El valedor de los derechos de las mujeres en Angustias

Fallece Juan Miguel Diez Alija, que fuera abad de la secular cofradía leonesa

Julio Cayón
22/02/2022
 Actualizado a 22/02/2022
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Se ha muerto en un suspiro. De manera tan precipitada y a la vez tan absurda que la emoción y la rabia son incontenibles. Se ha ido Juan Miguel Diez Alija, el abad de Angustias (que lo de exabad no le encajaba, en absoluto, por su activismo acentuado), el papón comprometido y cabal, el hombre firme, que marcó una época en la cofradía más antigua de la Semana Santa de León. Era la noche del 21 de febrero, festividad de San Pedro Damián, doctor de la Iglesia, cuando se despidió en dirección hacia los océanos espaciales.

Y sí, es cierto, marcó para los restos a la ‘angustiosa’ cofradía porque desde su asunción, en 1990, a la insignia abacial del corazón amarillo orlado en olivo, sabía que dar un paso adelante, una zancada más, un salto en el vacío si fuera preciso, era materia inexcusable en una agrupación mariana y vespertina, en la que además de hombres, también figuraban mujeres con los derechos limitados. Se les impedía vestir la enlutada túnica del cordón ambarino en las amplias bocamangas, pese a que el estatuto –que sería derogado gracias a sus inquietudes- recogía que eran hermanas en iguales derechos y deberes. Pero se les negaba la prerrogativa. Y Juan Miguel entendió que aquello, por injusto, no tenía sentido.

Aunque ya había antecedentes en otras hermandades de cruz y penitencia en cuanto a incluir mujeres en sus filas procesionales, acometerlo en una cofradía de tanta tradición y raigambre, de tanta historia como era la de Angustias, suponía un reto apasionante. Sin embargo –y ese era el objetivo- procedía romper de una vez por todas con el añoso corsé diferenciador de sexos. Y no se antojaba tarea fácil ni, tampoco, un paseo militar. Al contrario. Por eso había que hacer bien las cosas, saber presentarlas y vestirlas sin arrugas para no caer en estereotipos absurdos.

Y Miguel –que lo de Juan, por costumbre, quedó siempre en segundo plano- se templó, cogió las riendas con pulso y firmeza y, apoyado por su Junta de Seises, convocó una asamblea general extraordinaria en la iglesia de Santa Nonia -sede de la cofradía-, con dos objetivos: primero, la inexcusable y modernista reforma estatutaria y, en virtud de ella y en paralelo, consolidar, como segunda aspiración, que las hermanas llevaran la túnica y se cubrieran con el capillo. Y lo logró. La cofradía, con esa recabada y sólida validación, se posicionaba, inequívocamente, a favor del sexo femenino.

Estaba claro que la mujer leonesa quería desfilar con Angustias y ser bracera; pujar, dicho en el argot de los papones Fue una junta ‘a la antigua’, es decir, muy participativa, donde cada uno pudo exponer sus criterios –que muchos hubo- sin la menor cortapisa. Y el debate, en abanico, enriqueció a cuantos asistieron. A partir de entonces el escenario de la cofradía cambió. Se esponjó, muy sensibilizado, de una manera increíble. Y tanto fue el éxito del acuerdo, que a la secretaría de la institución se le multiplicó el trabajo. Las altas llegaron en cascada. Casi en gavillas. De forma abrumadora. Estaba claro que la mujer leonesa quería desfilar con Angustias y ser bracera; pujar, dicho en el argot de los papones. Un gran triunfo. A ello, en su misma abadía, naturalmente, se añadieron otro par de logros posteriores: la consolidación de la primera agrupación musical leonesa de Semana Santa y la creación del llamado grupo de montaje, un área ésta de obligado compromiso y fundamento para el buen fin del ensamblaje de los pasos.

La muerte de Miguel ha sido un desconcierto para todos. Persona de marcados compromisos y lineales costumbres, también tuvo tiempo de servir como abad a la cofradía de Santo Tomás de Canterbury, radicada en la iglesia de San Pedro -en el barrio de Puente Castro-, a la que mimó por herencia y mandato generacional. Al igual que se entregó, como bracero, con las del Dulce Nombre de Jesús Nazareno y la sacramental y penitencial de Minerva y Veracruz. Y con la de Ánimas del Cristo de Afuera de San Martín, un barrio éste que, por genes familiares, conocía y disfrutaba desde su más tierna infancia. La imprenta Saturnino, fundada por su abuelo en la conocida Plaza de las Tiendas, en el corazón del Barrio Húmedo, fue su punto de salida a la vida.

Ahora, a pesar de la orfandad corpórea que exige el viaje por el cosmos, Miguel volverá a estar presente en la próxima y abrileña Semana Santa. Se pondrá la túnica. Y cogerá la vara. Y, desde la invisibilidad, recorrerá la procesión del Santo Entierro, el Viernes Santo, de arriba abajo y de abajo arriba en su perpetuo afán de servir a su cofradía del alma, la de Nuestra Señora de las Angustias y Soledad, a la que tanto amó desde niño. Y en la que siempre estará presente. Hasta los últimos tiempos.
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