En la carta de adhesión a esta petición, que pueden remitir a la organización de los Premios Nobel tanto personas físicas como jurídicas, destacan su trayectoria y obra misionera que, aseguran, «encajan en los fines y esencia» del galardón. «Considerando que su labor humanitaria ha cumplido de manera transversal con la mayor parte de los mismos, siendo una oportunidad para que esta solidaridad y valores humanitarios forjados en toda su historia sigan siendo un referente que alumbre desde nuestra memoria a las nuevas generaciones como ejemplo del necesario rigor y compromiso que debe ser consustancial en los seres humanos», sostienen en el escrito que ya ha sido firmado por la Casa de León en Asturias y por la Muy Ilustre, Real e Imperial Cofradía del Milagroso Pendón de San Isidoro, entre otras entidades leoneses que apuestan por Nicolás Castellanos como merecedor del Nobel de la Paz para la próxima convocatorio de 2022.
Del Páramo a obispo de Palencia
Nicolás Castellanos Franco nació en Mansilla del Páramo en 1935. Allí fue donde comenzó a dar sus primeros pasos en el seno de una familia paramesa de labradores donde le inculcaron los valores de religiosidad, sacrificio y esfuerzo que posteriormente han marcado su vida. Fue en Mansilla donde comenzó sus estudios, trasladándose posteriormente a Palencia para proseguir con ellos e iniciarse allí en la vida eclesiástica siendo ordenado sacerdote en 1959. En 1978 fue nombrado obispo de Palencia, un cargo que no modificó su vida sencilla, renunciando a vivir en el Palacio Episcopal. «Fue el obispo de los pobres y también de la paz», exponen en el relato de su trayectoria enfatizando su faceta de estar siempre del lado de los barrios marginales y de aquellos más vulnerables en la sociedad. Durante su episcopado, que duró 13 años, se atrevió a defender la objeción de conciencia durante la guerra del Golfo, con el consiguiente disgusto que su posición generó entre la clase política.
De obispo a misionero en Bolivia
En 1991 el Obispo Castellanos sorprendió a la opinión pública con su renuncia al episcopado y su decisión de marchar como misionero a Santa Cruz de la Sierra (Bolivia), que le fue concedida por Juan Pablo II. Su gesto, poco común en la Iglesia Católica, tuvo una amplia repercusión mediática y social entre gentes de toda ideología y en toda la Iglesia.
Desde 1992 se encuentra de misionero en el barrio marginal del Plan Tres Mil de la ciudad de Santa Cruz de la Sierra (Bolivia), donde puso en marcha el ‘Proyecto Hombres Nuevos’ fomentando la integración y la igualdad con el esfuerzo que desde niño le inculcaron en su pueblo natal del Páramo, los mismos que ahora le hacen merecedor de un Nobel de la Paz.