02/11/2020
 Actualizado a 02/11/2020
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No le cuento nada nuevo si le digo que la pandemia y sus siniestras maneras han trastocado la mayor parte de nuestras maneras de hacer las cosas. Y aunque unos pocos cambios que acarrean presumibles razones de salud hayan sido para mejor, que alguno habrá, este maldito virus ha cambiado por completo la forma de celebrar otra costumbre que viene de antiguo: ir a los cementerios el día de Todos los Santos.

Para los que no son partidarios de incinerar a sus difuntos y después tirar las cenizas por ahí como si estuvieran vaciando el cenicero del coche, que allá cada cual en su casa, la visita al cementerio del 1 de noviembre siempre me ha parecido que tiene mucho de social.

Precisamente por eso este año se han multiplicado las restricciones, los carteles en las puertas de las entradas a cementerios, los vigilantes de andar por casa pero con vocación policial repartidos por todo el camposanto y sobre todo el miedo en las personas que en esta jornada acuden al lugar donde reposan los restos de sus familiares que ya cruzaron la puerta hacia el más allá.

Por los Santos, como en otras muchas fechas, renovamos una costumbre que aprendimos de nuestros mayores. De esos mismos abuelos que desde mediados de marzo han sido llevados al cementerio o arrojados al fuego eterno de manera apresurada, sin despedida ni duelo y en la soledad de un par de familiares –si acaso–, el enterrador y un cura que apenas tuvo tiempo para rezar un responso superficial y apresurado porque a la puerta del cementerio tenía media docena esperando. Y otros tantos por la tarde, y al día siguiente igual.

Sinceramente, y es posible que ya se lo haya dicho en alguna ocasión más, creo que esta pandemia nos está enseñando muchas cosas. Y los cementerios, en general, también están siempre ilustrando al que va de visita aunque nada más sea el hecho de que la vida es efímera. Pero este año, tanto los que han sufrido las consecuencias de la calamidad como los que no, deberíamos reflexionar un poco más al cruzar la puerta del camposanto y aunque aún no sea momento para echar las culpas a nadie, intentar evitar repetir la situación.
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