Y la viceversa

27/12/2017
 Actualizado a 05/09/2019
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El amanecer del día de Navidad (llámale amanecer a las 8 de la mañana) era un parque temático de las calles vacías solo transitadas por mujeres con perro. Un deambular cansino después de una noche larga y una conversación en voz baja con el perro que ilustra una excelente vida en común: «Anda, hazlo pronto, que hace mucho frío y estoy destemplada, cuando pase la helada salimos otra vez».

Las dueñas, las mismas de las largas conversaciones en otros amaneceres menos significativos, mantenían una conversación aún más corta que con el perro. Un saludo de cortesía, una felicitación para cumplir, una fórmula protocolaria impuesta por vete a saber quién.

Las frases que se repiten por las calles son hijas de latiguillos nacidos al calor de no sé qué formato: El 1, 2, 3; las retransmisiones deportivas; una aparición de Umbral en la tele para hablar de su libro... El caso es que todos la repetimos y sabemos de qué hablamos.

Hubo un ‘Y la viceversa’ (tal vez con la irrupción de Sabina) que servía para todo. «Un café cortado y un descafeinado o la viceversa», le decía un veraneante al añorado Isidoro y a éste le llevaban los demonios.

Pero no siempre va a ser la frase una tontuna. En aquella mañana navideña de calles vacías y mujeres con perro recordé un tópico, «el perro es el mejor amigo del hombre» y añadía, «y viceversa».

Es decir, «y la mujer la mejor amiga del perro».
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