"La primera vez que escuché un vallenato en León casi se me saltan las lágrimas"

La integración de los extranjeros en la sociedad leonesa está muy marcada por las culturas

I. Herrera
12/02/2017
 Actualizado a 14/09/2019
Jenny, colombiana que reside en León. | DANIEL MARTÍN
Jenny, colombiana que reside en León. | DANIEL MARTÍN
Cuenta Jenny que en la vida había escuchado vallenatos en su país, nunca, pero que cuando un día estando en su piso aquí en León, en el barrio de El Crucero, escuchó la música entrar por la ventana, pegó la oreja a la persiana y tuvo que contenerse las lágrimas. Llegó de Colombia hace once años, pero su acento sigue intacto, al igual que tantas otras cosas porque «tú sales de tu país, pero te llevas tus costumbres contigo». Ha compartido piso con españolas, ha estado alguna vez en el Húmedo «¿cómo dicen? ¿de tapeo?» y conoce los horarios y trayectos del autobús urbano mejor que cualquier leonés.

Tiene localizados a buena parte de sus compatriotas que residen en León y, si no, los reconoce, «por la forma de vestir, por la forma de hablar, y por el tono de voz hasta sabemos de qué parte de Colombia son». Lo demuestra en la Cervecería Trotamundos que regenta Elena, también colombiana, en la que lo mismo te ponen un poco de chorizo de León que unas empanadillas colombianas de carne con salsa ají. Este es uno de los sitios donde los colombianos afincados en León pueden disfrutar de sus platos de siempre elaborados con productos de su tierra. Los encuentran en establecimientos como el locutorio El Paisa, junto a El Albéitar, que regenta Bibiana con su socia, ambas de Colombia. Hoja de plátano, arepas, buñuelos, harina para natillas... y hasta los refrescos ‘Colombiana’ para prepararse unos buenos refajos (con cerveza), que quizá allí no los bebieran, pero aquí les saben a gloria, sobre todo cuando se juntan entre ellos como una gran familia para celebrar una buena parrillada o saborear unas bandejas paisa pues, «como dicen, los colombianos no comemos para vivir, vivimos para comer», dicen entre risas.

Los colombianos residentes en León se buscan mucho entre ellos, pero hay colectivos que son todavía más herméticos. El caso más extremo quizá sean los chinos. Apenas se relacionan fuera de su comunidad y ni siquiera tanto entre ellos mismos. Los rumanos, y en general los procedentes de países del Este también tienden, que no siempre, a delimitar mucho su círculo. O los marroquíes, que reconocen que cuando llegan se apoyan mucho en los que les precedieron en el viaje y han acabado por establecerse en zonas muy concretas de la ciudad. «Donde más marroquíes hay es en El Crucero, luego en Fernández Ladreda, Mariano Andrés, San Mamés y El Ejido», explica Aziz. Entre ellos hablan en su lengua y preservan mucho sus costumbres. En general todos los musulmanes, apunta. Poco a poco han ido abriendo sus propias tiendas, locutorios, peluquerías... donde hacen precio a los suyos, aunque reciben con agrado, aseguran, clientes de todas las culturas y procedencias. En poco más de una manzana –una cuadra como habría dicho Jenny– Aziz recorre en el barrio del Crucero dos carnicerías, una de un marroquí y otra de un pakistaní, donde además de carne Halal se pueden encontrar mantas, alfombras para los rezos, tajines y un amplio surtido de productos para saciar los antojos patrióticos de medio mundo y que, cada vez más, interesan al otro medio, pues la mesa parece ser la mejor vía de entrada a otras culturas. Entre una y otra, una peluquería de nombre árabe y profesional armenio. Un joven que llegó a León con doce años y aquí se formó como peluquero, labor que desempeña de lunes a domingo, como la inmensa mayoría de estos negocios, con clientela de infinidad de razas y religiones y, por supuesto, más de uno y de dos vecinos de este barrio de toda la vida. Sólo con cruzar la calle, otra de las cuatro peluquerías de referencia que tienen los marroquíes en León, según cuenta Aziz, que justo en ese momento tiene a un leonés sentado en el sillón dejándose acicalar. Y al lado, un locutorio, el primero que abrió en León, nos cuentan. Su propietario empezó allí trabajando para un español, pero éste acabó trasladándole el negocio de la calle Pardo Bazán hace unos años. Es un local pequeño en el que en unos minutos se han dado cita un buen número de acentos. Está orgulloso de la pluralidad de culturas que pasan por su local y alaba la libertad de residencia que tienen los extranjeros en España, «eso facilita la integración, hay que conocer, no se puede juzgar sin conocer».

No mucho más lejos, en la calle Astorga, otro locutorio con un sinfín de referencias y amplio horario. Los negocios extranjeros siguen proliferando por la ciudad.

Pero no todas las nacionalidades que conviven en León se aferran tanto a su comunidad. Los centroeuropeos en general van más por libre. Incluso algunos latinos como los brasileños, tal y como cuenta Marcelo Amorín. Él llegó de estudiante a León y empezó compartiendo piso con dos vecinos de su tierra, pero en un momento dado decidieron separarse para aprender el idioma e integrarse de pleno en la vida leonesa. «Brasil es un país de inmigrantes», quizá por eso, considera, se adaptan mejor al entorno. Se reúnen, sí, se juntan en las actividades que organiza la Asociación Cultural Brasileira de León, que además está abierta a todos los que quieran asistir, pues más que un lugar de refugio para los brasileños en León la entienden como una puerta a la cultura de su país para los leoneses. «A los que llegan, lo que hacemos es enseñarles a adaptarse a León, no dónde encontrarse con Brasil», concluye Marcelo.
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