucha está plagada de trampas y que el enemigo está entre la libertad, vestida de uniforme militar y dinero». Venga, otro perfecto ejemplo, de lo que en aquellos instantes sintieron y de las decisiones que tomaron: «Pero no dejaré de luchar pese a pensar en el fracaso, y seguiré poniendo mi vida frente a soldados valerosos antes que entregarla al destino incierto de unos buques inservibles y las pestes, que nos puedan acompañar en ese viaje endiablado a las Indias al que nos querían someter sin el debido decoro».

Otro de los grandes aciertos del libro es que nos introduce de lleno, también, en el propio O´Donell, cuyo cometido es dar captura a Riego. Estamos acostumbrados a que se nos cuenten las historias desde el punto de vista de uno de los dos bandos, pero no es el caso de Riego debe morir, donde se nos lleva de uno a otro protagonista de manera ininterrumpida y certera. No solo conoceremos lo que llevó al perseguido a hacerlo, también el ansia de captura del perseguidor. Y lo deja muy claro, precisamente, en un diálogo en donde se nos deja caer con sutileza el motivo del propio título de la obra: «Exterminarlos… ¡Riego debe morir! Quédense con esta frase, porque ese será nuestro cometido -matar a Riego-. Tengo orden de que así sea, de llevarlo muerto a la capital, de instaurar el orden en todas las poblaciones donde ese faccioso traidor ha colocado cargos llamados constitucionales». Ya llegando al final de la novela podemos leer otro gran ejemplo de lo que es tratamiento por igual a vencedores y vencidos, a uno y otro bando: «Los ojos inyectados de odio de Martínez divisan a Riego en la distancia. Espolea la montura con sable en mano mientras cae con su vanguardia sobre los desconcertados rebeldes. La carga es tan rápida y violenta que los fatigados y desmoralizados soldados no ofrecen defensa y huyen como pueden».


La humanidad que se entrega a los perseguidores y a los perseguidos, de unos días tan duros como escalofriantes que pasarían a la historia, aunque quizá no lo suficiente, papá, llevará a cualquier lector que se acerque hasta estas páginas a querer seguir leyendo y leyendo. Poco antes de la mitad del libro, podemos leer: «Sin más terreno que el que pisaban, ni más patria que la suya, los rebeldes se mueven con dificultad por los caminos cenagosos. Desanimados y mermados en número, marchan dirección a Antequera para hacer aprovisionamiento».


Pedro Villanueva tiene dos grandes pasiones: la historia y la escritura. Creo que ha sabido conjugar perfectamente ambas en sus tres últimas novelas / ensayos, que te he traído, papá, hasta aquí en igual número de cartas. Obsesionado, como te comentaba, con el buen hacer y descripción certera de lo ocurrido en sus trabajos, las páginas están llenas de hechos y acontecimientos tan comprobables como algunos de ellos desconocidos. Es por ello que trabajos como el que él realiza son tan necesarios. Conocer la historia, nuestra historia, es complejo, y más si no se trata con la seriedad suficiente (en su caso la seriedad está subrayada en letras de oro) y se contrastan datos. Estoy convencido de que hay más verdad en los libros de Pedro Villanueva que en ensayos históricos bien conocidos. 


Me pregunto qué pensaron los soldados que vivieron esta persecución que se nos cuenta en Riego debe morir, qué soñaron, qué temieron y qué los llevó a ello. A veces me pregunto qué hubiera hecho yo mismo si me llegase a tocar momentos como aquellos. Porque todo lo que me ha llevado hasta donde ahora estoy no ha sido más que una lotería. Donde vivo, la época en la que nací y el país que me ha tocado no es más que cuestión, ¿quizá?, solo del azar. ¿Y si hubiera sido un joven soldado al servicio de Riego?, ¿y si me hubiera tocado estar con O´Donell? No lo sé, lo que sí que sé es que cada noche pensaría, posiblemente, en la muerte. Por eso, por eso y por muchas más cosas, cada vez que acabo una de estas cartas, papá, me atrevo a repetir, una y otra vez, sin final, que no es inmortal el que nunca muere, sino el que nunca se olvida.
 

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