Antonio Viñayo, si todos le decían sabio...

Antonio Viñayo fue como el alma de San Isidoro una figura siempre presente e inolvidable, más en estos días que la Colegiata y el museo son noticia en todas partes

28/04/2024
 Actualizado a 28/04/2024
Viñayo, durante tantos años abad de San Isidoro, donde perdura su recuerdo como abad honorario. | MAURICIO PEÑA
Viñayo, durante tantos años abad de San Isidoro, donde perdura su recuerdo como abad honorario. | MAURICIO PEÑA

Me sorprendió el comentario de uno de los asistentes a la inauguración de la reforma del Museo de San Isidoro, a la salida, en un bar cercano: «Todo muy bonito, una pasada, pero si en un acto en San Isidoro se cita más veces a Azaña que a Viñayo, algo falla».

Se hizo el silencio, y el camarero, se atrevió con el comentario: «No sé lo que habrán dicho ahí, pero aquí, en este barrio, Viñayo es Dios».

Contundente. No sé qué tiene de real la afirmación del asistente pero en las elogiosas crónicas del acto no aparece el nombre de Viñayo y sí es cierto que el consejero de Vox acudió, en sus citas, a Azaña. 

La realidad de la calle es que cuando dices San Isidoro alguien añade Viñayo. La realidad del recuerdo es que cuando dices Viñayo alguien añade sabio. No es fácil instalarse en ese podio y el eterno abad isidoriano, fallecido hace 12 años, lo había logrado, a base de demostrarlo día a día, de ser un estudioso impenitente... Tenía una curiosa teoría sobre la necesidad de seguir leyendo, escribiendo, estudiando, incluso cuando «las piernas no le respondían» y se fue de la Real Colegiata a una residencia en el barrio del Ejido. Tiraba Viñayo de una ironía muy suya: «Me ocurre que estoy pillado por un contrato que me obliga a mucho. Solo le he pedido a Dios una cosa para mí, que si voy al cielo me coloque a la vera de San Isidoro. Y esas cosas hay que ganárselas». 

Esta estrecha relación entre Viñayo y la Real Colegiata es lo que Félix Pacho Reyero llamaba, en uno de sus artículos en La Nueva Crónica, «una simbiosis total entre la persona y la Basílica». El periodista, buen amigo del abad emérito, siempre contaba para poner en valor la figura de Viñayo que «fue el primer gran fichaje; pues estaba ejerciendo su magisterio en Oviedo y el obispo Almarcha lo quiso traer a su diócesis a golpe de talonario». Esta vinculación con San Isidoro fue la que le llevó —en una visita de los entonces reyes, en la que Juan Carlos I se mostró muy cariñoso con él— a pedirle que intercediera para que alguno de los tesoros de San Isidoro que estaban ‘por el reino’ pudieran volver,  como el famoso Beato de San Isidoro  de León que, pese a su nombre, está en la Biblioteca Nacional en Madrid». 

Por suerte, la figura de Viñayo, sí ha sido glosada y reconocida, como su condición de sabio. También se habla de las largas conversaciones que le gustaba mantener y en las que si te preguntaba de dónde eres te daba una verdadera lección de conocimientos pues, generalmente, sabía más de tu tierra que tú mismo».

- ¿Usted, don Antonio, de dónde es?

Era una pregunta que le encantaba. Le gustaba hablar de su origen rural y humilde, de las faenas del campo, de la religiosidad popular y de sus primeras salidas del pueblo, de su familia. 

«Esta Arcadia y Paraíso en el que crecí tenía su asiento en un pueblo de sesenta casas que todavía conserva el nombre de Otero de las Dueñas, provincia y partido judicial de León, ayuntamiento de Carrocera. También es pertinente declarar que es el lugar donde nací, vástago de ‘cristianos viejos’, hijo de padres ‘pobres pero honrados’, que sacaban adelante los cinco retoños arando tierras con la ayuda de una pareja de escuálidas vacas y cuidando un pequeño hato de espléndidas ovejas merinas».

Este texto de Viñayo sobre su origen pertenece a un precioso libro que escribió sobre sus tres primeros viajes fuera de su pueblo y le publicó la también desaparecida Hullera Vasco Leonesa con el subtítulo de ‘Tres primeras salidas al mundo de un niño del mundo rural’.

En la primera va atravesando y describiendo los paisajes antes desconocidos que rodean su pueblo; la segunda fue al santuario de Camposagrado y su romería, en la que describe la leyenda de los pozos de Colinas, que curiosamente entraron en esa temida Lista Roja del Patrimonio el mismo día de la inauguración del Museo; y la tercera es su primer viaje a la capital, en burro, con su padre. Por cierto, el burro, de nombre Corzo, le descabalgó. Va describiendo Viñayo sus sensaciones al cruzar el puente de San Marcos, su decepción porque tan bello puente estuviera sobre un río casi seco: «Para río, el Río Grande de Otero». Sobre San Marcos escribe que «tan grande él solo como un pueblo»... y San Isidoro. 

- La iglesia de San Isidro -San Isidoro la llamamos ahora- debía ser muy importante, la más importante de León, porque en mi tierra cantábamos un himno en el que se la llamaba «único templo real y sacerdotal». Era toda de piedra. En la puerta, muchas figuras también de piedra y dos san Isidoros. Uno sentado, abajo, y el otro a caballo, encima. Mi padre me contaba maravillas de todo lo que estaba viendo. San Isidoro era el más sabio de todos los españoles, Doctor de las Españas. Eso significaba la figura de abajo. La de arriba representaba la aparición del santo obispo en una gran batalla, ayudando a un rey de León».  

Seguramente, ahí nació todo.

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