Si hay un inolvidable en el municipio de Cármenes (y varios a la redonda) ése es Mael el de la tienda más singular y caótica que imagines. Si hay un personaje que hubiera podido ser escudero de Don Quijote, pero no como Sancho sino como un Alonso Quijano del siglo XX, ese sería Mael el de la tienda o el del camión o el del estraperlo o el de la imaginación o el de la bondad, porque ya os adelanto algo que se me quedó grabado. Hablaban las mujeres en el filandón de Mael, de sus excentricidades, y una de ellas, Josefa, remató las anécdotas: "Pero no se os olvide una cosa: Mael fue el hombre que más hambre quitó en toda esta comarca con el estraperlo". Y es que parece que cuando era un maestro de la supervivencia en aquellos años duros y grises fueron muchas las casas en las que dejaba productos básicos y necesarios, y sabía perfectamente que no iba a cobrar, que no le podían pagar. Es más, los dejaba sin que se los pidieran... Pero era él mismo quien bromeaba con su condición de insumiso de lo establecido: "Cuando se inventó la luz... ya le debía tres recibos a León Industrial", decía con una gracia muy suya.
Inclasificable. Una anécdota personal de cómo veíamos a Mael. Siendo bachiller, yo creo que lo primero que escribí, gané un concurso de redacción de aquellos colegiales en el que lo que llamó la atención al jurado era el inicio del relato, que era así: "Nos han mandado leer El Quijote, porque es un personaje único, algo loco y muy estrafalario... ¡Menuda decepción al acabarlo! Ni comparación con Mael el de la tienda, ese sí que es estrafalario".
Comparaba después si era más llamativo lucir "lanza en astillero, adarga antigua, rocín flaco y galgo corredor" o "calzar zapatillas de felpa, una calzada y la otra en chanclas, calcetines diferentes, pantalón con una pata recogida a variz libre —decía él—, chaqueta muy grande porque grande era el difunto, gafas de culo de vaso que ni limpiaba jamás y en la cabeza un pañuelo sujeto con cuatro nudos. En un bolso siempre un tarro de bicarbonato que tomaba a puñados, cada poco, cayéndosele siempre sobre la chaqueta casi la mitad hasta dejarle una chorrera blanca que formaba parte de su estampa". Para mí, y más si añades la mirada infantil, no había color. Dónde esté Mael.
De ahí que llegue aquí, a 'Los inolvidables', en estas fechas que las páginas suelen ser para su ‘alter ego’ don Quijote.
Era Mael lo que hoy llamarían un singular emprendedor, muchas empresas emprendió, unas cuantas veces se hizo rico y otras tantas se arruinó, o lo que le quedó sin cobrar, algo que no le parecía tan extraño porque, ahí tiraba de su filosofía, "yo mismo, cuando se inventó la luz, ya debía tres recibos a la fábrica, León Industrial entonces". Y siempre le quedaba la tienda. O la pesca. Y en la tienda la gramola en la que escuchaba tangos y la vieja radio de lámparas que encendía a las ocho de la tarde para escuchar Radio Pirenaica, decía por provocar, y después de escuchar un rato los ruidos que emitía, ni una palabra inteligible, nos decía a los chavales que nos arremolinábamos a la puerta: "Dice que palmó Franco. Corred a decirlo". Diez años lo estuvo matando, sin éxito, sólo quería provocar. Como cuando le decíamos que en la catequesis nos habían dicho lo contrario a lo que él argumentaba. "Tú desconfía, que los curas no ven más allá del bonete".
En un artículo de Juan Fernández, en la vieja revista local Pico Gallo, el autor, estudiante entonces de Teología, le quiere poner en un aprieto porque los curas han estudiado, y mucho, ¿y tú qué carrera tienes?
- La más larga. Mundología.
Cierto era. Mundo tenía.
Y para comprobar que era un hombre de contrastes, a su radical discrepancia con los curas unía la anécdota de que cada poco anunciaba que iba a dejar de fumar pues "se lo prometí a la Virgen de Fátima. Hablo mucho con ella". Y provocaba en el bar, ante las conversaciones ‘sin chupe’, repetidas... "Ya estamos otra vez con lo mismo, no salimos de la paca, la vaca, la jata"; expresión que ha quedado en el imaginario del lugar y cuando los ganaderos se enfrascan en sus discusiones alguien musita: "La paca, la vaca, la jata".
Irrepetible, inolvidable, y presente, en sus frases, en el bicarbonato, en sus anécdota y en su espíritu, que honra su hijo Jaimito, que cuando llega a jugar la partida hace como que cuelga la cazadora en un lugar donde no hay percha, cae al suelo y allí la deja "colgada". Y cada mañana recorre el ayuntamiento dando de comer a todos los perros que bajan del monte como bólidos cuando ven su furgoneta.