Un pedacito de Marruecos en Villanueva del Condado

Eulogio y Mouna forman una extraña pero entrañable pareja, como empleador y empleada; tres años lleva esta bereber atendiendo a la madre de este leonés y su casa en el pueblo

Isabel Herrera
25/03/2016
 Actualizado a 17/09/2019
Mouna, en la cocina de la casa de Eulogio, que ya la ha hecho suya, preparando los postres que acompañaron al tradicional cuscús. | L.N.C.
Mouna, en la cocina de la casa de Eulogio, que ya la ha hecho suya, preparando los postres que acompañaron al tradicional cuscús. | L.N.C.
Mouna lleva tres años llevando la casa de Eulogio. Se encarga de su madre, de avanzada edad y con alto grado de dependencia; y de atender la casa en toda su amplitud. Se ha hecho dueña y señora de la cocina, y con qué arte prepara los platos típicos de su tierra, Marruecos. El jueves, en honor a sus invitados –uno de ellos una servidora–, hizo un cuscús de quitar el sentido.

A las dos de la tarde la mesa estaba preparada para acoger a sus seis comensales. Bien dispuesta y sin estorbos, que allí se sienta uno a comer. Como es tradición en los países árabes, a los convidados nos cedieron los puestos destacados de la mesa hasta la que llegaba el aroma de lo que se intuía como todo un manjar.

En la cocina, Mouna, sin borrar la cálida sonrisa que parecía tener tatuada en su rostro, ultimaba con gran delicadeza la fuente en la que todos meteríamos con ansia la cuchara.

"Tuve la enorme suerte de encontrar a una persona como Mouna", dice después de contar que fue cosa "del destino"Tres horas le había llevado preparar el cuscús. Es un plato que en Marruecos, contaba mientras colocaba la carne, las habas, la zanahoria y demás verduras sobre la sémola de trigo, "comíamos todos los viernes". Mouna es bereber, y llegó a España hace cinco años. Durante los dos primeros estuvo trabajando en la hostelería por la zona del Condado, pero el destino le llevó hasta Eulogio. O a Eulogio hasta ella. ‘Maktub’ –"estaba escrito", que se dice en árabe–.

La comida empieza después de haber recurrido de nuevo a una costumbre de la cultura de Mouna. Tras el ‘Bismi-l-lâh’ –"en el nombre de Dios"– de rigor, las cucharas se avalanzan sobre la fuente de cuscús. Delicioso.

Nadie diría que el encuentro transcurre en medio de un pueblo de la ribera del Porma. Mouna, como manda su religión, lleva cubierta la cabeza con el velo y viste una chilaba estampada en tonos marrones. Frases, costumbres, creencias... del mundo árabe llenan la conversación. Eulogio es ‘cazurro’ de toda la vida. Hijo de Villanueva del Condado, con tanto vivido como viajado, o tanto viajado como vivido, tanto da. Es un hombre de negocios, de muchos negocios a lo largo de su vida, emprendedor, culto, trabajador, buen conversador y, sobre todo, entusiasta y gran anfitrión, y eso que cede todo el protagonismo a la que mujer que contrató, como quien dice, en medio de la carretera.

Retoman la historia de cómo el destino unió a empleador y empleada. Él necesitaba a alguien que cuidara de su madre –entonces también de su padre–, que cada día necesitaba más ayuda y atenciones. Necesitaba a alguien las 24 horas, de confianza y, además, que lo hiciera con respeto y cariño. Y un día, yendo de camino al pueblo –él no reside allí de continuo–, vio a una mujer marroquí paseando a un señor en silla de ruedas. Quién sabe por qué decidió parar y preguntarle si sabría de alguien que estuviera interesado en trabajar cuidando a su madre. Y apareció Mouna, que es hoy una más de la casa, que ya es también la suya.

Esta bereber del Atlas de Marruecos lleva tres años cuidando de la madre de Eulogio y de su casa, que ya es la suya propiaLevanta, asea, viste, peina... a la señora. Cocina para ella, la coloca en la ventana para que contemple las vistas y se empape de los rayos de sol de estas tardes de invierno. La cuida con celo, con cariño, con sensibilidad.

Eulogio está tranquilo dejándola en sus manos, en manos de la única marroquí que vive en este pueblo leonés y que, cada vez menos, pero todavía algo, despierta la curiosidad de los vecinos.

Mouna no es mucho de salir de casa. Tiene espacio y entretenimiento más que de sobra con la casa, la cocina, el huerto, las gallinas... En medio de los postres explican que ya tienen apalabrado (Eulogio y ella) lo que van a sembrar este año. "¡Pero eso van a ser muchas patatas!", dice uno. "Bueno, para dar", dice la otra.

El respeto y la confianza encuentran en esta casa el equilibrio perfecto. Mouna se ha adaptado a la perfección al lugar. Y Eulogio puede estar tranquilo, su madre y su hacienda están en buenas manos. Y su estómago, porque la comida resultó todo un éxito, por el menú, pero sobre todo por la hospitalidad y la amabilidad. Seis comensales, distintas nacionalidades, diferentes culturas, comiendo de la misma fuente y compartiendo, a los postres, como no podía ser de otro modo, un té verde marroquí. Nos invitaron a volver, y les tomamos la palabra.
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