Vinieron a por las cuencas mineras y no nos preocupó en exceso, no éramos mineros, eran unos valles alejados de las moquetas, daban mucha guerra, hacían marchas sobre las ciudades, tiraban muchos petardos. Uff, qué ruido.
Vinieron a por los ganaderos de leche y pasamos de todo. Eran unos paisanos con boina que ya habían aguantado cuando les robamos el cupo de leche que habían logrado reunir durante una vida de trabajo suya y la de sus padres, y hasta abuelos. Uff, huele a abono.
Vinieron a robarnos nuestra cultura rural y nos sumamos al expolio, era la modernidad. Lo mejor es que se fueran de sus tierras y les contamos que lo mejor que podían hacer con sus ahorros era comprar un piso en León, que ya habría quien se hiciera rico con los ladrillos. ¿Qué no te apetece pasar el invierno en León y que si hubieras metido la décima parte de lo que te costó en una buena calefacción y otras comodidades necesarias serías feliz en el pueblo? ¿Y qué ganan los buitres con eso? Uff, la ciudad.
Vinieron a por los cocineros y cuidadores de los comedores escolares y lo dejamos hacer, iban a traer alimentos de ‘catering’, qué palabra tan moderna, y qué comida tan mala. Uff, los nuevos caciques.
Vinieron. Siguieron viniendo. Y ya nos pillaron cansados y acostumbrados, sentados al sol antes de volver al piso que compramos.
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