Una Navidad lejos de los bombardeos

Una familia de refugiados sirios con tres niños relata el infierno que vivió en su país y en el campo de Turquía hasta llegar hace seis meses a Castilla y León, donde buscan conseguir su autonomía e integración en la sociedad

Ical
24/12/2016
 Actualizado a 15/09/2019
Refugiado sirio en la comunidad. | ICAL
Refugiado sirio en la comunidad. | ICAL
Llegaron en verano a Castilla y León y creyeron no haber pasado página al terror que vivieron durante más de cuatro años, primero en Siria y luego en un campo próximo de refugiados en Turquía. Los fuegos artificiales con motivo de las fiestas grandes de la ciudad donde se asentaron sonaron a los bombardeos que los tres niños habían escuchado en demasiadas ocasiones pero pronto les tranquilizaron que ese ruido era fruto de la pirotecnia. Nada de cañonazos ni de resplandores de los proyectiles de la artillería pesada. Ahora, con la llegada de la Navidad y el Nuevo Año, los petardos y los fuegos de artificio ya no sorprenderán a estos pequeños de entre 4 y 9 años porque, pese a llevar solo seis meses en la Comunidad, ya se han hecho a su nueva vida.

Los niños olvidan rápido pero sus padres, Ahmed y Fátima, no tanto porque reconocen que salieron de un infierno insorportable, sobre todo, para sus hijos. El padre de familia asegura tajante que de no haber tenido a tres niños no hubiera abandonado su país. “En Siria, hemos dejado toda nuestra vida y nuestras familias. Fue muy difícil salir pero también llevar cinco años sin ver a nuestros padres y hermanos”, sentencia Ahmed a la Agencia Ical. Pese a ello, ahora con la concesión de la protección internacional esta pareja no piensa volver a su país porque “mucho tiene que cambiar la situación”. Aún recuerdan cuando el ejército sirio atacó su ciudad y asesinó a mucha gente, entre ellos a cuatro primos y varios amigos y vecinos.

Disfrutan de una vida normalizada, en una vivienda nueva gestionada por Cruz Roja Española que, de momento, paga el Ministerio de Empleo y Seguridad Social. Pese a cumplir los seis meses recogidos en el Programa de reasentamiento y reubicación de refugiados, contarán con tres meses más porque Fátima está embarazada y dará a la luz a una niña en unas semanas. Es uno de los casos de vulnerabilidad contemplados para la concesión de una prórroga dentro de la primera fase de la acogida temporal.

Luego, llegará el momento de la integración, cuando esta familia de reasentados deba alquilar un piso a su nombre, aunque posiblemente necesite seguir recibiendo ayudas económicas hasta contar con recursos propios. En una situación similar están los otros 44 sirios que atiende Cruz Roja en Castilla y León. “Cuando llegamos aquí, no esperábamos nada y ahora tenemos todas nuestras necesidades cubiertas”, asegura mientras muestra su DNI y sus tarjetas municipales para el autobús o el alquiler de bicicletas.

La plena autonomía y la integración en la sociedad española de esta familia de origen sirio serán una realidad, sobre todo, cuando Ahmed logre un empleo. Ganas no le faltan pero las clases de castellano, cuatro horas a la semana, van lentas aunque ya se notan los progresos. Está ansioso por lograr la convalidación de su carné de conducir y encontrar un trabajo de conductor de camión, que es la labor que desempeñaba en su ciudad natal Idlib (al noroeste de Siria) en una pequeña empresa familiar de transporte de frutas y verduras. Al hablar de trabajo, la mirada de este joven de 32 años se ilumina porque asegura que ansía vivir por sus propios medios.

Los tres niños han acudido este primer cuatrimestre al colegio con total normalidad pese a que los más pequeños no habían pisado nunca una escuela. El más pequeño cruzó la frontera con sus padres cuando apenas tenía cuatro meses. “Hablan todo el tiempo de la Navidad, Papá Noel y los Reyes Magos, pese a que no entienden nada porque es algo nuevo para ellos”, afirma la madre, de 31 años. El idioma empieza a no ser un problema y las clases de apoyo en horario de tarde les permiten avanzar rápido en la escuela, además de mejorar sus habilidades sociales y jugar con otros chicos. “Lo más importante es que los niños estén bien y sean felices”, insiste.

