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Ceniza en las lágrimas

30/08/2019
 Actualizado a 19/09/2019
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Sabina la de Villaseco (Gran Canaria) tenía un orobal a la puerta, único ejemplar de la zona, un corral con ovejas y cabras y un bosque de pinos y laurisilvas frente a su casa. Ahora que el orobal ha muerto y el fuego bebió sus bayas y devoró las jaras, sólo tiene un cementerio de ceniza con olor a cedro y romero y un bosque de esqueletos negros. María la de Bonella ve avanzar el fuego entre piornos, urces y sabinas, arrasando el matorral donde pastaban sus ovejas, camino de las brañas. Un lobo asustado aúlla a lo lejos y el águila real vuela más alto y rápido que las llamas, huyendo del implacable fuego que recorrió estos días la provincia, visitando Rioseco de Tapia, Horcadas, Baíllo y lamiendo los pinares de Villapadierna. Aruna llora y corre a orillas del Xingu, con su niño en brazos. Intenta salvar la yuca y las batatas y liberar a los chivos, mientras Ranoi se ocupa inútilmente de la caña de azúcar, el sorgo y la mandioca. Pero el fuego corre más que ellos y se adueña de la selva, de su vida y su cabaña. Irina y Vladimir tenían una casa y un huerto en Yakuta, antes de que todo perteneciera al fuego. Ya sólo tienen apellidos para dejar a sus hijos. Todo lo demás, es humo negro que cubre Siberia.

Arden nuestros montes. Arde el Amazonas. Arden los bosques siberianos alcanzando el Ártico, encubiertos por el silencio de los medios. Asistimos a un crimen organizado del planeta, dirigido por enfermos de poder y de codicia. Lo revientan, exprimen sus entrañas, matan todo lo que esté vivo, en su propio beneficio. Terroristas ejerciendo la barbarie, tan culpables como los líderes que observan, callados y quietos, convertidos en cobardes cómplices.

Cómo explicar a esos locos que Aruna y María la de Bonella necesitan tierra no calcinada donde sembrar sorgo y mandioca, patatas y trigo para las hambres de sus casas y no pueden hacerlo con ceniza en los pies y en las lágrimas. Quizá valoraran la tierra si supieran que el pan está en una espiga, si vieran a madres cultivando los campos con soles pegados a la espalda. O con alpargatas y mandil de cuadros, haciendo cachapas o tarta de arándanos, zurciendo en un taburete de brezo o meciendo al hijo en una cuna hecha por el abuelo, con madera del roble grande, y la luna acechando entre las ceibas o los chopos. Cómo decirles que las madres necesitan dos árboles en casa que den cerezas a sus hijos, sombra al abuelo y sujeten sus tendales blancos. Cómo explicar a quién desprecia la tierra, el valor de un ‘simple’ árbol.
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