“Hemos perdido todo. Nuestra casa ya no existe”, sentencia Ahmed. De ahí que confiese que “borrar lo vivido es imposible” pero demuestra templanza porque sus hijos están bien y parecen haber borrado los recuerdos de Siria. Tal vez, el viaje de 27 horas entre Turquía y la Comunidad ayudó a cicatrizar esas heridas. “Jamás hemos hablado con los niños de la Guerra en Siria ni por qué salimos de allí”, apunta el padre. Y lo justifica por la complejidad de explicar a un niño de 7 años de que el presidente de su país “mata a su propio pueblo” solo para perpetuarse en el poder.

Sorprende la tranquilidad que encarnan Ahmed y Fátima pero apuntan que “tenemos que vivir así y no vamos a llorar y lamentarnos para cambiar las cosas”. Así que templaza y “rezar a Dios” para que pronto finalice la guerra en Siria. Un conflicto que, recuerda, comenzó cuando hace cinco años cuando su pueblo aprovechó la Primavera Árabe para pedir en las calles libertad y democracia. Desde entonces, el país vive una brutal e intensa guerra civil con el enfrentamiento entre diferentes bandos, que cuentan con el apoyo de las potencias mundiales y de la región para hacerse con el control de Siria. “Antes, los cristianos, sunitas y chiitas éramos hermanos, ahora se matan entre ellos porque hay mucha intolerancia”, explica.

Ahmed muestra su preocupación por el futuro que le aguarda a la provincia donde vivieron, a menos de cien kilómetros de Alepo. Teme que muchas de las personas que han salido de esa ciudad busquen refugio en la zona de Idlib y, por tanto, sea allí donde continúe la masacre. Una masacre que está alentada por países como Rusia, Líbano e Irán que apoyan al presidente Al-Asad. “Esto va durar mucho tiempo porque a Siria han llegado tropas de todos los lugares para matar a los sirios”, alerta. Es un mensaje que les trasladan sus familiares que siguen allí, cuando las comunicaciones lo permiten.

“Silencio cómplice” de la UE


Lamenta el “silencio cómplice” de los gobiernos europeos que “no hacen nada” para encontrar una solución a Siria. “Ningún europeo ve bien lo que ocurre en mi país pero sus países siguen sin adoptar medidas”, añade. En cambio, solo tiene palabras de agradecimiento, “de todo corazón”, para el Gobierno y los ciudadanos españoles así como para Cruz Roja por la atención y la amabilidad demostrada en este tiempo.

El personal de la ONG destaca la “actitud proactiva” de la familia, lo que facilita trabajar con ella. “Están allí donde se les llama y participan en todas las actividades y programas propuestos”, comentan. Un equipo multidisciplinar formado por trabajadores sociales, educadores psicólogo y abogado para la asistencia legal y jurídica para la regularización de la situación administrativa trata de hacer más sencilla la vida a estos sirios y lograr una mejor integración. Fundamental ha sido el trabajo de los voluntarios, como el traductor tunecino Hichem, que acompaña a la familia siria para realizar los trámites administrativos, intercambiar impresiones con los técnicos de la ONG o facilitar la entrevista con Ical. Pero también el conductor voluntario que acudió al aeropuerto de Barajas para traer la familia a la Comunidad.

También ayuda su carácter sociable y el contacto que mantienen con otras familias siria, marroquí y paquistaní que residen en su misma ciudad, cuyo nombre no quieren desvelar ni tampoco su identidad verdadera por miedo a las represalias que puedan sufrir sus padres o hermanos que aún viven en Siria.

Ahmed se emociona cuando les comunicaron que su familia tenía posibilidades de ir a Europa como refugiados. La confirmación de que el país elegido era España fue solo un mes antes de abandonar el campo de Turquía y emprender el viaje. “Los niños se pusieron muy contentos porque sabían que era pasar de un mundo a otro, lejos del ruido de los bombardeos y de vivir en las caravanas del campo”, apunta emocionado. La misma suerte corrió un hermano de Fátima que, acompañado de su mujer y su hijo, viajó hace año y medio de Grecia a Alemania. En cambio, otros dos hermanos siguen a la espera en campos de refugiados en Turquía y Grecia con la esperanza de poder reunirse con ellos en España.

Mientras llegue ese momento, este matrimonio sueña con una vida mejor para sus hijos en Castilla y León, lejos de las guerras, los bombardeos y las penurias. Una vida nueva que se abre con un futuro de esperanza a miles de kilómetros de su país de origen.
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